COMPAÑERISMO INMORTAL

| 04/12/2021

Volvieron a realizar el viaje que como egresados hicieron hace sesenta años

Volvieron a realizar el viaje que como egresados hicieron hace sesenta años

En 1960, la Escuela de Comercio N° 32 Dr. José León Suárez, de Buenos Aires, contó con su primera promoción.

El director tenía un amigo en el Consejo de Educación y ahí surgió la posibilidad de ir de viaje de egresados al campamento Huemul.

Muchachas y varones (que iban al mismo colegio, pero en distintos turnos; las aulas todavía no eran mixtas), junto al personal educativo, en enero de 1961 llegaron a Bariloche tras treinta y seis horas de recorrido en tren, para luego pasar, a bordo de una embarcación, al sitio en cuestión.

Eran cuarenta alumnos.

Hace unos días, veintiuna personas que rondan los ochenta años llegaron en un vuelo a la ciudad.

Son algunos de los que vinieron en aquel momento, o allegados a ellos, que se acercaron a la localidad para reavivar la flama de la juventud.

Sentados en la mesa de un café, dos de los que repiten la experiencia se muestran entusiasmados como –precisamente– adolescentes en viaje de fin de curso.

Son José Luis Domínguez, de setenta y ocho años, que gran parte de su vida trabajó en Loma Negra (donde, más allá de su función en la empresa, llegó a ser una especie de asesor de arte de Amalita Lacroze de Fortabat), y el contador público y profesor Jaime Enrique Blanklejder, de setenta y siete años.

Bajo el abrigo, llevan remeras que rezan: “Egresados”.

Charlan, intercambian anécdotas.

Recuerdan las noches en el campamento, donde un muchacho y dos chicas hacían turnos para mantener la estufa prendida, debido a que, más allá de utilizarla para cocinar, era la que se usaba para calentar el agua y poder bañarse.

Mencionan excursiones en camiones del ejército, con paradas en el camino para beber agua de los dehielos. “En aquel entonces no existía eso de llevar cada uno su botellita”, dice Jaime.

También citan la vez que acudieron a una plantación de cerezas, donde estaba una mujer de ochenta y pico de años, de las primeras suizas que arribaron a Bariloche.

“Yo venía con un poncho, y lo usamos para llenarlo con esos frutos”, apunta Jaime.

José Luis, en tanto, rememora que sobre el final de aquel viaje, que se extendió por veinte días, a punto de dejar el campamento para tomar el tren de regreso a Buenos Aires, una chica, embelesada por un muchacho que se acercaba a la orilla en un bote, cayó en el lago. Hubo que llevarla a la cocina, para intentar secarla, y debió cambiarse íntegra, lo que demoró la partida y provocó un nerviosismo extremo en algún profesor… “Aún hoy la cargo: ‘Flor de remo tenía el rubio’, le digo”, bromea el hombre.

No siempre el grupo se mantuvo unido.

Obviamente, tras egresar, los caminos de la vida provocaron separaciones en el sendero.

Pero en el nuevo siglo, alguien que había sido profesor de las chicas, y luego fue vicerrector del colegio, tuvo la idea de comenzar a reunirlos en su casa.

Los invitaba, y ellos comenzaron a retomar espiritualmente la mocedad.

Así, surgieron los viajes.

Fueron a varios sitios, como por ejemplo Salta, Puerto Madryn, Tucumán… Y este año retornaron a Bariloche. Es la primera vez que vuelven como grupo.

“Nos dicen que somos un ejemplo para las otras promociones”, expresan.

Cabe resaltar que entre los que viajaron se encuentran también allegados de personas que ya no están.

“Una mujer cuyo marido murió nos dijo: ‘Me hace mejor estar con ustedes que con el psiquiatra’… Su esposo era compañero nuestro, fue inspector del Consejo de Educación y llegó a ser rector del colegio. Falleció hace poco…”, se lamenta José Luis.

En la mesa caen nombres de diversos compañeros fallecidos…

Para espantar las lágrimas, vuelven a recordar el viaje de hace sesenta años y señalan: “Es algo que vive en nuestro corazón”.

Así, conversan acerca de una búsqueda del tesoro que el cuerpo docente les propuso en aquel enero de 1961.

Supuestamente, las “joyas” eran golosinas… Pero ellos hallaron algo más importante: la inmortalidad del compañerismo.

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