ENTREVISTA EXCLUSIVA

| 27/08/2020

Con los graves de Dios, Adriana Varela recuerda al “Polaco” a 26 años de su muerte

Por Christian Masello
Con los graves de Dios, Adriana Varela  recuerda al “Polaco” a 26 años de su muerte

A veintiséis años del fallecimiento de Roberto “Polaco” Goyeneche, Adriana Varela, en una charla íntima, recuerda al dueño de la garganta con arena más sensible.

El Cordillerano: – ¿Cómo fue aquel 27 de agosto de 1994?
Adriana Varela: – Iba todos los días al Anchorena… Me vine a dormir una siesta, porque estaba muy cansada, y mi hija, que era muy chica, me avisó: “Mamá, se murió el Polaco”. “La puta que lo parió”, dije… Yo sabía que iba a pasar, pero me dio bronca… Recuerdo el velorio, pegada a Luisa, su señora, con la que tenemos un gran afecto. Mi mamá es muy amiga suya, hablan todas las noches.

E.C.: – ¿Ibas al sanatorio a diario?
A.V.: – Sí, estaba ahí, pero no lo veía. Le pregunté a Luisa: “¿Querés que entre?”. Me contestó: “¿Vos creés que el Polaco quiere que lo veas así?”. Y yo le dije: “No”.

E.C.: – Uno se imagina a un hombre muy grande, pero en realidad tenía sesenta y ocho años.
A.V.: – Sí, parecía mucho más; era un hombre de gran delgadez, que había tenido una vida muy intensa… Pero, aparte, creo que estaba bastante hinchado las pelotas de vivir con esas limitaciones físicas.

E.C.: – Lo habías conocido en 1989…
A.V.: – Exactamente.

E.C.: – Fue por un reemplazo en el café Homero.
A.V.: – Sí, el dueño del Homero dijo: “Gracias, Adriana, seguí los días de semana”. Entonces, el Polaco contestó: “Si la piba no viene los fines de semana, yo tampoco vengo”. Era su código de lealtad. Me había elegido, de alguna manera, como ahijada.

E.C.: – Poco antes habías visto la película “Sur”, y él, justamente, te cautivó, sentiste una especie de conexión… Luego, lo conociste. ¿Creés en eso que podríamos llamar coincidencias de la vida?

A.V.: – No solo creo, a mí me habían medio preparado… Cuando todavía no cantaba, más que en mi casa, me dieron una carta astral maravillosa, y el que la hizo me dijo: “Tenés que cantar”. Yo respondí: “¿Pero qué canto?” Empecé en el programa de Badía, y me alquilé la película “Sur”, tampoco sé por qué… Para mí, son cuestiones de sincronicidad… En “Matrix”, Keanu Reeves tenía que atender el teléfono o, si no, perdía; bueno, yo lo atendía. Estaba atenta, porque el astrólogo me lo había anunciado: “Van a aparecer ‘personitas’ que te van a traer señales, y vas a recorrer un camino que no imaginás… no te asustes”. Y así fue, con todo… y con todos.

E.C.: – En aquel momento, tenías más contacto con el rock que con el tango…
A.V.: – Sí, totalmente…


E.C.: – Con el Polaco, ¿hablaban de rock?
A.V.: – No hablábamos del rock en sí, pero amaba a los pibes rockeros que lo iban a ver a Homero, como también iban Omar Sharif, Gian Maria Volonté, José Sacristán… gente muy grosa. Nosotros solíamos hablar del lenguaje.


E.C.: – Ahí tenían un gran punto de contacto.
A.V.: – Claro, porque yo estudié lingüística, y él había aprendido gramática por correspondencia. Para nosotros, el lenguaje era un cope, estábamos en nuestra salsa, con esas letras de tango casi filosóficas… Por ejemplo, remarcaba: “Mirá lo que dice acá, esta figura”. Era muy fanático de Homero Expósito. De Enrique Cadícamo, también… pero en el último tiempo tenía un cope especial con Homero. Y quería mucho a Troilo. Cada vez que subía al escenario, se besaba una medallita de una virgen, y decía: “Ayudame, Gordo”. Después, Luisa me regaló esa imagen… El Polaco siempre estaba nervioso. Nosotros decíamos: “No va a poder cantar”. Pero, cuando salía, no sé de dónde sacaba esa polenta, que era tremenda. No es que tuviera toda la voz, pero ponía el cuerpo en el canto; así fue que conquistó a los rockeros: era mucho más que un Joe Cocker argentino.

