28/07/2020

CRISTINA ÁLVAREZ RODRÍGUEZ, LA SOBRINA NIETA: “Introdujo el amor en la política”

Christian Masello
CRISTINA ÁLVAREZ RODRÍGUEZ, LA SOBRINA NIETA: “Introdujo el amor en la política”
La sobrina nieta recordó las peripecias para recuperar el cuerpo.
La sobrina nieta recordó las peripecias para recuperar el cuerpo.

“No hubo un día preciso en que descubrí que era familiar de Evita; ella estuvo presente durante toda mi vida”, explicó la diputada nacional Cristina Álvarez Rodríguez, sobrina nieta de Eva.

Su abuela era Blanca Duarte de Álvarez Rodríguez, una de las hermanas mayores de Evita y madre de Justo, su papá.
“Viví toda mi infancia rodeada de anécdotas suyas, con el amor inconmensurable que la familia siempre le tuvo”, señaló Cristina.

En su cabeza, aún hoy se dibujan imágenes del hogar de su abuela, donde en una sala contigua al comedor había un cuadro con la imagen de Evita, en el que se la veía con un pergamino en la mano. “Era el lugar de honor de la casa, allí se colocaba el pesebre en la época navideña, las tortas de los cumpleaños… Siempre había flores, como forma de reconocimiento y afecto”, contó.


El ingreso al Museo de Evita en Buenos Aires.

Cristina es presidenta ad honorem del Museo Evita de Buenos Aires. Sobre su origen, relató: “Nació en la década del noventa. Sentíamos que en el mundo había una evitamanía muy vinculada a Madonna, a la ópera rock, todo el mundo usaba el lápiz de labios del color rojo de Eva, su ropa… pero no había una profundidad sobre el tema, era superficial, muy light. Además, había mucha gente que había sido contemporánea, que podía dar su testimonio. Empezamos con un instituto nacional de historia de mujeres, para que todas aquellas que habían compartido momentos con ella brindaran su palabra. En paralelo, surgió la idea de construir un museo, porque mi familia tenía muchas cosas: sus trajes, libros personales, cartas, su documento, y nos interesaba que pudieran llegar a ser exhibidos. Cuando abrimos las diferentes alas, los aportes fueron impresionantes. Personas que habían guardado muchos elementos celosamente, al ver que se abría un espacio en su conmemoración, se acercaron a donarlos, por eso decimos que es un museo colectivo, que crece todo el tiempo. Nos llevó mucho construirlo, y el 26 de julio de 2002, a cincuenta años de su muerte, lo abrimos”.

El Cordillerano: – Eva ha sido una constante en su vida, ¿pero cuándo comenzó a interesarse en ella desde el punto de vista político?

Cristina Álvarez Rodríguez: – Uno de mis abuelos, Alberto Manfi, que militaba en FORJA, con don Arturo Jauretche, poseía una biblioteca enorme, y, cuando yo tenía unos doce o trece años, dijo: “Mirá, nena, como sos pariente de Evita, tenés que saber todo de ella”. Me empezó a pasar libros, a favor y en contra, porque él opinaba que nosotros, para poder formarnos y responder, teníamos que conocer a los que la amaban, que eran capaces de dar su vida por ella, pero también a los que la odiaban.

Evita generó esos sentimientos profundos. Leí “Eva Perón, aventurera o militante”, de Juan José Sebreli; obras espantosas, como “La mujer del látigo”, de Mary Main.

También textos que hablaban de su inconmensurable amor, y, por supuesto, “La razón de mi vida”, que cada vez que lo releo descubro cosas nuevas, es muy revelador; si bien lo escribió con la ayuda de Manuel Penella de Silva (escritor y periodista español), muestra con claridad el ideario de Evita; no se trata solo de una biografía, es muy profundo.

