A SEIS DÉCADAS DE AQUEL SUCESO HISTÓRICO

| 26/05/2020

Tras el terremoto de 1960, entró en erupción el Puyehue, Bariloche quedó a oscuras y murió una persona

Diego Llorente
Tras el terremoto de 1960, entró en erupción el Puyehue, Bariloche quedó a oscuras y murió una persona
Cura Miche, doctor Provenzal y autoridades que asistieron al desfile por el 25 de Mayo. (Gentileza Jorge Gamez – Archivo Visual Patagónico)
Cura Miche, doctor Provenzal y autoridades que asistieron al desfile por el 25 de Mayo. (Gentileza Jorge Gamez – Archivo Visual Patagónico)

Aquella tarde del 24 de mayo de 1960, el cielo barilochense se oscureció y un colchón de cenizas se esparció por la incipiente ciudad. Fueron días de incertidumbre y mucho temor.

Las noticias que llegaban de Chile no eran buenas. Hubo una acción solidaria histórica y un hecho fatal que terminó con la vida de un joven que hacía muy poquito se había convertido en padre.

Sabido es que la cordillera de los Andes tiene numerosos volcanes en toda su extensión. Muchos de ellos están en la región y Bariloche a lo largo de su historia, ha sufrido las erupciones de los mismos, con una incidencia mayor o menor. No hace falta recordar lo sucedido en 2011 con el Puyehue y sus consecuencias.

Pero remontándonos en el pasado, en 1960 ocurrió un hecho por demás curioso y recordado. El 22 de mayo, producto del terremoto en Valdivia, el lago Nahuel Huapi se sacudió fuertemente y generó una ola de unos 5 o 6 metros que arrasó todo a su paso en la orilla del centro, llevándose la vida de dos personas. Aquel hecho es recordado como el “lagomoto” y hace unos días El Cordillerano contó con detalles lo sucedido.


La nube negra de cenizas que llegó desde Chile y oscureció Bariloche. (Colección Lagos - Archivo Visual Patagónico). 

Algunas personas rememoran con claridad este suceso, pero culminan el relato, asegurando que “horas más tarde, el cielo se cubrió de cenizas y se hizo de noche”. Sin embargo, están confundidos, porque eso sucedió dos días después, el martes 24 de mayo.

Aquella tarde, el cielo estaba profundamente celeste y de repente, el tradicional hongo eruptivo se vio venir desde el fondo del lago. En pocos minutos, el cielo se oscureció y en plena tarde se hizo de noche. Poco a poco, comenzó a caer una fina capa de cenizas. Era el volcán Puyehue, que también por el movimiento interno de la tierra, había comenzado a moverse y tuvo su erupción 36 horas más tarde del terremoto.

Los antiguos pobladores como Silvia Troestl recuerdan -en diálogo con este diario- que en Villa La Angostura cayó mucha arena y que en Bariloche, fue una fina capa de cenizas, que armaron un colchón de unos 10 centímetros en el pueblo.

Los vecinos se asustaron, ya que habían pasado solo dos días del fuerte terremoto que movió toda la ciudad y que había dejado un saldo de más de 2 mil muertos en Chile.

La gente temía por las réplicas y de hecho las hubo, pero nada de relevancia, solo pequeños temblores. Esto generó que numerosas familias se mudaran a casas de amigos o parientes que vivían en el cerro Otto o en la zona de Melipal, en busca de más altura, por si venía alguna ola gigante.

En otros casos, como el de los Veselka, dormían vestidos por si había que salir corriendo. Incluso, tenían un camión con la caja repleta de provisiones y ropa. “En ese momento, las lámparas de las casas colgaban de los techos solitas (sin los artefactos que las recubren), entonces muchos vecinos ponían tenedores o cucharas al lado, para que de esa forma, el ruido del choque entre ambas los despertara, por si ocurría algún movimiento”, comentó Alicia Veselka, que por entonces tenía 14 años de edad.

También hubo familias que se alternaban cada noche, para que uno de ellos quede despierto y alerta, y avisara al resto si era necesario escapar del hogar. Todo esto sucedió en Bariloche tras el terremoto y el consecuente maremoto de Chile. El gerente de Aerolíneas Argentinas en Bariloche, del pánico que tenía de que algo malo ocurriese, mandó a su esposa e hijos en tren a Bahía Blanca, para que se quedaran con su familia.

A todo esto, había que sumarle la convivencia con las cenizas. Fueron días y días de caída de material volcánico, de manera incesante, con tardes oscuras y con muy baja visibilidad.

