EL ESCUDERO DE SABINA

| 17/08/2021

Pancho Varona: “Joaquín, al final, nos enterrará a todos”

Pancho Varona: “Joaquín, al final, nos enterrará a todos”
Fotos gentileza de Noelia López
Fotos gentileza de Noelia López

Hay personas a las que el calificativo de buenas (“en el buen sentido de la palabra”, como trazó, con pluma inmortal, Antonio Machado) les ajusta a la perfección.

Pancho Varona es una de ellas.

Hace casi cuarenta años, subió por primera vez a un escenario con Joaquín Sabina.

Aún lo acompaña.

Ha trabajado con otros artistas de renombre.

Produjo discos de varios músicos.

Incluso, tiene un álbum de 1995 con su nombre en la portada.

Hasta se ha dado el gusto de sacar dos libros, uno titulado “Más de cien verdades”, donde expone influencias y gustos; el otro, “Pociones”, reúne letras de canciones y poemas.

Pero, más allá de todo, siempre ha estado al lado de Sabina.

En las buenas y en las malas.

Conoce todas las aristas de Joaquín.

Compañero fiel, desempeña el rol de escudero, llevando las armas de aquel que, sin título aristocrático de por medio, se muestra “innoblemente” caballero.

Pero, además, en los momentos necesarios, saca a relucir su propia espada, para luchar contra aquellos molinos que, frente a don Joaquín, pretenden ser gigantes. 

Aquí, una charla con Pancho Varona, mucho más que un guitarrista:

–¿Cómo te llevás con el paso del tiempo?

–Muy bien. Creo que tengo una madurez estupenda. Me encuentro contento con mi vida, mi cuerpo, mi mente, con lo que me está pasando… Pareciera que soy recompensado por alguien -o algo-. Estoy encantado por esta etapa que atravieso.

–Sacaste un par de libros, ¿le tomaste el gusto a esto de publicar?

–No, qué va… Las dos veces que me publicaron fue gente que me tenía cariño y me convenció. Yo realmente no tengo vocación de escritor, y, a las personas que escriben, les tengo infinito respeto; no me atrevo a meterme en ese mundo. Pero había una oferta buena, prometían tratar las palabras con sumo cariño, hacer una edición bonita… Me fié de ellos, porque eran amigos, así que dejé en sus manos algunas letras mías, escritos, y lo cierto es que me trataron muy bien. Estoy muy contento, porque mis dos únicas incursiones en esto, para mí, son satisfactorias.

–Puede haber algún libro más, entonces…

–No creo (ríe). He tenido una carrera muy larga, pero, en lo personal, ha sido muy corta. Realicé discos con mucha gente, y canciones para varios artistas, pero, en cambio, solo hice un álbum solista y dos libros, nada más, en cuarenta años… Soy muy vago (carcajea).

–Teniendo en cuenta la pandemia, ¿cómo has pasado los últimos meses?

–La verdad es que tuve suerte, soy uno de los pocos músicos españoles que ha trabajado mucho. Respetando las medidas sanitarias, he viajado por toda España, e incluso fui un par de veces a México, así que, laboralmente, la cosa va bastante bien.

–¿Cómo es ver, desde arriba del escenario, a la gente con barbijo?

–Es una sensación bien extraña. Ves movimiento debajo del barbijo e imaginas que cantan, pero perfectamente pueden estar insultándote, y tú no te enteras porque no observas sus labios. Es raro, tiene una parte divertida, por lo desconocido, por la novedad, pero es un poco doloroso… Supongo que cada vez estamos más cerca de salir de esto.

–¿Qué distinciones encontrás, a favor y en contra, entre subir a un escenario con y sin Sabina?

