“LA MITAD DE MI VIDA ESTUVE PRESA”

| 06/12/2022

Rechazo, cárcel y violaciones: cómo era ser una mujer transgénero en épocas donde primaba la persecución

Rechazo, cárcel y violaciones: cómo era ser una mujer transgénero en épocas donde primaba la persecución
Foto: Verónica Moyano.
Foto: Verónica Moyano.

Patricia Alexandra Rivas vive en Beccar, partido de San Isidro, en el Gran Buenos Aires, y visitó Bariloche para participar de la semana del Orgullo, que tuvo como colofón la marcha que el domingo surcó las calles céntricas de la ciudad.

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Con cincuenta y seis años, es una mujer transgénero.

La actualidad la encuentra procurando que se reconozca el sufrimiento que han tenido quienes optaron por una sexualidad distinta durante la última dictadura, pero también en el regreso de la democracia, en las décadas del ochenta y el noventa. “Estamos luchando por un proyecto de ley para los sobrevivientes del proceso militar y de los edictos policiales”, sostiene Patricia, para luego complementar: “Porque lo que vivimos fue un genocidio”.

“Fuimos perseguidas, violadas y torturadas, y muchas compañeras resultaron asesinadas”, manifiesta.

En tal sentido, se califica como una “sobreviviente de la Panamericana de los ochenta y los noventa, donde mataron a más de doscientas chicas”.

La referencia es al sector bonaerense donde se concentraba la actividad de los travestis a los que la vida los llevaba a prostituirse.

Patricia, especialmente, apunta a la “persecución policial” que abundó en las décadas finales del siglo XX.

“Yo también comencé como prostituta, porque era el único medio que nos dejaron para subsistir”, revela, y sostiene: “Hoy en día están quienes todavía lo hacen porque el cupo laboral travesti/trans no está cumplimentado debidamente, más allá de la existencia de la ley”.

Es por eso que desea que se instale “una pensión no contributiva con una obra social”.

“Para que podamos vivir nuestra vejez dignamente”, explica, y especifica que sería para las trans mayores de cuarenta años. “Terminaría en 2053, cuando nuestra generación ya no exista”, completa.

A modo de ejemplo de lo que puede llegar a sufrir una persona que transita una sexualidad distinta a la de la mayoría, y más teniendo en cuenta que en su juventud la situación era aún más dura, afirma: “La peor discriminación se empieza a sufrir en la vivienda propia”.

Así, franquea: “Mi padre me echó de mi casa”. ¿Los motivos? “Decidir vivir como lo sentía”.

En ese punto, especifica: “No es una vida que se elige, una nace así”.

A la vez, menciona que la “excomulgaron de la Iglesia”, donde “era la primera voz del coro”.

“Cuando le confesé mis sentimientos, diciendo que no sabía por qué me pasaba lo que me pasaba, el sacerdote me dijo que no era digna de estar en la Iglesia”, dice.

“Yo era católica apostólica romana; ahora soy evangélica pentecostal… Igualmente, creo en Dios a mi manera”, expone.

Y continúa con su relato: “También me expulsaron del secundario, en segundo año de comercial, por haber empezado a vivir mi transición a los catorce años”.

Tras la decisión paterna, cuando se vio obligada a dejar su casa, durmió un par de días en la calle. “Me vieron dos chicas trans y me llevaron a vivir con ellas; me enseñaron a prostituirme para poder para la olla”, devela.

Asimismo, evoca los días de la última dictadura. “En ese tiempo se nos decía travestis. Yo nunca acepté esa palabra, porque jamás me gustó”, afirma, para luego revelar: “Cuando era menor de edad estuve secuestrada siete días en una comisaría de Tigre que funcionaba como un centro clandestino de detención; fui violada y torturada”.

“La violación que más sufrí fue cuando me metieron la cabeza bajo el agua, dispararon al aire y un policía abusó de mí”, indica.

“Después, con la llegada de la democracia, la pasé peor, porque daban más días de condena. Te llevaban a prisión por el solo hecho de existir, a partir de un edicto que hablaba de vestimenta no adecuada al sexo”, expresa.

Ese fue el tiempo en que las chicas trans que se prostituían en la Panamericana solían aparecer muertas. “Muchas fallecieron por las balas; otras, al querer escapar, eran atropelladas por los autos”, narra.

Para que no queden dudas acerca del sufrimiento por haber seguido el camino trans, finaliza: “La mitad de mi vida estuve presa”.

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