31/03/2020

“Coronavirus: una moneda con dos caras”, análisis de un consultor político

“Si el dilema es la economía o la vida, yo elijo la vida. Una economía que se cae se levanta, pero una vida que se pierde no se recupera más”, dijo el presidente Alberto Fernández en su último discurso televisado por la crisis pandémica del coronavirus.

“Al fin un presidente que se preocupa por la gente y no por los mercados”, estallaron los aplausos en la tribuna digital neoalbertista.

La retórica es la técnica discursiva más poderosa que tiene la política para persuadir a las masas. Y Alberto es un gran retórico. Con un conocimiento y dominio del ethos, el pathos y el logos como pocos. Incluso mejor que el de su propia madrina. Y ese discurso, en mi humilde nivel de conocimiento narrativo, tuvo todo lo que tiene que tener un gran discurso… de campaña.

“Voy a ensayar la improvisación del discurso de mañana”, decía otro espléndido orador llamado Winston Churchill.

Como todo gran discurso, el pronunciado el 29 de marzo, no tuvo nada de improvisación. Ni siquiera la presencia del agraciado jefe de Gabinete, en remera deportiva, sentado a su lado para el deleite de les twitteres femenines. Por el contrario, todo estuvo fríamente calculado y las palabras usadas perfectamente elegidas.

“Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”, escribió José Ortega y Gasset en su ensayo Meditaciones del Quijote de 1914.

Entre las circunstancias que motivaron la narrativa del discurso presidencial encuentro en el gran miedo a la muerte, la gran adhesión a la cuarentena como profilaxis, y la altísima imagen positiva personal y aprobación de gestión presidencial (datos manifestados por la sociedad en la mayoría de las encuestas de opinión pública que se han hecho estos días) sumado a la oportunidad histórica que se le presentaba al animal político intrínseco en el presidente para posicionarse como el líder indiscutido del país, las más importantes.

Las gráficas ilustrativas de mi argumentación anterior corresponden a encuestas hechas por mi consultora rionegrina y otras destacadas consultoras nacionales, en los últimos días.

Nada es casual en política. Todo es causal. Y estas causas eran lo suficientemente importantes y significativas como para desatenderlas y desaprovecharlas… pero… (sí, siempre encontramos un ‘pero’ los librepensadores y escépticos investigadores de la cosa pública, solo para molestar a los alcahuetes fanáticos del “sí jefesismo”)… el respeto a la enfermedad es una de las caras de esta moneda llamada coronavirus. La otra cara es la vida misma, la cotidiana, las cosas que hacemos por deber o placer los seres humanos para satisfacer nuestras necesidades. Como por ejemplo trabajar para comer.

Cuando al principio de esta nota dije que este último discurso de Alberto Fernández era una gran pieza narrativa de campaña, me refería a que para mí no fue el mensaje de un estadista que le hablara a todo el pueblo argentino. Le habló a los propios y a los convencidos. Le habló a los que solo ven uno de los lados de la moneda. No les habló a los que ven o están en el otro.

“I have nothing to otferbut blood, toil, tears and sweat” (“Nada puedo ofrecer aparte de sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”), pronunció Winston Churchill ante la Cámara de los Comunes, al asumir el cargo de primer ministro británico el 13 de mayo de 1940.

Esa (aunque no suya, ya expliqué las razones anteriormente) es la frase de un estadista que sabe que no pudiendo conformar a todos los iguala en el sacrificio.

“A pesar de que grandes extensiones de Europa y muchos Estados antiguos y famosos han caído o pueden caer en las garras de la Gestapo y todo el aparato odioso del gobierno nazi, no vamos a languidecer o fallar. Llegaremos hasta el final, lucharemos en Francia, lucharemos en los mares y océanos, lucharemos con creciente confianza y creciente fuerza en el aire, defenderemos nuestra isla, cualquiera que sea el costo, lucharemos en las playas, lucharemos en las pistas de aterrizaje, lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos en las colinas, y ¡nunca, nunca, nunca, nunca, pero nunca, nos rendiremos!”

Las bombas caían para todos en aquella Londres de 1940. Y las muertes en el campo de batalla en el continente europeo no distinguían edad, ni raza, ni condición social.

Uso este paralelismo con la guerra porque fue el propio presidente Alberto Fernández el que nos habló de “librar la batalla contra este enemigo invisible que es virus”. Pero en esta batalla, no toda la gente ni toda la tropa es igual. Hay algunos menos iguales que otros. Por lo menos así lo manifiestan muchos argentinos en las encuestas y en los foros de internet que consultamos los investigadores sociales.

Hay quienes tienen un salario asegurado y pase lo que pase, hagan lo que hagan, a fin de mes recibirán su depósito bancario. Hay quienes reciben asistencia económica del Estado y además en este caso excepcional la misma ha sido incrementada. Y hay quienes no tienen salarios ni reciben nada.

Esos excluidos del sistema de reparto de ayudas estatal son los autónomos, monotributistas clase ‘C’ en adelante, emprendedores, pequeños empresarios industriales, comerciantes, cuentapropistas, con tanta vocación y derecho de hacer la misma cuarentena que el resto de sus convecinos, pero les cuesta más que a ellos por no tener asegurado su futuro como los demás.

Son mayoritariamente gente que vive al día, que no posee ahorros económicos, sostenes de hogar/familia, con empleados (informales o con altas deudas impositivas patronales), altamente endeudados con proveedores, bancos o usureros financistas de los que no mandan carta documento para intimar sus cobros.

Son gente que no discuten la medida de cuarentena dispuesta. Pero que exige igual condiciones que el resto para cumplirlas.

Son gente con muchos problemas económicos y que no llegan al 13 de abril, ni mucho menos a fines de mayo o junio, como puede verse en estas gráficas de encuestas realizadas por mi consultora rionegrina y otras importantes consultoras nacionales.

Es gente que, auscultándola un poquito nomás, descubrimos que formó parte de los cacerolazos del 19 y 20 de diciembre de 2001 que terminaron con el gobierno de Fernando De la Rúa. Qué no forman parte de la grieta fanática. Que votaron a Mauricio en el ballotage de 2015 y luego le retiraron su voto para dárselo a Alberto en 2019.

Es la curva al final de la recta que tendría que ver el gobierno, en esta aceleración a fondo que emprendió. La otra cara de la moneda del coronavirus.

Pablo Gustavo Díaz
Consultor político

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