EN SU CUMPLEAÑOS, UNA ENTREVISTA EXCLUSIVA

| 16/06/2022

Jairo recuerda a su esposa, repasa su vida, viaja a una galaxia lejana y se define como “totalmente geminiano”

Jairo recuerda a su esposa, repasa su vida, viaja a una galaxia lejana y se define como “totalmente geminiano”

Jairo cumple setenta y tres años.

La excusa es esa, pero podría ser cualquier otra.

Siempre resulta interesante dialogar con él.

En estas líneas no se descubre nada al decir que se trata de una persona con un talento mayor y una voz única.

Además, es un tipo culto, “en el buen sentido de la palabra”, como diría Antonio Machado, aunque el español se refería al término “bueno”, que Jairo también lo es, claro.

Pero, en lo que hace a la expresión “culto”, la mención alude a una cualidad que se desprende de él casi sin querer.

Lo significativo es que, lo que en otros suena a impostura con una dosis importante de soberbia, en su persona aparece como una forma de ser donde la humildad le es intrínseca.

Así, cada conversación que lo tiene como protagonista deriva en lugares insospechados, donde las historias se van hilvanando y uno termina pidiendo disculpas por haberle robado tanto tiempo… aunque, por dentro, en realidad, se tengan ganas de decir: “No le molesta, maestro, si charlamos un rato más…”.

También es cierto que, con respecto a otros juegos de preguntas y respuestas de tiempo atrás, ahora hay una gran diferencia, aunque no ausencia.

Lo distinto es que Teresa Sainz de los Terreros, esposa del cantante, corpóreamente ya no está, porque falleció en julio de 2021, pero si aquí se dice que eso no se refleja en un vacío es porque Jairo suele hablar en plural y evocar hechos donde, de alguna u otra manera, ella interviene.

“Era una mujer que tenía una personalidad extraordinaria”, describe el artista, a la vez que acota: “Se encuentra muy presente en la casa”.

Jairo cuenta que está escribiendo un libro autobiográfico, y hace unos días le preguntó a Mario, uno de sus hijos, que vive en París, por alguna anécdota de Teresa, algo que el cantante no supiera o no recordara.

Así, Mario le narró una historia de cuando iba a la escuela secundaria en Francia, en tiempos donde la familia vivía en aquel país, y, ante el estreno de un espectáculo del papá (es decir, Jairo), tras el show, la noche se había eternizado en una cena en un restaurante, con una sobremesa que recién les permitió volver al hogar a una hora muy cercana a la que el joven debía ingresar en el colegio.

“¿Cómo vas a ir a la escuela? Si no has dormido…”, soltó Teresa, quien, para que en la institución comprendieran el porqué de la falta de su hijo, escribió una nota dirigida al director, donde, con una prosa muy respetuosa y amable, a modo de justificativo, explicaba: “Nuestro hijo fue a una actuación de su padre, que es cantante. Por la emotividad, el festejo se extendió y regresamos a casa muy tarde”.

Lo substancial fue lo que puso hacia el final, antes de la firma: “Prefiero que duerma en casa a que lo haga en clase”.

“Así era ella”, ríe con afecto Jairo, que, precisamente, señala que su esposa solía decir “que la época más feliz de su vida fue la que vivió en Francia”.

“Creo que eso está directamente relacionado con la crianza de los chicos, porque cuando nos fuimos a vivir a París, mis hijos eran pequeños, estaban en la escuela primaria, en la edad de formación. Mi actividad era muy vertiginosa, viajaba mucho, y quien se ocupó de los niños, de orientarlos, de estar con ellos, en otro país, donde se hablaba un idioma distinto, fue ella, y me parece que eso, en el fondo, le dio una satisfacción muy grande como persona, como mujer, como mamá. Por eso ella lo relaciona con la mejor época de su vida”, reflexiona el artista, con ese “relaciona” en presente que se cuela para demostrar que los tiempos verbales no nacieron solo para definir lo que la realidad porfía en acreditar, sino, también, como forma indicativa de expresar los latidos en el pecho cuando se nombra a alguien.

Más allá de referirse al rol de Teresa como mamá, el músico trata de describirse como padre: “Soy bastante accesible, tengo una relación muy fluida con mis cuatro hijos; creo que poseen una buena imagen de mí, hay gran confianza con ellos. Lo único que les he pedido siempre es que me vean como a un papá, o, en realidad, a los dos, a mi mujer y a mí, que nos vieran como padres, que no sintieran que éramos sus amigos, a pesar de que compartimos muchas cosas suyas, y de que nosotros los hacíamos partícipes de lo que nos gustaba. Cuando alguien dice: ‘Mi padre fue mi mejor amigo’, no sé si me agrada… Prefiero que digan: ‘Mi padre fue un papá bárbaro’”.