E.C.: – Entonces, fue a partir de ese impulso que le dio su abuelo, a través de los libros, que empezó a ver algo más en ella…

C.A.R.: –Claro, ahí comencé a notar su dimensión política y social. Mucho tiempo después, alrededor del año 2000, descubrí el feminismo sin enunciación de Evita: fue creadora de un partido político de mujeres (Partido Peronista Femenino), una militante de nuestros derechos que tuvo bien en claro las necesidades que existían. En “La razón de mi vida”, expresa que las mujeres tendrían que tener un sueldo por hacer las tareas que hacen. Y lo más importante era su indignación frente a la injusticia de los pobres tan pobres y los ricos tan ricos, como ella decía, que le duró toda la vida y le permitió representar muy bien a quienes la pusieron en el lugar que estuvo, que nunca fue ningún cargo público en ejercicio.

E.C.: – Eva, más allá del cariño popular, generó odios muy fuertes, al igual que Perón, pero pareciera que, mientras la figura de su esposo aún genera controversias, ella se ha convertido en un símbolo que ya no se discute.

C.A.R.: – En realidad, todos los que tocan los intereses de los poderosos, en cualquier época, inmediatamente tienen la reacción de esos sectores que no quieren que nada cambie; pero siento que el odio que se produjo con Eva fue también por ser mujer. Percibió agresiones que ningún varón en el poder recibiría, por ejemplo decir que fue una prostituta, una ambiciosa desmedida, una loca, una fanática… Sin embargo, supo sobreponerse a esos ataques y convertirlos en acción; introdujo el amor en la política. A Perón también se lo criticaba, pero el encono que Evita despertó fue tremendo… Ahora puede ser que resulte más digerible, pero, para los mismos de siempre, no lo es. Es asimilable en forma superficial.

E.C.: – Cuando Perón fue derrocado, sus familiares se exiliaron…

C.A.R.: – Sus casas fueron saqueadas por los comandos civiles revolucionarios y estuvieron más de tres meses en la Embajada de Ecuador en Buenos Aires, y eso les permitió tener un salvoconducto para ir a Chile, donde vivieron varios años y recibieron la ayuda de la comunidad franciscana, porque Evita era hermana de la tercera orden -para laicos- de esa congregación, y por eso tuvo el honor de estar enterrada con el hábito.

E.C.: – Una de las principales preocupaciones de su abuela Blanca, en su momento, fue el cuerpo de Eva, ¿verdad?

C.A.R.: – Claro. Mi abuela y su madre, Juana Ibarguren, buscaron el cuerpo incansablemente… En el caso de mi bisabuela, dieciséis años… Finalmente, se lo entregaron a Perón en 1971, en Puerta de Hierro. Juana ya había muerto… si hubiera visto el estado del cadáver, profanado, dañado, enterrado con nombre falso… hubiera sido un dolor inmenso para esa mamá de cinco niños.

E.C.: – Para Blanca, ¿cómo fue recuperar el cuerpo de la hermana?

C.A.R.: – Mi abuela, y otra de las hermanas, Erminda Duarte, fueron a España a acompañar a Perón. Fue un dolor inmenso. Sacaron fotos polaroids del cuerpo, por suerte, porque luego muchos trataron de negar el estado en que lo habían entregado. Es algo que está pendiente, nunca hubo justicia con lo que le hicieron. Ya muerto

Perón, Isabel trajo el cadáver a la Argentina, que fue restaurado por un especialista llamado Domingo Tellechea, y hoy descansa en paz en la bóveda de mi familia, en el cementerio de la Recoleta.

E.C.: – ¿Le gustó “Santa Evita”, la novela de Tomás Eloy Martínez?

C.A.R.: – El libro cuenta bastante bien el peregrinaje del cuerpo. Lo que siempre le pedía a Tomás Eloy, que fue un gran escritor, es que nos diera las fuentes. Si bien es ficción, él había tomado los testimonios a los genocidas que hicieron todo eso, pero, como era un buen periodista, respetó los secretos periodísticos y nunca pudimos iniciar una causa que hubiera esclarecido las responsabilidades de gente que, en ese entonces, en los noventa, todavía estaba viva, y nunca pagó por lo que hizo. La vida de la Argentina está manchada de sangre; por suerte, los culpables del golpe de 1976 fueron a juicio, y, de alguna manera, sentimos que la militancia de Abuelas, Madres, Hijos y Nietos hace justicia también a Evita.

Christian Masello

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