EN EL DÍA DEL INGENIERO, LA HISTORIA DE DOS HERMANOS QUE TRABAJAN PARA LA CNEA

| 16/06/2021

De chicos, les leían libros de ciencia para que durmieran la siesta

De chicos, les leían libros de ciencia para que durmieran la siesta

Son hermanos.

Uno tiene treinta y tres años.

El otro, treinta y uno.

Pero Emanuel y Nicolás comparten mucho más que el apellido (que, a todo esto, es Giménez).

Ambos se recibieron en la misma carrera, lo que, de por sí, parece ser un dato más.

Ahora bien, cuando se tiene en cuenta que dicha carrera es la de ingeniero nuclear, ya la cosa cambia bastante.

Que en una familia haya un ingeniero nuclear no es algo habitual, al considerar, por ejemplo, la escasa cantidad que se recibe por año en el Instituto Balseiro. Por eso, que haya dos resulta un hecho que escapa a las estadísticas. 

La semana próxima se cumplirán diez años desde que Emanuel obtuvo su título.

Emanuel

Recuerda que fue “el 24 de junio de 2011, poco después de la erupción del volcán”.

“No me voy a olvidar más”, dice.

Aquella vez, las cenizas volcánicas arruinaron gran parte de los festejos, con parientes y autoridades que no pudieron llegar a la ciudad.

Pero la cuestión acá, más que la erupción del Puyehue -que claramente es todo un tema, pero no para tratar en esta ocasión-, es la coincidencia en la elección de la carrera.

“Siempre nos gustó la ciencia”, indica Emanuel, el hermano mayor, y menciona que un factor determinante fue la influencia materna.

Ahora bien, el porqué de la importancia de la mamá no es el que uno puede llegar a imaginar.

Emanuel y Nicolás nacieron en Cipolletti.

Cuando eran chicos, la familia se mudó a Santiago del Estero, por cuestiones laborales del padre.

En aquel lugar, donde el calor lleva a la siesta obligatoria, los hermanos no querían saber nada de acostarse a dormir durante la tarde.

Y ahí la mamá utilizó el ingenio.

Pensó en leerles algo, pero claramente un cuento, a esa hora, no depararía el sueño, sino más bien podía llegar a despertar la atención de los niños y despabilarlos, así que optó por otro tipo de libros.

Una tía, que era docente, les había obsequiado unas enciclopedias llamadas Tecnirama, para que utilizaran cuando debieran hacer tareas para la escuela.

Obviamente, al repasarles en voz alta esos manuales de ciencia, los chicos se dormían. El objetivo estaba cumplido.

Lo que no imaginó la mamá es que, por más que los nenes no comprendían demasiado de esas lecturas, algo retenían.

“Así empezó nuestro acercamiento a la ciencia”, puntualiza Emanuel.

“Por ejemplo, nos hablaba de la inercia (que es la propiedad de los cuerpos de mantener su estado de reposo o movimiento si no es por la acción de una fuerza), y nosotros hacíamos chistes con eso y volvíamos a leerlo”, narra.

“En la escuela teníamos mucha facilidad para las ciencias exactas, como las matemáticas, así que desde chiquitos sabíamos que íbamos para ese lado”, añade.

Y revela que la madre también tuvo que ver con la elección del Balseiro como sitio para seguir el aprendizaje, ya que solía hablarles de ese instituto cuando surgía el tema de la carrera.

“A mí me gustó mucho el perfil de ingeniería nuclear, porque no solo se trata de ciencia aplicada, sino que posee una veta tecnológica muy importante”, detalla Emanuel.

Nicolás

Nicolás, en tanto, entre risas rememora que, en su caso, hubo algo que sucedió en el secundario que le hizo ver con buenos ojos a la energía nuclear: “Nos dijeron que, con reacciones nucleares, podías convertir el mercurio en oro”, comenta.

“El viejo sueño del alquimista”, le dice Emanuel, a lo que Nicolás suma: “En aquel momento, yo pensé: 'Quiero ser uno de esos tipos’”.

“El proceso físico que nos describían resultaba fascinante para disparar la imaginación de un muchacho”, sostiene.

“Ahí me decidí por la energía nuclear”, afirma Nicolás, quien finalmente nunca transmutó el mercurio en oro, ya que sus investigaciones lo llevaron para otros lados, aunque sí conoció a varios ingenieros que lo habían hecho.

Por más que coincidieron en la elección de la carrera, no fue algo que resolvieron juntos, sino que llegaron a la misma conclusión, pero cada cual analizándolo por su parte.

En un momento escribieron un correo electrónico al Balseiro, sin pensar que les contestarían, pero la respuesta llegó, y con una explicación clara acerca de qué carreras podían seguir durante dos años para luego realizar el curso de ingreso riguroso por el que hay que atravesar para estar en la entidad, y así estudiar los tres años restantes.

Por aquel entonces, hacía rato que habían regresado a Cipolletti, y en la biblioteca de esa localidad encontraron un libro llamado La Guía del Estudiante. 

Vieron los planes de estudio de todas las carreras, y, entre las factibles para después continuar sus estudios en Bariloche, se inclinaron por ingeniería mecánica, porque notaron que era “la que tenía más matemática y física”, según informan.

Así que cursaron dos años en la Universidad del Comahue de Neuquén, y luego, primero Emanuel, y después Nicolás, arribaron al Balseiro para transformarse en ingenieros nucleares.

En la actualidad, ambos trabajan para la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), y forman parte del proyecto Carem 25, el primer reactor nuclear de potencia diseñado y construido íntegramente en la Argentina.

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