En cuanto a su padre, Ramón, Jairo manifiesta: “A mi viejo lo recuerdo como una persona muy dócil. Era tranquilo, pausado, fabulador. Mi memoria de él está muy relacionada a la infancia, por supuesto, porque yo me fui de mi casa cuando tenía catorce años”.

El músico, desde muy joven, fue a probar suerte a tierra porteña, por eso el contacto con la familia se volvió esporádico.

Para colmo, tras Buenos Aires vino Europa, primero España, luego Francia.

Jairo advierte, entonces, que el mayor contacto con Ramón fue en esos primeros años juveniles.

Pero si bien después no hubo un día a día juntos, su remembranza es positiva: “Tengo un recuerdo fehaciente y fuerte de él; era muy bueno… Se ilusionaba, y estaba contento de que me pasaran cosas; mi madre, en ese sentido, era más pragmática. Eran diferentes, por eso se llevaban bien”, apunta.

Cuando se le consulta por qué, en su descripción de Ramón, incluyó el término “fabulador”, el cantante carcajea: “Mi papá contaba historias increíbles, inverosímiles… Era fanático de Carlos Gardel, le gustaba mucho, y en una ocasión, en el patio de casa, dijo que un día estaba trabajando en La Falda, Córdoba, con una escalera muy alta y, de repente, hubo un estruendo. Explicó que se cayó la escalera y él también, y que aparecieron vidrios rotos… Mi hermano mayor preguntó: ‘¿Fue una bomba?’. Lo mirábamos con los ojos grandes. ‘No, no’, respondió. ‘Fueron dos aviones que chocaron en la pista del aeropuerto de Medellín, en Colombia, y en ese accidente murió Gardel’. Y le creímos…”.

“Yo estuve defendiendo la historia de que mi padre escuchó el ruido del avión en el que murió Gardel, a no sé cuántos miles de kilómetros de distancia, hasta el secundario, pero hubo un momento en que era indefendible”, sonríe.

Quizá alguna reminiscencia de aquellas historias descabelladas lo llevaron, en una noche francesa, en una sala de cine, a enamorarse de una fábula cinematográfica que ocurría “en una galaxia muy, muy lejana”. 

“La primera película de Star Wars que se estrenó, es decir el Episodio IV, La nueva esperanza, la vi en París. Todavía vivía en España, pero trabajaba mucho en Francia. Recuerdo que unos amigos, una noche que había ido por un programa de televisión, dijeron: ‘¿Por qué no salimos a cenar y vamos al cine?’. Elegimos esa película, y quedé impresionado. Fue un amor a primera vista, un flechazo”, refiere sobre su desvirgar en la epopeya galáctica.

“Al día siguiente, volví a Madrid. Cuando mis hijos, que eran muy chiquitos, vinieron del colegio, mientras tomaban la merienda, les conté la historia. Mi mujer decía: ‘Parecés un niño, los estás volviendo locos, están entusiasmadísimos’. Les hice la cabeza de una manera tremenda”, ríe.

La película se estrenó pocos días después en España.

Jairo llevó a los hijos, que, para esta altura, a base de contárselas una y otra vez, se la sabían de memoria sin todavía haberla visto.

“No estoy seguro si fuimos catorce o dieciséis veces seguidas”, revela Jairo.

Asevera que sus hijos, como él, son fanáticos de la saga creada por George Lucas, y comenta que tienen un grupo de WhatsApp donde también están los primos, y solo se habla de Star Wars.

Más allá de las películas, Jairo sigue con atención las series que tienen que ver con ese universo. “The Mandalorian me gustó mucho”, afirma, y luego lanza alabanzas sobre la producción televisiva sobre Obi-Wan Kenobi: “Me pareció maravillosa, extraordinaria, me emocionó; aparte, Ewan McGregor es un enamorado del personaje”. Justamente, sobre el actor escocés, brinda un detalle que revela su grado de fanatismo: “Además, es el productor ejecutivo de la serie”.

Un dato importante: el estudio de grabación de Jairo se llama OB1, que, en inglés, se lee Obi-Wan…

Pero, como se apunta al principio del artículo, la excusa para charlar con Jairo es su cumpleaños, así que corresponde hablar del tema:

–¿Cómo se lleva con el paso del tiempo?

–Dentro de todo, bien. Aunque depende para qué, porque por ahí al caminar te cansás más rápido, no podés correr como lo hacías antes…

–¿Y en lo artístico?

