MÁS SEMBLANZAS DEL JULIO RIESGO

| 07/08/2020

Reviva los aromas en el Puerto del Capitán

Adrián Moyano
Reviva los aromas en el Puerto del Capitán
El vapor Cóndor.
El vapor Cóndor.

La descripción es tan evocadora como pintoresca. La designación aludía a Daniel Márquez, quien navegaba el viejo “Cóndor”. El primera panadero fue José María Baillet y el peluquero pionero, Juan Neu.

Una pintoresca semblanza del Puerto del Capitán, el primero que funcionó en el pueblo. Y una desoladora descripción de la dureza invernal. Así continúa el primer capítulo de “Bariloche. ¡Cuándo era ayer!”, libro que lleva la firma del ingeniero Julio Riesgo, cuyas primeras páginas comenzamos a rescatar una semana atrás. El volumen se publicó en 1991 por Editorial Melipal y reúne pequeños textos y artículos que su autor editó en forma separada, a veces, con diferencia de décadas.

El capítulo que revisitamos da nombre al libro y se fechó el 3 de mayo de 1981. Al parecer, el escritor lo concibió precisamente, para homenajear a la ciudad ante uno de sus aniversarios. Como era costumbre por entonces, centró su afán en averiguar quiénes fueron los primeros y primeras. “José

María Baillet se establecería como primer panadero, amasando el pan moreno en el horno rústico que hiciera en la ex casa de Wiederhold”, establece la semblanza.

Por su parte, “Juan Neu traería su arte peluquero en buenos tijeretazos y rasuraría crecidas barbas a golpe de navaja; y con María Goye se ensayarían las cataplasmas de molienda de trigo tras ser magullada y golpeada por un árbol al abatirlo con su  hacha”, detalla al texto.

Describiremos el accidente en otra ocasión. Hay que recordar que Riesgo era español de origen, a tal punto que ejerció el viceconsulado honorario de su país durante varios años en Bariloche. De ahí ciertas características de su escritura.

A la incipiente estación portuaria de principios del siglo XX, la describió en el marco de una pregunta retórica: “¿imagináis el primitivo puerto, llamado ‘del Capitán’ (por Daniel Márquez) cerca de los restos del que tuviéramos años ha, constituido por una serie de tablones sobre un terraplén bajo y achatado que se formara con grandes piedras, más un talud defendido por estacadas y troncos muy gruesos?”

La enumeración resalta pintoresquismo. “¿Veis las estibas de bolsas de papas, toda suerte de hortalizas, un conjunto de cereales, las grandes ruedas de alambre de púa, los fertilizantes, el alquitrán en panes, los fardos de escoba, los implementos agrícolas, las piezas de mercería, las bebidas para los paladares? ¿No llega el olor a cebollas y ajos que vienen en ristras, el kerosene en una especie de cántaros, el pescado ‘curado’ que está abierto en cruz sobre cañas de coligüe, las drogas?” Gran riqueza descriptiva.

Tremendos inviernos

Acto seguido, Riesgo se dejó conmover por el padecimiento invernal de algunos vecinos, que dejaron constancia de sus privaciones. “Tengo ante mí unas líneas que datan del nacer barilochense. Las trazó viejo poblador y las copio textualmente”, avisaba. “Menos 2 grados C. y 695 mms. Algo viento del SSE. Heló fuerte a la noche. La nieve no se derrite entre tanto y quién sabe por cuántos días. No puedo resistir mucho en manejar leña y el hacha. Soñé con que estaba aquí el vapor”. Adviértase la importancia que tenía 125 años atrás el lago como medio de comunicación.

Entre paréntesis, el autor aclaraba: “Documento real, de puño y letra. Corría 1905 y reflejaba la perenne lucha en plena soledad por uno de tantos pioneers y colosos”. Todavía se usaba el vocablo en inglés… El paréntesis que sigue, está en el original de Riesgo. “En otra hoja (son Memorias) se lee: ‘’7 am, menos 8 grados C y 665 mms. Tengo 70 centímetros de nieve y sigue cayendo gruesa y espesa. Por Dios no se concluye. Cuánta fatiga y frío me cuesta la leña y no se ve nada ni sé nada de nadie. Es triste de veras vivir aquí. Hoy unas pocas alverjas que limpio y muelo hago tortas y  hago café amargo”.

