REENCUENTRO EN EL CORDILLERANO

| 19/05/2021

Con trece años Pablo volvió a abrazar a quienes le salvaron la vida

Con trece años Pablo volvió a abrazar a quienes le salvaron la vida
Fotos Matías Garay
Fotos Matías Garay

Pasaron más de diez años para que Mariano vuelva a tener entre sus brazos a Pablo, un nene que empieza a dar cuenta de sus primeros rasgos adolescentes. La primera vez fue debajo del agua, y Pablo tenía apenas 15 días de vida cuando la fatalidad marcó un capítulo trascendental para él y su familia. El auto en el que viajaban se cayó al lago. Un emotivo reencuentro que tuvo lugar en la redacción del diario El Cordillerano y que sumó a otros protagonistas fundamentales.

Se abrazan, comparten risas y caricias cómplices. Nos invitaron a su reencuentro.

¿Cuánto aguantás abajo del agua? indaga Mariano. Pablo Sebastián admite "perdí el don". Las risas de nuevo nos invaden. El tiempo transcurrido permite una humorada a una situación límite.

Pablo Sebastián es robusto. Se expresa con pocas pero demoledoras palabras. De yapa las preguntas arrancan por él y ni siquiera recuerda lo que ocurrió. Su registro del infortunio es nulo, ¡tenía quince días de vida! Cuando avanza la charla admite que recibió mucha información junta y dispara: "Yo digo que tuve mucha suerte, porque de no haber sido por ustedes, sinceramente yo no estaría acá. Fue mucha suerte. Demasiada".

Lo que siguió fue un silencio atronador y la vista empañada. Los "ustedes" son Mariano Campi y Pablo Sebe. La experiencia traumática que les tocó atravesar, obligó a los dos a dejar a un lado el recuerdo y a guardarlo en un rinconcito de la mente para eliminar los fantasmas que la cabeza no tarda en traer a la vida cotidiana. El recuerdo resultaba demasiado perturbador.

"Ahora con el paso de los años y con el final feliz, y después de haberlo charlado mucho, mucho, uno puede tener una charla relajada. Pero no fue lo que nos pasó, me atrevo a decir a los dos, porque nosotros nos conocemos y nos hemos encontrado y hemos hablado de esta situación. Para nosotros fue una historia de terror. Lejos de ser la historia del héroe, fue una historia muy, muy de terror", advierte Mariano. 

El domingo 3 de febrero de 2008, centenares de vecinos disfrutaban la postal clásica de un verano barilochense. Cada uno en lo suyo pero todos en la misma: lago, playa, amigos, familia, disfrute. Y de repente un trueno: piedras que caen al compás de un automóvil que abandona el serpenteante y estrecho camino de montaña y barranco abajo se dirige sin demoras a las aguas del lago Moreno.

En el vehículo, Pablo Sebastián de apenas quince días de vida, su madre Vanesa de 16 años, su tía, su abuela y la pareja.

Algunos son despedidos en el recorrido descendente. Otros permanecen dentro del vehículo mientras este golpea contra el agua, queda por un instante apoyado sobre la superficie y desaparece, dejando tras de sí una catarata de piedras y tierra.
La escena es dantesca. Invade un fuerte olor a nafta. Gritos. 

El destino ubicó a quienes hoy se reúnen, en el mismo lugar y a la misma hora, en torno a una emergencia desesperante.

Pablo Sebe pasaba el día de playa con su hijo de 9 años, por entonces era bombero y tenía conocimiento en determinados patrones de conducta que debía seguir para procurar una ayuda efectiva a los damnificados del hecho. Tomó su automóvil, condujo hasta el lugar y, sabiendo que sus compañeros de cuartel reconocerían el vehículo, lo dejó como seña en el camino, para que las dotaciones encontraran rápido el lugar exacto del hecho.