–Es mucho mejor. A mí me ha hecho bien. Estoy aplomado y seguro. Le saco mucho más partido a todo. Eso es muy positivo.

–¿Se identifica con el signo del zodíaco que le tocó en suerte?

–Soy totalmente geminiano. Me gusta mucho el signo. Aparte, es curioso, porque muchos de mis amigos, que he tenido y que tengo, también son geminianos. No sé si eso es común.

Y, a propósito de Géminis, un viejo tema suyo se llama Los geminianos. Al respecto, bromea: “Es una canción autobombo total. Se destaca nada más que lo bueno, aunque también dice que somos vagos, inconstantes… Pero, al final de cuentas, termina diciendo que somos los más buenos, los más sabios, todo…”.

Uno de los geminianos con los que Jairo trabó amistad marcó gran parte de su devenir artístico: Daniel Salzano, poeta de una calidad enorme, con pinceladas de Raúl González Tuñón pero bajo un barniz cordobés.

Cuando Salzano estaba en Madrid, donde vivió su exilio, antes de regresar para siempre a su Córdoba natal, le envío una carta con dos poemas, preguntándole si podían transformarse en composiciones musicales.

Jairo, por aquel entonces, se encontraba en París. Tras leer esos textos, cruzó la frontera con la guitarra y, de sorpresa, se presentó en la casa de Daniel.

Las letras que le había mandado eran las de Un tipo como yo y Canción de los aerolitos.

“Con Salzano, hicimos como ochenta canciones. Hay unas veinte todavía inéditas, con las que se podría hacer un disco entero”, expone, en relación a la obra en conjunto con el escritor, quien falleció el 24 de diciembre de 2014.

El caso de Jairo y Salzano es particular. La simbiosis que conformaron es difícil de describir. “Creo que las letras de Daniel me dieron un perfil muy personal”, esboza el cantante, y esa definición, donde el dibujo de un contorno se logra delinear con la colaboración del compinche poeta, habla de una asociación donde los notarios sobraban, y el entendimiento radicaba en la esencia de dos personas especiales. “Éramos muy amigos”, afirma el músico, y añade: “Él se involucraba mucho en  lo que escribía en relación a mi personaje como artista. Hay canciones que hablan de cosas que tengo en mi casa. Por ejemplo, hay un tema que se llama El acuerdo, sobre una separación y el reparto de las cosas. En un momento, dice: ‘No sé de dónde sacaste que el cuadro de Alonso es tuyo y que a mí me corresponde el de la cabra en los yuyos’. Bueno, el cuadro de Carlos Alonso, efectivamente, está acá, lo estoy viendo. Y, a unos siete metros, hay uno de una cabrita, de Luis Tessandori… Un día, Daniel me dijo: ‘Che, no me estaré metiendo demasiado en lo tuyo’”, expresa Jairo, y su risa se escucha plena.

“Teníamos varias cosas en común”, asevera, para luego verbalizar la última vez que vio al poeta, en un sanatorio de Córdoba: “Aun en esa circunstancia de extrema gravedad, con un problema de corazón muy grave y complicaciones derivadas de la diabetes, nos reímos mucho… Entré a terapia intensiva y todos los médicos y las enfermeras pedían fotografiarse conmigo”.

–Me venís a ver a mí, y ellos se quieren sacar fotos con vos –bromeaba Salzano.

“Tenía un sentido del humor extraordinario, y muy agudo. Era una persona inteligente y culta. Hablar con él, de lo que fuera, representaba un placer”, aprecia el músico.

Una conversación con Jairo abre puertas infinitas. Así, de pronto, un tema deriva en otro, y ese en otro, y así ad infinitum.

Por eso, no resulta extraño que, tras aquella mención al cuadro de Alonso y al “de la cabra en los yuyos”, en su relato, aflore el nombre de otro pintor, y que ese artista plástico, a su vez, remita a una de las figuras políticas más importantes de la vida democrática argentina.

De esa manera, retrocedemos en el tiempo, y nos encontramos con un Raúl Alfonsín que es candidato a presidente y viaja a Francia para estrechar lazos políticos.

Jairo había leído, en un periódico francés, un artículo breve sobre aquella visita.

En ese contexto, el cantante se cruza en París con el artista plástico Antonio Seguí.

–¡Conocí al candidato de los radicales! –exclamó Seguí.

–¿Y? ¿Qué tal? –preguntó Jairo.

–Me gustó mucho –respondió el pintor.

–¿No sabés si va a hacer algo en algún lado, para poder escucharlo?

