MURIO EN BERLIN

| 28/02/2021

Según Antony Beevor, no hubo sobrevida de Hitler en Bariloche

Adrián Moyano
Según Antony Beevor, no hubo sobrevida de Hitler en Bariloche

El historiador británico rehízo con lujo de detalles cómo fueron los últimos momentos del líder nazi en su bunker de la capital alemana. Se basó en informes soviéticos de Inteligencia y en otros testimonios.

Para el historiador británico Antony Beevor no hay duda alguna: Adolf Hitler dejó de existir el 30 de abril de 1945 en su bunker de Berlín, después de quitarse la vida a través de un disparo. Junto al de su esposa Eva, su cuerpo fue incinerado en el jardín de la Cancillería del Reich, frente a unos pocos testigos. Según su investigación, no hay chance alguna de que el líder nazi escapara de Alemania y, menos aún, de que gozara de una suerte de sobrevida en Bariloche o noroeste patagónico.

Beevor estudió historia militar e, inclusive, sirvió durante cinco años en el Ejército Británico. Hasta el momento, escribió 12 libros de no ficción y sus trabajos fueron traducidos a 35 idiomas. Vendió nada menos que ocho millones de ejemplares. Los párrafos que traemos a colación para este recorte de El Cordillerano, forman parte de “Berlín. La caída: 1945” (Crítica – 2015). El libro es de lectura imprescindible para quienes se interesen por conocer los últimos momentos de la Segunda Guerra Mundial en Europa.

Así se produjeron los acontecimientos de aquel día. “Antes de comer, Hitler convocó a su ayudante personal, el Sturmbannführer Otto Günsche, y le dio instrucciones detalladas acerca de lo que había de hacer con su cadáver y el de su esposa”. Entre paréntesis, el autor añadió que “tras una pormenorizada investigación llevada a cabo durante los primeros días de mayo, el SMERSH llegó a la conclusión de que el chofer de Hitler, Erich Kempka, había recibido órdenes el 29 de abril, un día antes, de enviar bidones de gasolina desde el garaje de la Cancillería”. El SMERSH fue uno de los servicios de Inteligencia soviéticos, especializado en contraespionaje. De hecho, su nombre proviene de la abreviatura de “Muerte a los espías”, obviamente en ruso.

Después de darle instrucciones a Günsche, “el Führer almorzó con su dietista, Constanze Manziali, y sus dos secretarias, Traudl Junge y Gerda Christian. Eva Hitler, que al parecer había perdido el apetito, no se unió a ellos. Pese a que el dirigente nazi daba la impresión de estar tranquilo, apenas se entabló conversación alguna”, según la puntillosa reconstrucción de Beevor.

Despedida

Añadió el investigador que “tras la comida, se reunió con su esposa en el dormitorio de ella. Poco después aparecieron ambos en el pasillo de la antecámara, donde Günsche había reunido a su círculo más íntimo. Goebbels, Bormann, los generales Krebs y Burgdorf y las dos secretarias se despidieron por última vez”. El primero era el ministro para la Ilustración Pública y Propaganda; el segundo jefe nominal del Partido Nazi y secretario privado de Hitler, el tercero un militar de Infantería y el cuarto, jefe del Estado Mayor.

“Magda Goebbels, que se hallaba angustiada a todas luces, permaneció en la habitación del bunker en la que se había alojado y que había pertenecido al doctor Morell”. La primera era la esposa del ministro de Propaganda y el segundo, el médico personal del líder nazi. “Hitler llevaba su atuendo habitual, que consistía en “pantalones negros y chaqueta militar de color gris verdoso”, junto con una camisa blanca y una corbata. Por su parte, Eva Hitler lucía un vestido oscuro “con flores de color rosa en la parte delantera”. Beevor extrajo la descripción de la vestimenta de la investigación del SMERSH.

Durante el encuentro, “el Führer dio la mano a sus más allegados con gesto distante antes de dejarlos”, según el británico. Llamativamente, “en lugar de un silencio sepulcral, lo que se apoderó del lugar fue la algarabía procedente del comedor de la Cancillería del Reich”. A tal punto que “Rochus Misch, telefonista de las SS, recibió órdenes de llamar para poner fin a tamaña frivolidad; pero nadie contestó. Entonces se envió a la parte de arriba a otro guardia para que detuviese aquella francachela”. Aparentemente, no logró su cometido.

Mientras tenía lugar ese curioso episodio, “Günsche permaneció en el pasillo, junto con otros dos oficiales de las SS, a fin de encargarse de que el Führer pudiera conservar su privacidad durante sus últimos momentos. Sin embargo, tampoco en esa ocasión pudo lograrse, debido a las súplicas de Magda Goebbels, que deseaba verlo. Al final pasó por delante de Günsche al abrirse la puerta, pero el dirigente nazi la hizo salir. Ella regresó a su habitación entre sollozos”.




El bunker, en la Cancillería del Reich


“Al parecer, nadie oyó el tiro que se descerrajó Hitler en la cabeza”, estima Beevor. ¿Sería por aquella insólita francachela? “Poco después de las tres y cuarto de la tarde entró en la sala de estar del Führer su ayudante de cámara, Heinz Linge, seguido de Günsche, Goebbels, Bormann y el recién llegado Axmann”. El último era jefe de las Juventudes Hitlerianas, uno de los pocos protagonistas de los sucesos que sobrevivió a la derrota alemana y a la caída del régimen nazi.

“Los que quedaron en el exterior se asomaban para ver por encima de los hombros de estos antes de que se cerrase la puerta en sus narices”, reconstruyó el historiador. “Günsche y Linge retiraron el cadáver de Hitler envuelto en una manta de la Wehrmacht, lo sacaron al pasillo y lo subieron por las escaleras hasta el jardín de la Cancillería del Reich”. Después “se subió el cuerpo de Eva Hitler -cuyos labios, al parecer, quedaron fruncidos por acción del veneno-, para dejarlo al lado del de Hitler, a poca distancia de la salida del bunker”.

Completado el traslado, “empaparon ambos cadáveres con la gasolina de los bidones. Goebbels, Bormann, Krebs y Burgdorf se acercaron para darles el último adiós. Levantaron el brazo para hacer el saludo hitleriano al tiempo que lanzaban sobre los dos cuerpos un papel o un trapo encendido. Uno de los guardias de las SS que había estado bebiendo con los que se divertían en el comedor, los observaba desde una puerta lateral. Bajó a la carrera los escalones que llevaban al bunker y comentó a Rochus Misch: ‘El jefe está ardiendo. ¿Vienes a echar un vistazo?’” Así terminó ese capítulo de la historia, el 30 de abril de 1945.

Adrián Moyano

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