EL CASO DEL ASENTAMIENTO OJO DE AGUA

| 04/05/2021

Los comedores y su función de contención social

Los comedores y su función de contención social

El daño económico que causó la pandemia es notorio.

Los comercios tuvieron su “veranito” en la temporada estival, pero el parate ya se siente.

De por sí, mayo históricamente es un mes complicado para los negocios barilochenses, pero, en estos tiempos, mucho peor.

Eso, desde lo comercial.

Pero hay que pensar que, detrás de todo, está la gente.

Los propietarios, o aquellos que alquilan, ven con temor lo que pueda suceder en los días venideros.

El invierno, que antes era la gran esperanza, hoy es un fantasma, que puede transformarse en un ser amigable tanto como en una monstruosidad; resulta una incógnita.

Y, como siempre se dice, Bariloche vive del turismo.

El ingreso generado a partir de los visitantes entra en una gran rueda, donde, en diferentes grados, claro, se distribuye entre los ciudadanos.

Pero si eso se frena, ¿qué sucede?

¿Y qué pasa con el otro Bariloche?

El que no sale en las postales.

Es inimaginable lo que hubiera sucedido el año pasado si no hubiesen estado los comedores. Los que ya existían y los que surgieron por la problemática que se vivió.

Uno no puede ponerse contento por su existencia, porque el hecho de que los haya responde a que las cosas no están bien.

Pero, por obra y gracia de esos sitios, una gran parte de la población, en 2020, estuvo medianamente contenida.

El invierno pasado fue duro en general, y para muchos pobladores, más de lo imaginable.

Los testimonios que se escuchaban en los comedores (casi siempre llevados adelante por mujeres) referían a personas que nunca habían ido a solicitar comida y acudían por una vianda con vergüenza (un sentimiento entendible, pero que, en esos casos, no tendría que existir, ya que, a veces, la vida aprieta con crueldad).

Lo curioso -o no tanto, si se tiene en cuenta que sabe lo que es sentir en carne propia la necesidad, o bien la cercanía del dolor- es que, en general, suele ser la propia gente humilde la que decide dar una mano y levantar un lugar de ayuda.

En el barrio Omega, por ejemplo, si se toma la calle Carlos Wiederhold, en una hondonada, hacia el final del camino, se observa el asentamiento Ojo de Agua, que nació el 1° de febrero de 2020, cuando un grupo de personas en situación de vulnerabilidad decidió instalarse, al principio, solo con carpas.

El lugar era un basural, pero fueron los mismos asentados quienes lo limpiaron.

Había de todo, desde desechos minúsculos hasta restos “fósiles” de autos.

Hoy, el sitio está limpio.

Solo se observan pastos crecidos en algunos lugares, pero eso sucede en los sectores donde todavía no vive nadie.

Si bien todo el terreno está dividido, y los lugares asignados (ya a mediados del año pasado, los ocupantes aclaraban que no podía ingresar nadie más, porque no quedaba un rincón que no estuviera destinado a alguien), existen partes donde todavía no se levantaron viviendas, debido a que quienes están a cargo se encuentran sin trabajo y no encuentran manera de solventar lo mínimo requerido para hacer una casilla.

Pero de los veinticuatro grupos familiares que proyectaron irse a vivir allí, once ya lo están haciendo.

Todos son jóvenes.

En su mayoría, parejas con hijos.

Sacan el agua que utilizan de una vertiente natural, que ellos consideran apta para el consumo.

Hay una corriente que también pasa por el lugar, una especie de pequeño arroyo que atraviesa el sitio, pero ese líquido no lo usan porque claramente es inadecuado.

El fuego que necesitan lo hacen con leña, y algunos cuentan con garrafas.

La luz, en tanto, la consiguen como pueden, enganchándose de los cables cercanos.

“El lugar está judicializado. Estamos trabajando en ver cómo resolvemos el tema, siempre comprendiendo la necesidad de la gente. Es un sitio bastante complicado para el asentamiento, pero, de cualquier manera, la idea siempre es resolver la situación”, expresó el titular del Instituto Municipal de Tierra y Vivienda para el Hábitat Social, Javier Giménez.

Pero todo esto viene a cuenta de que, en esa depresión del terreno donde prima la humildad y la necesidad, el año pasado surgió la idea de implementar un comedor.

Un grupo de mujeres, algunas que residen ahí y también parientes de ellas, comenzaron a cocinar y repartir comida y merienda, con la orientación de la Central Lautaro, una línea local de Vía Campesina, movimiento internacional que coordina a pequeños y medianos productores, comunidades indígenas, trabajadores agrícolas, jóvenes sin tierra, etcétera.