–Va a haber una reunión…

“En ese momento, a Alfonsín lo conocía de oídas, de haber leído algunas cosas. En esa época no había Internet, y para leer un diario argentino en Francia te tenías que ir a la oficina de Aerolíneas Argentinas, sentarte en el saloncito y pedir un ejemplar de hacía tres días”, rememora el cantante.

Jairo fue con Teresa al encuentro del que le había hablado Seguí.

“Saludamos a Alfonsín y charlamos un rato con él. Cuando volvimos a casa, mi mujer opinó: ‘Este hombre me cae muy bien, me gusta mucho su sencillez y todo lo que dijo’”, recuerda.

Al acercarse la fecha de las elecciones, Jairo mostraba cada vez más nerviosismo. “Mi mujer me decía: ‘¿Por qué no te vas a Argentina?, no te aguanto más’, y me dio el pasaje”, ríe el artista.

De esa manera, aterrizó en la Argentina. Lo esperaba su amigo Víctor Cañardo, que se ocupaba de parte de la campaña publicitaria radical, y ese mismo día lo llevó al programa televisivo Cordialmente, conducido por Juan Carlos Mareco, en Canal 7.

Como el estudio estaba repleto de gente, se fueron al café.

Estaban allí cuando llegó el periodista Horacio de Dios, que hizo que Jairo lo acompañara entre el gentío.

“En el estudio, Horacio de Dios le hizo señas a Mareco, que empezó a hablar de mí. Me acuerdo que Alfonsín estaba con toda la familia”, dice el cantante.

Mareco lo hizo pasar y le pidió que cantara una canción, y luego otra.

“Yo pensaba: ‘Alfonsín está terminando la campaña, la gente espera una palabra suya y me hacen cantar a mí’. Era surrealista”, evoca el cantante, aunque advierte que luego supo la razón: “Muchos años después, Mareco y Horacio de Dios me contaron por qué hicieron eso. Cuando empezaron el programa, había una expectativa tremenda, pero Alfonsín estaba completamente afónico, no podía hablar. La campaña había sido muy dura y el hombre llegó al límite. Por eso me hicieron cantar, para que la emisión no decayera”.

Sobre el final de la transmisión, el líder radical, con lo que le quedaba de voz, habló brevemente y, metaforiza Jairo, “prendió fuego el estudio”.

“En ese momento, había una pasión muy grande”, apunta.

Al terminar el programa, ante la repercusión que había tenido, los encargados de la campaña radical le preguntaron si le gustaría cantar en el Obelisco.

Jairo, que había llegado de Francia ese mismo día sólo para vivir la experiencia electoral, no lo dudó y contestó con un “sí” rotundo.

El asunto era qué cantar.

Le habían comentado que aguardaban entre trescientas y cuatrocientas mil personas. “Al final, hubo más de un millón”, afirma Jairo.

Antes del acto junto al monumento emblema de Buenos Aires, el cantante se comunicó con María Elena Walsh. “Aparte de ser una muy buena amiga, era una consejera extraordinaria en ese tipo de circunstancias”, observa el músico.

Ella consideró que sería bueno que cantara sus canciones más conocidas, pero que haría falta buscar una más que se vinculara con ese momento en particular.

Quedaron en que el primero al que se le ocurriese algo llamaría al otro.

Jairo recordó la versión que María Elena había hecho de We shall overcome, a la que había titulado Venceremos.

“La letra era perfecta para la ocasión”, detalla el cantante, y recuerda algunos fragmentos: “Solo con justicia nos haremos dueños de la paz”; “Quiero que mi país sea feliz con amor y libertad”; “No tenemos miedo, no tendremos miedo nunca más”.

“Marqué el número de María Elena, para decirle, y ella, del otro lado, apenas atendió, sin que yo dijera nada, soltó: ‘Venceremos’; coincidencia total”, determina Jairo.

 

Más allá del triunfo de Alfonsín, y de que en los ochenta visitó el país en varias ocasiones, recién en los noventa regresaría para instalarse.

“No tenía una razón que me empujara a irme de Francia. Allá estábamos tranquilos, pero yo me preguntaba: ‘Si no vuelvo a la Argentina ahora, ¿cuándo lo voy a hacer?'. Sentía que parecería un jugador de fútbol veterano, que regresa tarde y por ahí juega bien, y por ahí no, y la gente dice: ‘Bueno, está grande, pero retornó por la camiseta…’. A mi esposa, le decía: ‘Si quiero intentar hacer alguna cosa como la que conseguí en España y Francia, debo volver con la voz impecable'. Teresa era una mujer extraordinaria, me apoyaba mucho. Otra quizá hubiera dicho: ‘Para qué te vas a ir, si aquí te va bien’”.

Una vez más, Teresa. “Una persona que te marca para siempre”, la define Jairo.

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