LAS GOLONDRINAS, FUEGO Y DESPUÉS…

| 16/04/2021

Sandra y Ángel, ¿cómo siguió la historia que conmovió a todos?

Christian Masello/ Fotos: Facundo Pardo
Sandra y Ángel, ¿cómo siguió la historia que conmovió a todos?

Hay veces en que Sandra Argel todavía sueña con el fuego.

Aquella tardecita del 9 de marzo vuelve a presentarse en su cabeza, con las llamas avanzando a su espalda.

Fue cuando llamó a Ángel Oyarzo, su marido, brigadista, que estaba apagando las llamaradas en dos viviendas ubicadas en otra zona y debió salir corriendo para llegar hasta su casa, en el paraje Las Golondrinas, y, al arribar, ver el hogar envuelto en un resplandor perverso.

Aquella noche eterna, Ángel debió dar por perdida la edificación y dedicarse a impedir que el incendio avanzara sobre la casa de su hijo, Abel, ubicada al lado.

Lo logró.

El fuego no dañó aquel hogar, que justamente es donde ahora está Abel, quien atiende y enseguida parte hacia un costado, a una pequeña casa, de la que pronto emergen Sandra y Ángel.

Están parando en ese lugar, que todavía no se encuentra terminado y pertenece a la mamá de Ángel.

La señora vive en la ciudad, así que ellos pasan estos días ahí, sin calefacción, a la espera de finalizar un sitio en el que están trabajando.

Pero, en ese sentido, se debe apuntar que realmente han avanzado mucho en escaso tiempo.

En sus rostros hay sonrisas que hace poco más de un mes parecían perdidas para siempre.

La solidaridad de las personas, conocidas y anónimas, les brindó un refugio donde guarecer el alma.

Aquellos primeros días, tras el aliento del fuego que arrasó la tierra, cuando más lo necesitaban, llegaba gente que preguntaba en qué podía ayudar.

Hubo quien trajo cemento.

Otros arrimaron azulejos.

Comida y ropa, en cantidad. Tanta, que Sandra y Ángel decidieron repartir las cosas entre otros vecinos que también habían sido damnificados.

Además, cuentan que recibían llamadas desde todo el país, ya que, debido a la nota publicada en El Cordillerano (titulada “Acababa de salvar dos casas del fuego, y las llamas consumieron la suya”), la historia del hombre acostumbrado a combatir los incendios para salvaguardar las pertenencias y vidas de otros, pero que había tenido que ver cómo su hogar se transformaba en cenizas, caló profundo en la población.

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Desconocidos marcaban el número del celular de Sandra y le pedían el CBU, para realizar depósitos.

El matrimonio está muy agradecido.

También hubo periodistas que les contaban, desde rincones alejados, que lo sucedido había llegado a ellos a través de un artículo de un diario barilochense, y les pedían que volvieran a relatar la jornada de los incendios.

Ahora, en este rincón a la vera de la Ruta 40, vuelven a caminar junto al cronista que la mañana posterior a la jornada apocalíptica los había encontrado con la mirada extraviada, al lado de ese muñón en el piso, donde antes había estado su hogar.

Pero, en la actualidad, junto a ese monolito chato, que perdura como recuerdo del horror, se levanta una estructura que ya está casi lista para ser habitada.

Donde había una especie de cobertizo, del que se salvó el techo, Sandra y Ángel están construyendo la vivienda donde pasarán los meses fríos por venir.

Calculan que en diez días estará terminada.

Habrá una habitación amplia -donde también dormirá la hija menor de la pareja-, una cocina comedor, un pequeño lavadero, el baño…

“Acá no paramos nunca”, dice Ángel, sonriendo.

“Un poco nos donó la gente, otra parte la compramos con un ahorro que teníamos… Una vecina adquirió un terreno aquí al lado hace como tres años, porque tenía pensado hacer unas cabañas, nos había dejado ladrillos para que le cuidáramos. Le pedí si me los prestaba, hasta que pudiera pagarlos; ella me contestó que usara todos los que quisiera, pero mi intención, apenas tenga la posibilidad, es darle lo que corresponde”, indica el hombre.

Camina y observa a los costados.

“El pasto ya está creciendo…”, apunta.

Y es cierto, el verde le quiere ganar a ese tono negruzco que lo había “comido” todo.

Ángel se tomó unos días en el trabajo, es decir que no le tocó enfrentarse con ningún otro incendio desde aquella noche en vela, cuando lloraba la pérdida de su casa y protegía la de su hijo.

Cabe recordar que, además de su labor en el combate de incendios, Ángel tenía una especie de pequeño aserradero, que ayudaba a apuntalar la economía familiar.

Pero todo se lo llevó el fuego: maderas, herramientas, tractor…

Sin embargo, lo que las llamaradas no pudieron arrasar fue el recuerdo de los clientes.

“Se ve que los atendíamos bien…”, se atreve a bromear Ángel, ya con el ánimo restablecido a partir de la solidaridad de la gente.

Sucede que muchos de aquellos que le compraban madera fueron quienes vinieron a asistir al brigadista en la nueva construcción.

Además, también aparecían rostros que nunca había visto, pero igual se sumaban a poner el hombro.

Lo que nunca supo fue si, entre esos desconocidos, estaban los propietarios de las casas que él salvó del fuego en el mismo momento en que ardía la suya…

Pero, por ahora, piensa en que pronto ya estará instalado en la vivienda que está levantando, y, junto a su familia, no pasará frío en el invierno.

Además, en una visita al centro de la ciudad, se enteró de la existencia del Programa de Reconstrucción y Asistencia Financiera, destinado a la construcción y reparación de viviendas afectadas por los incendios en la zona cordillerana, impulsado por el Instituto Provincial de la Vivienda (IPV) de Chubut, donde se prevén subsidios para obras de casas nuevas de hasta cuarenta y cuatro metros cuadrados, por dos millones ochocientos mil pesos, a tasa cero y con un año de gracia.

Ángel piensa seriamente en tomar uno de los créditos, para, más allá de que está por terminar la casita donde pasará los meses invernales, construir una residencia que sea un eco sólido de la que el fuego se llevó.

Aún no sabe si en el mismo sitio donde estaba la otra, o bien en una parte distinta del terreno, pero tiene ganas de meterse en el proyecto, y eso –el apetito de ponerse en acción–, tras la desgracia sufrida, quiere decir que el respaldo de la gente -tanto aquella a la que conoce por el nombre y el apellido, como la que vio por vez primera cuando más lo precisaba- sirvió para tomar impulso.

Y ahora no lo frena nadie.

A su lado, Sandra borra de un manotazo al aire aquellas pesadillas de fuego que suelen tomarla por la noche.

Prefiere volcarse en la misma ilusión de Ángel, pensando en el porvenir.

Christian Masello/ Fotos: Facundo Pardo

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