Mariano Campi pasaba el día junto a su familia y amigos, festejando el cumpleaños de su hijo menor. Hacía muy poco había regresado de un extraordinario viaje por Sudamérica a bordo de un viejo y noble Bedford de la década del 50. Sintió tanta hospitalidad y recibió tantas acciones solidarias durante su travesía, que estaba deseoso porque algo le aparezca por delante para ayudar, para extenderle su mano a alguien.

Y ese momento apareció y lo llevó a descubrirse: "Actué frío y calculador como pocas veces en mi vida ante una situación tan dramática". Mariano se zambulló y pensó en la economía del movimiento y en la técnica: "yo tengo que nadar para ayudar a algún sobreviviente si lo hubiere, llegar a ayudar no a pedir ayuda", reflexionaba en el momento.

Pablo dejó su auto en el camino y en el descenso hacia el lago fue encontrando a las otras personas que viajaban en el Ford Falcon. El griterío era incesante y no hubo más que tirarse al agua y comenzar a buscar al bebé.

Mariano y Pablo se conocían de antes y se encontraron en el agua. "Todo era locura, pánico, una carrera contra el tiempo, nos mirábamos la cara y no sabíamos qué hacer". La adrenalina y el agotamiento, sumado a los desprendimientos de piedra y tierra, la turbiedad del agua y los vapores de la nafta desprendida del vehículo lo dificultaban todo aún más.

En tanto, Vanesa, estaba en la orilla gritando desesperada. "Como una loca", lo resume hoy. Estaba en estado de shock, naturalmente.

Pablo y Mariano se sumergían en el agua buscando incansablemente dar con el automóvil, pero a partir de los gritos que venían de la orilla, decidieron cambiar la estrategia. Hoy cuentan que esperaban el arribo de poco menos que un Dios que resolviera el asunto cuando escucharon que había llegado al lugar un buzo. En realidad se trataba de un comerciante local que probaba un traje de neoprene. Otra de las tantas personas que ofreció su ayuda.

Mariano se detuvo. Bajó sus pulsaciones y se impulsó con una piedra desde la orilla para alcanzar mayor profundidad que en las anteriores incursiones. Pablo intentó imitarlo pero debió regresar a la superficie a buscar aire. Mariano siguió y alcanzó a ver algo blanco. "Parecía una bolsa de residuos", cuenta hoy. "Seguí nadando, me olvidé que me faltaba el aire". Una vez que lo alcanzó "no había tiempo de nada, me ahogaba yo. Me di cuenta que era un cuerpito y salí".

El relato estremece. Ahora aparecen espacios para la pausa, para encontrar las palabras y soltarlas. Pero en el momento no había tiempo de nada. Habían transcurrido varios minutos desde que Pablo Sebastián se hundió en el agua fría patagónica, con apenas quince días de vida.

Ya en la superficie tomó la posta Pablo. Subieron al bebé a una lancha y lo ayudaron a él también a subir. Hasta la orilla fue haciéndole maniobras de resucitación. Aún guarda dos imágenes que lo impactaron: el color que tenía el bebé, un color azulado, y su tamaño. Tan pequeño y tan frágil. 

La memoria de Vanesa lo refuerza. Pero alude directamente a la coloración de los labios de su pequeño bebé.

Cuando Pablo Sebastián reaccionó llegaron a la orilla. De esa escena se desprende la fotografía que alguien captó en el momento. Una imagen icónica de esta historia dramática, con final feliz. Pablo buscaba entre la gente algún conocido, algún bombero o policía que lo ayude a preparar la evacuación y se acercó una médica pediatra y él le entregó el bebé.

En la desesperación llegó al lugar Vanesa, la joven madre de Pablo Sebastián. También llegó la policía e inmediatamente partieron en el patrullero rumbo al encuentro con la ambulancia. "Todo fue así, no hubo ni dudas ni nada. He hecho simulacros y los simulacros no salen tan bien", reflexiona Pablo a la distancia.

