26/03/2020

Carta de barilochenses varados en Costa Rica

El 17 de marzo mi familia y yo deberíamos haber vuelto a Argentina. Pasaron solamente 5 días, pero créanme que se sintieron como muchos más.

Cuando nos fuimos de nuestro país, el 3 de marzo, buscando celebrar los 30 años de matrimonio de mis padres, el coronavirus era tan solo una conversación de sobremesa, una noticia lejana, ajena a nuestro país, una de aquellas que rápidamente caen en el olvido popular, como hace algunos años fue el ébola o el SARS.

Ahora nos encontramos en el aeropuerto de San José y todo es muy diferente. Los trabajadores tienen barbijo y guantes, la gente se encuentra completamente cubierta, y entre los 50 argentinos varados el mate no circula. Sería un despropósito intentar explicar lo poco que tardó en cambiar todo, cualquiera lo sabe tan bien como yo.

Hace 5 días nuestro vuelo al país fue cancelado al cerrar el aeropuerto de Perú. La reacción que tuvimos ante esto fue, con gran esfuerzo económico, comprar un segundo pasaje de vuelta, unos días después. Pero nuestro segundo vuelo, ya demorado un día, está a punto de tener el mismo destino que el primero. Panamá es esta vez quien está cerrando sus fronteras ante el repentino apocalipsis, y Argentina, nos informa un empleado, no nos quiere dejar entrar. “No hay suficientes hoteles para cuarentenar a todos en Buenos Aires, y a las 12 de hoy cierran Panamá”. El grupo de argentinos varados se escandaliza con esto. Algunos lo desmienten, diciendo que desde la embajada les dijeron otra cosa, pero la pandemia de desinformación es casi tan grande como la otra; la inteligencia cambia segundo a segundo, los rumores se repiten y se contradicen, y la verdad se esconde.

Es impresionante ver la rapidez con la que nuestro grupo de argentinos varados se organizó. En pocas horas tenemos voceros, negociadores, una media manager; una persona recopila información, y otra se comunica con la embajada. “Si hacemos suficiente ruido nos tienen que venir a buscar” dice alguien, pero me resulta difícil no mantenerme escéptico; cuando te cancelan el vuelo 2 veces en una semana uno empieza a intuir que las chances de volver pronto son bajas.

Me dicen mis compañeros de infortunio que en Twitter se está difundiendo nuestra noticia, pero al entrar a leer los comentarios de compatriotas me encuentro solamente con críticas sorprendentemente fuertes. Nosotros, los “Chetos que se fueron en medio de una pandemia y ahora quieren que los salven” aparentemente no generamos ningún tipo de empatía. De alguna forma el odio colectivo de las redes sociales, aquel que todos sabemos debe ser ignorado, logra acrecentar mi cansancio y disminuir mis esperanzas de volver.

Después de lo que mi reloj dice fueron seis horas pero mi cabeza dicen fueron veinte, en el aeropuerto un empleado nos informa que no tienen autorización para volar, y no hay forma de que volvamos. La gente grita, rabia, explota. Una lluvia de quejas e insultos caen sobre el pobre empleado, quien incapaz de ofrecernos soluciones solamente soporta con paciencia el descargo. La indignación de los otros argentinos contrasta con mi apatía, producto de las bajas esperanzas de viajar ya presentes en mí. Algunos insultos son tan extraños y creativos que casi me resultan cómicos. Sospecho que así lo serían si no fuera por todo lo que sucede.

La única solución que nos da el empleado es la de hablar con la embajada, sin saber qué hace tiempo que allí no nos dan respuestas. Ayer nos había informado un cónsul de forma muy educada que no podía ofrecernos ninguna ayuda, ni con el alojamiento, ni con la comida, ni con el eventual regreso.

Sin embargo hay algo de luz en esta noche. En muy poco tiempo recibimos incontables llamadas de apoyo de amigos y familia. La velocidad con la que conseguimos una casa donde quedarnos y un auto para movernos nos devolvió un poco el optimismo, este que estaba casi extinto en nosotros.

La impresionante generosidad de los ticos amigos de nuestros amigos fue la única alegre sorpresa que tuvimos en estos días.

Algunos hablan de tener que esperar hasta abril para la repatriación, otros de tener que esperar un mes. Nada es muy claro, no hay certezas.

Varados, derrotados, olvidados por nuestro país, solo nos queda esperar.

Santiago Corley
DNI 40.325.124
Aeropuerto de San José de Costa Rica
Domingo 22 de marzo 2020

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