Primero suministraban el alimento a los propios pobladores de la toma Ojo de Agua, pero luego, al ver que la necesidad los rodeaba, comenzaron a darle viandas a gente proveniente de diversos barrios, como, por ejemplo, Malvinas, Arrayanes y Nahuel Hue.

Ahora, el escenario, lejos de mejorar, ha empeorado.

Ya no pueden entregar merienda, porque la cantidad de gente que llega es enorme, y no dan abasto.

Pero continúan funcionando como comedor.

Y si reciben alguna donación de facturas o algo similar, en esa jornada la merienda vuelve.

Lunes, miércoles y viernes dan las viandas de comida.

Como mínimo, cada uno de esos días, concurren ochenta personas, pero, en general, suelen ser más: alrededor de ciento veinticinco, todas con su táper u olla, donde ponen lo que se haya preparado para comer.

Antes, las mujeres cocinaban en un par de viviendas ubicadas en el asentamiento, pero hace un tiempo “mudaron” el comedor a la vuelta, por la calle Ushuaia (en el 683 de esa arteria, para ser precisos), donde reside Silvana Velázquez, cuya hija vive en Ojo de Agua.

A partir de una donación del banco Nación, obtenida a través de Vía Campesina, consiguieron un horno y un anafe.

Por colaboraciones alcanzadas por la misma organización, cuentan con unos treinta y cinco mil pesos por mes en mercadería.

Pero eso no es suficiente para preparar comida para tanta gente, así que siempre están en busca de ayuda.

Y cuando no pueden cocinar, porque ya no tienen nada para dar, se sienten realmente mal.

Sandra Sifuentes, madre de dos muchachos que viven en Ojo de Agua, cuenta que la idea es volver a cocinar en el propio asentamiento, porque hay un sitio reservado para ello.

Su deseo es ir lo más pronto posible, quizá en junio o julio, pero hay varios inconvenientes: por un lado, si bien está el terreno, y poseen la madera para levantarlo (donación de Parques Nacionales, también por intermedio de Vía Campesina) todavía faltan elementos que colaboren a la edificación. La carencia de agua de red también implica una complicación.

En cuanto a la situación general que observan en los alrededores, las mujeres temen que los problemas vayan en aumento rumbo al invierno, dadas las dificultades que aprecian entre quienes llegan a buscar comida desde distintos barrios.

“Todos se manejan con changas, apenas”, dice Silvana.

“La gente que viene a buscar alimento es porque lo necesita, no porque tiene ganas”, añade Sandra.

“La semana pasada, anotamos a otras dos familias, que preguntaron si podían retirar comida”, apunta luego, antes de pronosticar: “Con estas últimas restricciones, seguro que se van a sumar varias personas más”.

“A nosotros también nos cuesta. Mi marido es albañil, y hace un año que está sin trabajo”, suspira Silvana, por su parte.

Ambas mujeres forman parte del programa gubernamental Potenciar Trabajo, en relación a su colaboración en el comedor, por el que cobran diez mil pesos por mes cada una.

En el caso de Silvana, es el único ingreso en la casa.

Las dos caminan los aproximadamente cien metros que las separan del asentamiento, y ya en esa depresión del terreno muestran la huerta que levantaron algunos de quienes viven allí.

También señalan hacia el lugar reservado a la estructura que albergará al comedor.

Además, cuentan que un sendero que atraviesa el terreno, desde Wiederhold a Ushuaia, está pensado para ser transformado en una calle, en pos de que, en caso de cualquier emergencia, pueda acercarse un vehículo.

Las mujeres presentan a Vanina Merino, quien está desde la génesis del asentamiento. La suya fue la tercera vivienda que se instaló en el lugar.

Vive con su pareja y una nena de cuatro años.

El muchacho consigue alguna que otra vez alguna changa, pero ninguno de los dos tiene empleo fijo.

Ella ayuda en el comedor.

En ese sentido, relata: “La situación en la zona está complicada. A veces la comida no alcanza, y tenemos que sacar de lo nuestro para darle a la gente”.

CONTACTO

Aquellos que quieran ayudar al comedor, con alimento o distintos elementos (les vendría bien una garrafa, por ejemplo, y también clavos y demás cosas que sirvan para la construcción para la sede del lugar), pueden comunicarse a los teléfonos 2944 552145 y 2944 210591, o bien por Facebook, donde el sitio figura como Comedor Ojo de Agua.

La gente del asentamiento, además, agradecerá a aquellos que puedan acercar leña, chapas y nylon, para pasar menos frío en el invierno.

¿Que opinión tenés sobre esta nota?


Me gusta 0%
No me gusta 0%
Me da tristeza 0%
Me da alegría 0%
Me da bronca 0%
Te puede interesar
Ultimas noticias