A poco de andar, Pablo Sebastián, Vanesa y la doctora, se bajaron del patrullero y se mudaron a una ambulancia de Gendarmería Nacional que prestó colaboración. Más adelante en el camino, cruzaron a la ambulancia del Hospital Zonal y nuevamente cambiaron de vehículo hasta llegar al nosocomio. "Cuando llegamos al hospital nos separaron, no lo vi en todo el resto del día", recuerda Vanesa.

En la playa en la que ocurrió el accidente, la gente colaboraba con las otras personas que viajaban en el Falcon, y Pablo y Mariano continuaban a la cabeza del operativo de rescate y asistencia.

Pero luego el día siguió. Evacuados los heridos, Mariano regresó a la playa con su familia, a festejar el cumpleaños de su hijo. Ya no pudo festejar. "Estaba con la cabeza así, temblando de frío, llorando, escondidito en un lugar, entramos en shock nosotros, nos cayó todo junto", asegura. 

El día terminó pero ninguno de los protagonistas lo advirtió. Vanesa pudo ver a su hijo al día siguiente y empezó un proceso en donde lo más angustiante resultaba el informe médico. "Los doctores nunca te dan la esperanza. Te dicen más o menos para que estés ahí. Ni que sí ni que no. Yo le preguntaba '¿va a vivir?' y me decían 'no sé, hay que ver, por ahora no reacciona. Estamos esperando que reaccione'". A la distancia lo entiende.

Los días que siguieron fueron de intensa actividad, de espera, hasta que Pablo Sebastián se recuperó, abandonó la terapia intensiva y el respirador artificial, logró que su cuerpito responda y se valga por sí mismo.

Para Mariano y Pablo el asunto no había terminado. A partir del día siguiente fueron víctimas de un acoso periodístico que desconocían e intentaron todas las maniobras que pudieron para escapar a la requisitoria. Los dos recuerdan que no podían ni hablar, que lloraban cada dos palabras. "Yo siempre pienso si hubiese sido fatal. Si nos afectó como nos afectó un final feliz", plantea Mariano dejando los cabos sueltos.

Cuenta también que al momento en que a Pablo Sebastián lo retiraron del respirador artificial, un amigo le informó y se acercó al Hospital Zonal. "La veo a una enfermera, se me caían las lágrimas. Le pregunté y le digo 'yo lo saqué del agua'. 'Sí, sí, sí, pasá -me dijo-, tocalo'. Yo no me animaba, le hice una caricia, le agradecí a esta chica y me fui".
Pablo reconoce: "Yo traté de desconectarme, fui una vez a verlo, al año".

La transcripción de este encuentro fue alterada en su orden. Un poco del final y otro poco del principio. Porque los recuerdos van aflorando de a poco. Porque a medida que avanza la charla todos nos aflojamos.

Yo solo estoy presenciando este reencuentro, no estuve ahí,  pero se me ocurre que este es un recuerdo que podemos tener como algo maravilloso, porque es maravilloso lo que finalmente ocurrió y lo señalo a Pablo Sebastián.

Mariano apoya mi moción y confirma: "La verdad que sí, maravilloso". Pablo concluye: "Ayudó que era tan chiquito".

Este encuentro conmovedor al que hemos sido invitados va llegando a su fin. Hay bromas y fotos. Resulta que Pablo Sebastián salió guitarrero, como su abuelo Nicasio, y de ahí al asado no faltaba nada. Así que surgió la idea. "Organizamos el asado", apuró Vanesa sin dudar. "Yo tengo el contacto de todos", aseveró Mariano al asumir espontáneamente el rol de capitán del encuentro culinario. Matías, que todavía estaba con su cámara en la mano y atento a la charla, se invitó con total desparpajo. La "Comisión de la fiesta" confirmó que si aporta el postre será bienvenido.

De nuevo los abrazos. Aún en tiempos de estrictos resguardos sanitarios. Resultan incontenibles. Son los protagonistas de una historia de terror, pero con final feliz.

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