“La noche del 24 de mayo fue inolvidable, todo se oscureció y las calles quedaron grises. Incluso, durante la madrugada -cerca de las tres de la mañana- hubo un fuerte estruendo que nunca supimos a raíz de qué fue, pero despertó a todos y generó mucho pánico. Pareció como una explosión”, recordó Enrique David en diálogo con El Cordillerano.

Los días posteriores

El 25 de Mayo se debía realizar el tradicional desfile cívico militar por calle San Martín con motivo del Día de la Patria, “y hubo un debate hasta el último momento sobre si debía hacerse o no”, recordó la esposa de Enrique, Aurelia “Relly” Lampa, quien trabajaba como directiva en el colegio Primo Capraro.

Finalmente y en medio del manto gris que sobrevolaba la ciudad, el desfile se desarrolló, con los alumnos de las escuelas de la ciudad como protagonistas, sin barbijos y con los guardapolvos blancos surcando el centro de Bariloche. Si bien también desfilaron los soldados, el evento no tuvo ni la concurrencia ni la algarabía que acostumbraba tener.


Los alumnos del colegio Cardenal Cagliero desfilando. (Foto Eduardo Barrios, gentileza Jorge Gamez – Archivo Visual Patagónico).

Según la mayoría de los testimonios, el olor a azufre que había en el ambiente era muy fuerte. Los chicos se entretenían juntando piedra pómez en la orilla del Nahuel Huapi y las clases no se suspendieron ni un solo día. Las calles, que eran prácticamente todas de tierra, parecían estar asfaltadas por el color que la ceniza les daba.

Los vuelos quedaron suspendidos, pero con el correr de los días, las aeronaves más chicas como los DC-3, se animaban a volar por toda la Patagonia.

Por entonces, las secuelas del terremoto se hacían notar: en el cuartel central de Bomberos Voluntarios los vecinos reunían donaciones para ser enviadas a Chile. Se juntó muchísima ropa, alimentos, frazadas y colchones en la sede de calle Beschtedt.

Eso generaba largas filas para colaborar. El impacto por las víctimas era enorme y las noticias que llegaban a través de radioaficionados desde Puerto Montt, Osorno, Maullín y Valdivia, eran desoladoras. Además, muchos barilochenses tenían parientes allí y desconocían si sus seres queridos estaban vivos o muertos.

La tarde del 26 de mayo apareció el cadáver de Andrés Kempel, una de las víctimas del “lagomoto”. Estaba flotando en el lago, cubierto de cenizas, justo frente al hotel Tres Reyes. Mientras que el cuerpo del otro fallecido en ese suceso, Julio Frattini, aparecería recién a fines de junio, paradójicamente muy cerca de donde residía, a la altura del kilómetro uno de Bustillo.

La muerte llegó en dos ruedas

Los días posteriores a la caída de cenizas fueron oscuros y tristes. El panorama presentaba una nube gris en el ambiente, el frío otoñal calaba hondo y la psicosis por nuevos temblores, generaba mucha paranoia entre los vecinos.

La visibilidad era escasa por entonces, y eso se tradujo en un fatal accidente que se llevó la vida de un joven motociclista, Arturo Carreras. El hecho ocurrió el 30 de mayo, en la zona donde hoy se ubica el puesto caminero en el ingreso a Bariloche.


La erupción fue el 24 de mayo de 1960, dos días después del terremoto. (Colección Lagos – Archivo Visual Patagónico).

Arturo, hijo de Aurelio Carreras y Emelina Olavarría, tenía 23 hermanos, había cumplido 30 años el 1° de Mayo y tenía un bebé de casi tres meses de vida. Era empleado del Banco Nación y había sido designado en El Bolsón.

Eva, una de sus hermanas, habló con El Cordillerano y describió que Arturo chocó su Gilera contra un jeep de la empresa de teléfonos que estaba detenido sobre la ruta y con las luces apagadas. “Como estaba todo oscuro, no lo vio y murió pocos minutos después del accidente, fue una tristeza enorme”, relató.

Sobre el terremoto y la consecuente erupción del volcán, Eva rememoró: “Fue terrible lo que pasó, nunca habíamos pasado por un hecho igual. Las noches eran muy negras, no se veía nada, porque el volcán no paraba de tirar cenizas”.

“Fueron días enteros así, oscuros y tristes y daba la impresión de que siempre venía más y más cenizas. Pero pudimos vivir con eso y acostumbrarnos”, concluyó.

Diego Llorente

Te puede interesar
Ultimas noticias