ANDANZAS DE SARMIENTO EN LA ISLA DE ROBINSON CRUSOE

| 16/04/2021

El sanjuanino encontró cabañas escapadas de la novela

Adrián Moyano
El sanjuanino encontró cabañas escapadas de la novela
Sarmiento, cuando trabajaba para el gobierno chileno.
Sarmiento, cuando trabajaba para el gobierno chileno.

Sus moradores era cuatro norteamericanos que recibieron de buen grado la visita de alguien con quien hablar. Según el futuro presidente argentino, no les faltaba nada.

Cuando Domingo Sarmiento y sus compañeros de viaje se aproximaban a la isla Más-a-fuera, divisaron un fogón en la penumbra. Pero el indicio de vida humana pronto desapareció. Las cosas no iban bien para los navegantes porque, para decirlo claramente, no veían nada y corrían el peligro de estrellar su bote contra las rocas de la costa. Después de considerable inquietud, la embarcación dio con una playa, en la más negra de las noches.

El maestro y político argentino relató tales peripecias en “Viajes en Europa, África y América”, obra que publicó en 1849. Transcurría 1845 cuando el barco con que Sarmiento se desplazaba desde Valparaíso a Montevideo dio con una calma chicha cerca del archipiélago Juan Fernández. Para matar al tiempo, un grupo de marinos y pasajeros fueron a entretenerse en la isla que inspiró la novela “Robinson Crusoe”, de Daniel Defoe. La suponían desierta, pero estaban equivocados.

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Aún el bote no encallaba, cuando “al fin el piloto, enderezándose cuan alto es, lanzó un tonante y prolongado grito que solo contestaron, uno en pos de otro, los cien ecos de la montaña. Esto era pavoroso y lo fue más el silencio preñado de incertidumbre que se siguió cuando el último sonido de aquel decrescendo fue a expirar a lo lejos. Después del segundo o tercer grito creímos distinguir otra voz humana que respondía al llamado y no le será difícil concebir que el placer de encontrarnos con hombres hiciese olvidar nuestros deseos pasados”.

El sanjuanino narró estas peripecias en una carta que dirigió a un amigo, vecino de Valparaíso. De ahí su redacción. “En seguida el piloto, no obstante hablar el castellano, dirigió la palabra en inglés a alguno que se acercaba; porque un inglés en el mar no conoce competencia de otro idioma, cual si el suyo fuese el del gobierno de las aguas, como en otro tiempo fuelo (sic) el latín el de la tierra conocida”. En efecto, “en inglés contestaron desde la ribera”.

Pronto supieron los del bote que “vivían en la isla cuatro hombres, en cuyas cabañas allí inmediatas podíamos pasar la noche”. Los inesperados anfitriones se regocijaron ante la oportunidad de hablar con alguien. Después del primer encuentro, pudo establecer Sarmiento que los moradores de la isla Más-a-fuera eran norteamericanos. Sus viviendas parecían escapadas de la novela.

“Cajas, barriles y otros útiles que acusaban su procedencia de algún buque naufragado, muebles improvisados y sugeridos por la necesidad y algunas reses de montería colgadas, mostraban que no carecían absolutamente de ciertos goces ni de medios de subsistencia”. El “padre del aula” pareció envidiar la libertad casi absoluta en la que vivían los isleños, aunque, cuando llegó el momento, todos los pasajeros retomaron su viaje.

Adrián Moyano

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