 –Con Joaquín, el espectáculo es más grandioso. Yo meto cien personas en un lugar, y él, veinticinco mil, entonces la diferencia es tremenda. En mis recitales, tengo una ventaja: observo las caritas de las personas para las que toco, mientras que, en los conciertos de Sabina, hay tanta gente que se ve una masa, no te da tiempo a fijarte en los rostros. Lo mío es un espectáculo pequeñito, en el que le cuento a la gente, de boca a oreja, mis experiencias, anécdotas, y canto mis canciones en formato acústico. En cambio, con él, es todo grande. Aunque distintas, las dos cosas son muy buenas, como si se tratara de los extremos de un abanico: por un lado, está mi lugar chiquito en la tierra, donde voy con mi auto, la guitarra, monto mi sonido, y canto para cincuenta personas; en el otro punto, hay un show con Joaquín Sabina en La Bombonera, por ejemplo, para cuarenta mil espectadores. Tengo la suerte de abarcar ambas orillas.

–La última vez que estuviste en un escenario con Joaquín fue cuando se cayó del escenario, ¿verdad?

–Sí, en 2020, el 12 de febrero, día de su cumpleaños.

–¿Cómo recordás ese momento?

–Con tristeza y extrañeza, porque aparentemente era el concierto final de una gira con Joan Manuel Serrat que podía ser la última de ellos juntos… Después del recital, todos los del staff íbamos a ir con él a tomar una copa y a celebrar su cumpleaños. Era un día de celebración, de emoción, de alegría, donde podías esperar que pasara cualquier cosa, menos lo que pasó. El WiZink Center (Palacio de Deportes de la Comunidad de Madrid) estaba lleno, había unas catorce mil personas, entre ellas muchos amigos y familiares nuestros, y de repente sucedió lo que nadie aguardaba… Fue una cosa terrible, que nos dejó el alma helada. Cuando la gente se dio cuenta de que Joaquín se había caído, hubo un silencio sepulcral, se trató de un momento muy angustioso. Igual, ya sabes que Joaquín es un gato que cae siempre de pie, tiene siete vidas, entonces salió bien de aquello. Tuvo un par de lesiones, pero, como él dice, tiene una mala salud de hierro, y se recuperó. La última vez que le vi, estaba estupendamente, mejor que yo… Joaquín, al final, nos enterrará a todos; él seguirá cayéndose de los escenarios, pero vivo (carcajadas), mientras que nosotros nos habremos muerto hace tiempo (las risas continúan)…

–En alguna ocasión, ¿les había sucedido algo similar?

–Recuerdo que una vez Joaquín se cayó del escenario, pero por detrás. Estaba sentado en un “flight case” de acero, el baúl donde se guardan los equipos. Como tiene ruedas, se movió; él no se dio cuenta y se desplomó al vacío. Nadie lo vio, más que nosotros. Pudo agarrarse a una cortina y, como era un lugar bajito, caer más o menos despacio, sin un gran golpe; no le pasó nada. Fue algo sin importancia, aunque podría haber sido peligroso si la caja se le hubiera caído encima.

–¿Ocurrió durante un concierto?

–Antes de un show. Estábamos en el backstage, detrás de los telones, esperando nuestro momento para salir; había otro grupo actuando… Fue en los años ochenta, hace muchísimo…

–¿Cuánto hace que no ves a Joaquín?

–Estuve visitándole hace unos dos meses… Me insistía en que permaneciera más tiempo: “Panchito, quédate a tomar un tequila conmigo, quítate el barbijo, que estamos en mi casa”. Pero le dije: “No, Joaquín, vamos a guardar las distancias, porque esto es difícil, ¿sabes?”. Él se encontraba como siempre, muy amistoso, cariñoso, contento, y me encantó verle.

–¿Habrá próximamente un disco de Sabina? ¿Una gira, tal vez?

–Imagino que Joaquín quiere grabar para volver a tocar en directo. Además, siempre pasa agosto en el sur de España, en Rota, donde se junta con sus amigos, como los poetas Benjamín Prado y Luis García Montero… Ahí le visita Leiva un par de días, y también va Rubén Pozo (ambos músicos conformaban Pereza), entonces se anima a escribir alguna cosa… Pienso que eso pasará también este año. Son impresiones mías, pero suelo equivocarme poco (ríe). Por eso creo que Sabina volverá a Madrid, en septiembre, con material nuevo.

–¿Y vos? ¿Qué tenés planeado?

