Sandra Igor es una mujer trans, y se presenta de este modo: “Tengo cincuenta y cinco años, pertenezco al colectivo LGBTQ+, pero, sobre todo, soy parte de lo que llamamos ‘las históricas de la República Argentina’, cinco mil compañeras que estamos activando para nuestra reparación histórica”.

Se refiere al proyecto de ley que se conoce como de “reparación para personas mayores travestis y trans”, que todavía aguarda por ser aprobado en la Cámara de Diputados de la Nación, cuya principal motivación radica en actuar para enmendar "la vulneración sistemática de los derechos humanos de este colectivo y garantizarles una vejez digna”.

Esta normativa incluiría a quienes estén dentro de los parámetros mencionados y tengan cuarenta años o más.

“A raíz de los edictos contravencionales que tuvimos en la época militar, no la pasamos para nada bien”, señala Sandra.

En aquellos tiempos, un hombre que se sentía mujer era habitual que desembocara en la prostitución. Y quizá sea aún más grave que, en la actualidad, aquellas personas que sobrevivieron a distintos ataques a través del tiempo aún la ejerzan. “Es lamentable que en todas las provincias del norte todavía nuestras compañeras adultas trans se prostituyan”, sostuvo al respecto Sandra, para luego añadir: “El cupo laboral trans no se cumple, es una mentira. Nosotras quedamos excluidas por nuestra edad. Por ende, al quedar marginadas de la sociedad, no tenemos trabajo, de ahí que pidamos una reparación inmediata”.

En ese sentido, asevera: “Nuestras compañeras mueren a diario”. Sandra explica que, muchas veces, se debe al trato inadecuado que tuvieron sus cuerpos, consecuencia de la inexperiencia médica de otros tiempos que, en realidad, en muchos casos suele perdurar hasta nuestros días. “Hubo chicas que se ponían cosas que no sabían qué eran. Para tener cuerpo de mujer nos veíamos obligadas a inyectarnos líquido de avión, o íbamos a lugares clandestinos para ponernos pechos”, manifiesta.

Sandra nació en esta localidad. Así, se reconoce como “la primera travesti de San Carlos de Bariloche”.

“Comencé a admitir mi personalidad cuando tenía unos catorce años”, cuenta, y sostiene que, en esa época, “todo era muy discriminativo”.

Recuerda que “la ciudad era muy conservadora”, y menciona los tiempos de “burla en la escuela”. Incluso, apunta: “Cuando salía del colegio nocturno me recagaban a palos; decir puto era un pecado ante la sociedad, creían que estábamos poseídas por un espíritu”.

De esa manera, con su experiencia a cuestas, la actualidad de Sandra la encuentra luchando para que se apruebe el proyecto tendiente a una reparación histórica para las mujeres trans.