El aislamiento al cual estaba sometido el antiguo vecino, devino en desabastecimiento. Continúa Riesgo: “Y en otro lugar, leo y transcribo: ‘El tiempo está maleándose, sin harinas 3 meses, sin yerba son 2, no me queda grasa, nieva grueso, nadie llega. La pobre gata empeoró y al morir la enterré en el hueco del palo que cayó sobre el rancho en junio del año pasado”. Hay que dar la razón cuando los de más años dicen, ¡nevadas eran las de antes!

La narración se torna un tanto confusa, pero al parecer, Riesgo pudo establecer quién fue el autor de los testimonios precedentes. “Escribió el meteorologista (sic) Federico Eduardo Baratta, con cargo ‘ad honorem’ autorizado por tal cometido en 1905. Se recibió en su Italia, de perito minero y guardó su diploma. Era de Belluno y cumplió el servicio militar con Capraro en el mismo regimiento”.

Como estaba ante un 3 de Mayo, completó el escritor: “muchos nombres, muchísimos, asoman en esta hora a mi memoria entre un revoltijo de papeles y documentos. Una emoción me impregna y pareciera formarme un nudo en la garganta. Pero, fuerzas llegan aún para mentar nombres como Nogués, Tauschek, Zunzunegui, Ferrua, los Márquez, los Gigins, los Gelain, Longaretti, Mermoud, Smith Veck, Iturra, Yung, Pietrapiana, Karsting, Niebhur, Newbery, Neil, Alaniz, Pllegrin, Festa, Potoff, los Goye, Beovide, Millaqueo, los Parsons, Gregorio Ezquerra, Evaristo Gallardo (el escritor de las cosas nuestras) y más, más más”, añadía.

“Sus siluetas parecieran recortarse en este día. En este 3 de mayo, a los 79 años del nacer oficializado barilochense aunque daten vidas y actividades de fines del anterior siglo”, aclaraba la reconstrucción. “Suenen campanas, toquen clarines, recen los labios. En don Manuel Cejas, último desaparecido, un ¡presente! y en él a todos”, exhortaba su rememoración. Suponemos que el mencionado, había fallecido recientemente. Valioso retazo de historia.

El vapor Cóndor.

El Otto del cerro

Según pudo reconstruir Julio Riesgo, Otto Goedecke tenía 33 años en 1897. Fue obra suya “el primer tambo del Nahuel Huapi, gustaba de los frutos del calafate”, añade su crónica. Al parecer, se valió como fuente de algún escrito o entrevista a Benito Vereetbrügghen (sic), quien a su vez explicó que Goedecke “de Pilcañeu vino al Otto. Media casa era de rollizos de ciprés con techo de tejuelas a hacha”.

Otra fuente: “en abril de 1897 ya daba referencias de él Juan Steffen, cuando ascendió al cerro”. Según el último, Goedecke “tenía una majada de ovejas en 1897; y papas, arvejas, etc.”. Por su parte, el ayudante Lehmann, de la 7ma Subcomisión de Límites (Riesgo no anotó su nombre de pila) el 2 de septiembre de 1898, escribió que el cerro “a cuyo pie moraba se llamó Goedecke y Gödicke y Ottoshoehe”.

Una más: “Por el Km 2 ½, hacia Llao Llao, ahí vivía Otto cuando yo vine”. En este caso, el testimonio pertenece a Nicolás Márquez, quien según Riesgo había nacido en Chonchi (Chiloé) el 6 de junio de 1881 y “actuó en el arrastre de la maquinaria del ‘Cóndor’ sobre rieles de coihue con un toro castrado llamado ‘Cornabuey’”. Más tarde, “fue peón de Christian Bock en Playa Bonita y Puerto Manzano durante 7 años”.

Además, “navegó con su hermano Daniel y más tarde” trabajó “de práctico y baqueano del río Limay con lanchones de 8 a 10 metros de eslora y para 10 o 12 personas”. Dos años antes que Nicolás había llegado su hermano, “otrora capitán del ‘Cóndor’, nacido igualmente en Chonchi aunque el 20 de noviembre de 1868”. A él se refería aquello de Puerto del Capitán, para designar al embarcadero que describimos en los primeros párrafos de esta crónica de El Cordillerano. Márquez dejó de existir en junio de 1965.

Adrián Moyano

Te puede interesar
Ultimas noticias