E.C.: – ¿Escuchás sus discos?
A.V.: – Es lo único que pongo cuando quiero escuchar un tango. El otro día me agarró un ataque con “De barro”. Lo escuché en vivo por él, con Juanjo Domínguez… A mí, me gusta el último Polaco…

E.C.: – Preferís al de los últimos tiempos…
A.V.: – Me llevaba al living para escuchar sus grabaciones, de diferentes épocas: en los mejores momentos, en los medios. Y me preguntaba: “¿Cuál te gusta más?”. Yo le contestaba: “A mí, el último; porque vos fuiste mi mensajero, te escuché así y me gustaste así, y me seguís atravesando así”. Lo dice Cacho Castaña: “Más que cantor, artista…”. Fue un gran cantor, pero después se transformó en un gran artista. Disfruto de todas sus épocas, porque cantaba como la gran puta, pero me emociona el último; me parece una muestra muy grande de entrega corporal, espiritual y, fundamentalmente, artística.

E.C.: – ¿Qué sentís cuando cantás “Garganta con arena”?
A.V.: – Luisa me dice que, cuando la canto, siente que el Polaco baja… Al interpretarla, hay momentos en que me quiebro, y, cuando termino, miro para arriba y tiro un beso. La radiografía que hace Cacho es extraordinaria.

E.C.: – Él también te dedicó una composición a vos: “La gata Varela”.
A.V.: Eso fue maravilloso. Me llamó por teléfono y me dijo: “¿Te puedo hacer un tango?”. Contesté: “¿Me estás jodiendo?”. Y respondió: “No, es más, ya te lo escribí, así que te lo digo”. Y empezó a leerlo… A mí me shockeó mucho, porque es muy fuerte que te compongan algo… Me preguntó: “¿Querés que cambie alguna palabra?”. Le dije: “De ninguna manera, porque esto es una tomografía computada mía”. Siempre pensé que hay gente que te mira, y otra que te ve. Y Cacho me vio, y me describió; exacta.

E.C.: – ¿Por qué creés que el Polaco te eligió?
A.V.: – Siento que me creía. Le gustaba que no gritara, que se entendiera lo que decía. Por eso, Cacho, en “La gata Varela”, dice: “Despacito, poco a poco, para que entiendan la letra”. El Polaco me decía: “Lo tuyo es tan natural... cantás como hablás, no impostás, no mentís”.

E.C.: – ¿Es verdad que te decía que siguieras con los graves, que por ahí andaba Dios?
A.V.: – Sí, y eso era muy fuerte…

E.C.: – ¿Cómo era cantar “Balada para un loco”, con él, en Michelángelo?
A.V.: – El Polaco es lo que impuso. Querían que cerrara él, con “Balada….”. Y él contestó: “No, no, no… yo, solo, no la canto; lo hago con Adriana”. Cuando ahora me la piden, respondo: “No”… aunque es hermosísima. La canté con el Polaco, y, por lo tanto, ahí termina.

E.C.: – ¿Nunca más la interpretaste?
A.V.: – No. Solo con él.

E.C.: – ¿Cómo era eso de que a los dos les gustaban las películas de terror?
A.V.: – Nos pasábamos la data de los VHS. Él me decía: “Te pido, por favor, Adriana, que no me pases películas de terror donde haya chicos”. Ahora no podría ver ni una, porque están todas llenas de niños.

E.C.: – ¿Y su pasión por los pájaros?
A.V.: – Era una cosa que yo no entendía mucho… Él tenía jilgueros, no me acuerdo cuántos, me falta Cacho para recordármelo… En un momento, me dijo: “Te voy a regalar algunos”. Le contesté: “No, de ninguna manera, a mí no me regales ningún pajarito”. Se reía…

E.C.: – Esos cinco años que estuviste cerca suyo…
A.V.: – Fueron una vida.

 

Por Christian Masello

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