–Vivir… Sobrevivir. Como dice Joaquín: “Superviviente, sí, ¡maldita sea!/ Nunca me cansaré de celebrarlo”. Tengo previsto seguir girando; además, hago un programa de radio los sábados, una columna deportiva cada quince días en un diario español de gran tirada… De la pandemia, he salido reforzado; tengo un ángel de la guarda que me cuida bien, y trabajo como un burro.

–¿Te cansa que te pregunten por Sabina?

–No, forma parte de mi vida, ¿sabes? El otro día le comentaba a un amigo que, con el material que tengo en mi casa, en video y audio, en agendas, en cosas de bakcstages, como tickets de conciertos, y lo que guardo en la memoria, soy la persona que más sabe de Sabina en el mundo. Llevo con él cuarenta años, a un metro suyo. Entonces, ¿cómo me va a cansar que me pregunten por Joaquín? Para mí, es un honor. Soy una eminencia en el ámbito sabinero (ríe). Así como puede haber eruditos en física cuántica o en la pintura de Van Gogh, yo lo soy en su obra. Mi existencia ha sido un aprendizaje al lado del maestro.

–Entonces, hablemos de una de sus canciones, en la que participaste en la composición de la música; además, sé que es de tus preferidas: ¿qué pensás que quiso expresar en Peces de ciudad?

–Joaquín dice que ni él lo sabe (sonríe). En la última gira que hicimos, antes de cantar Peces de ciudad, Joaquín le explicaba a la gente: “Ni yo mismo sé qué quiero decir con la letra de esta canción, pero sí que eso, que no sé lo que es, es exactamente lo que quería”. No sé… Es un viaje maravilloso, una sucesión de imágenes. Empieza hablando de Francia, dice: “Se peinaba a lo garçón”, y nombra “la gare d'Austerlitz”, que es una estación de tren de París. Luego sigue con Holanda: “mademoiselle Amsterdam”. Después, cita a “la fatua Nueva York” y menciona Desolation Row

–El tema de Bob Dylan…

–Sí, que habla de la calle Desolación. Es una canción evidentemente viajera, y el estribillo es maravilloso: “Y desafiando el oleaje/ sin timón ni timonel…”.  Es una excursión maravillosa por todo el mundo, llena de amor… Las imágenes son tan bonitas… ¿Qué más da lo que quieran decir? A mí no me importa. En vivo, la canción comienza con la guitarra acústica de Joaquín y luego entra el piano de Antonio García De Diego (el otro escudero musical de Sabina); después del estribillo, cuando Joaquín dice “El dorado era un champú”, ingresa toda la banda con una explosión sorda y maravillosa… Durante una gira, puede que haya sido la de “Lo niego todo”, Sabina llamaba “la gota” a esa caída. Decía: “Ahora quiero que suene bien la gota”. Justamente ahí, en ese instante, detrás nuestro, empezaban a pasar unas imágenes de un skyline (perfil de la ciudad) de Nueva York, y, para nosotros, en directo, ese momento era tan emocionante que yo estaba medio tema mirando para atrás… Es una canción tan mágica que creo que no hay otra igual en su discografía.

–La relación de Joaquín con Argentina es más que conocida…

–Sí, es maravillosa…

–Para vos, ¿qué significa este país?

–Todo lo que él siente lo he heredado. Yo llegué de su mano. El primer viaje lo hicimos juntos. Estuvimos en Buenos Aires quince o veinte días, componiendo canciones para “Mentiras piadosas”. Creo que fue en 1988… Íbamos a librerías, me recomendaba escritores… Nos hicimos de Boca el mismo día. Preguntó: “Panchito, a ver, ¿de qué equipo hay que ser aquí?”. Y pensamos: “De Boca, que es un barrio de Buenos Aires”. O sea, hemos aprendido juntos, pero, a mí, Joaquín me ha enseñado mucho, porque es un tipo que lee varios diarios por jornada, un libro cada tres días, y le encanta llegar a un lugar y saber todo sobre él. De la Argentina, me ha hablado siempre con infinito amor: allí, hemos escuchado tango, leído, llorado y reído juntos.

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