Se podría decir que Julio César Miño hace muñecos con porcelana fría.

Pero, en realidad, son obras de arte.

Tiene cuarenta años.

Dibuja desde que tiene memoria.

Además, en la adolescencia, hacía figuras con plastilina.

Luego probó con la arcilla, pero no le dio el resultado esperado.

Cuando tenía veinte, su hermano, otro artista de la familia –realiza cortos animados de carácter religioso–, le recomendó que probara con la porcelana fría.

Ahí, para César, se abrió una puerta a otra dimensión en la que pasa gran parte del día.

Trabaja en la zona de planchado de una lavandería vinculada al sector hotelero, pero cuando llega a su casa se abre el portal.

Ahí se refugia en su universo particular.

Puede cobijarse en su infancia y recrear los personajes de He-Man o los ThunderCats, pero también centrarse en alguna serie que le ha llamado la atención y, de repente, hacer a una estrella de Game of Thrones.

También, recalar en la saga de Star Wars y recordar el momento en que Harrison Ford, en la piel de Han Solo, es congelado en carbonita, invención en la que, por arte de magia, decide introducir un efecto de iluminación para perfeccionar aquello que parecía inmejorable.

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O, en la misma galaxia muy, muy lejana, darle cuerpo a un Grogu (conocido también como Bebé Yoda), que habría que pellizcar para ver si de verdad es un muñeco…

Asimismo, surge en su mente –y se transmuta en realidad– una escena de la serie animada Gravity Falls.

Y, ¿por qué no?, un villano enfrentándose a las Tortugas Ninja…

Uno podría llegar a pensar que, para tamaña elaboración, César utiliza herramientas complejas, y si bien algunas de esas hay, lo cierto es que los elementos en lo que más confía para moldear sus invenciones son los menos pensados: capuchones de lapicera para trabajar la cara (sobre todo, los ojos); algún elemento cortante, similar a una gillette, para marcar arrugas, pliegues y demás; una pincita de depilar, que puede servir para múltiples detalles…

Y para complementar la porcelana fría, en pos de uniones o efectos varios, tanto puede servir un alambre como las ramas que recolecta cuando ve alguna que, en la calle, llama su atención.

Cualquier cosa puede ser objeto de reciclaje.

Por estos días tiene ganas de sumergirse en un Centro Cívico de carácter apocalíptico… Al ver su obra, resulta seguro que, en el mejor de los sentidos, dará miedo.

Hablando de miedo, en los ochenta, es decir, cuando era chico (muy chico), a César le gustaba ver películas o series de terror donde aparecieran zombis. Hasta donde podía, porque, por obvias razones, los mayores de la casa trataban de que no se llenara los ojos con aquellas imágenes que podían resultar traumáticas para un niño, el pequeño incorporaba información que ahora transforma en arte. Eso se nota, sobre todo, en sus cómics. Porque, además de las creaciones en porcelana, realiza historietas.

Resulta increíble que no las haya comercializado. Están ahí, en cuadernos dibujados a lápiz con tan buena calidad que se dificulta notar que no se trata de una página extraída de cualquier revista de esas que se consiguen en negocios especializados…

En las hojas aparecen estampas de una Bariloche espectral, donde las cenizas volcánicas o la llegada del covid pueden devenir en situaciones aterradoras.

Esas libretas repletas de historias y dibujos (con guiones propios) guardan un tesoro por descubrir.

César realiza su labor en silencio.

Algunas de sus creaciones se encuentran en un local del shopping. Otras, en un puesto de la globa de artesanos en la calle Moreno. También se lo puede ubicar por Instagram, como jcmfiguras, donde incluso recibe pedidos particulares.

En el barrio Las Quintas, Bariloche tiene a un artista que hace lo suyo sin hacer ruido.