CORRÍA SEPTIEMBRE DE 1976

| 20/03/2020

La Biblioteca Sarmiento también tuvo su “noche de los libros”

Adrián Moyano
La Biblioteca Sarmiento también tuvo su “noche de los libros”
En Sarandí, provincia de Buenos Aires, se quemaron millones de libros del Centro Editori de América Latina.
En Sarandí, provincia de Buenos Aires, se quemaron millones de libros del Centro Editori de América Latina.

Las medidas de restricción ante el coronavirus no permitirán demandar Memoria, Verdad y Justicia el martes (24 de marzo) de las formas usuales. Pero saber qué pasó en Bariloche durante aquellos años tenebrosos, nunca vendrá mal.

Antes de que llegara la primavera durante el primer año de la dictadura, una partida policial se hizo presente en la Biblioteca Sarmiento y procedió a secuestrar 207 libros. Un año y medio después 55 fueron devueltos, al sospechar los militares que no revestían “tendencia izquierdista” ni contenían “elementos de divulgación de ideas antidemocráticas” (¿?). Entre los restituidos, figuraban “Los maestros soviéticos”, un tratado sobre ajedrez; o “La importancia de llamarse Ernesto”, de Oscar Wilde. En los anales de la institución del Centro Cívico, no existe constancia sobre el destino de los restantes 152.

El penoso suceso está narrado en “Entre libros y sueños. Historia de la Biblioteca Popular Sarmiento de Bariloche. 1928 – 2008”, trabajo conjunto que lleva la firma de la historiadora Laura Méndez y de la bibliotecaria Julia Vives. Como consecuencia del procedimiento castrense, dos bibliotecarias resultaron detenidas y una de ellas, luego de recuperar su libertad, fue trasladada compulsivamente por la Dirección de Cultura de Río Negro.

Corrían tiempos difíciles. “En el acta del 6 de septiembre de 1976 el presidente de la Comisión Directiva comunicó los alcances del procedimiento policial llevado a cabo en la Biblioteca con el objetivo de secuestrar libros que, a criterio del oficial actuante, fueran de tendencia izquierdista o elementos de divulgación de ideas antidemocráticas. Estuvieron presentes las dos bibliotecarias y el encargado, Sr. López”.

El relato de Méndez y Vives reconstruye que “como resultado de la pesquisa, 207 ejemplares fueron llevados a la comisaría local. Allí, en presencia del Sr. Franceschini –presidente de la Biblioteca- se procedió a registrarlos y a levantar un acta. Los libros, en una caja precintada y sellada, fueron devueltos a la Biblioteca para su custodia. Al finalizar el procedimiento fueron detenidas las bibliotecarias, Sra. de Platero y Sra. de Galíndez, en averiguación de antecedentes y para deslindar responsabilidades”.

Para no irritar a las autoridades militares, “la Comisión Directiva exigió a la Directora de Cultura de la Provincia que le fueran enviadas las normas que pautasen atribuciones y obligaciones de las bibliotecarias. Mientras tanto decidió establecer un conjunto de normas internas. En la reunión del 9 de septiembre, Franceschini comunicó a la Comisión Directiva que las autoridades militares exigían que se buscase el origen de cada uno de los libros secuestrados, y que se controlase su procedencia, inventariado y fichaje. Como pedían los datos con la mayor urgencia, la Comisión decidió reunirse de inmediato”.

La dictadura no se llevaba bien ni con los libros ni con los sueños.

Noelia Bellora de Platero

Pronto los dedos acusatorios se pusieron de acuerdo. “La señora de Galíndez se reincorporó a sus funciones mientras que la señora de Platero continuó detenida”. El rescate de las autoras afirma que “Noelia Bellora de Platero habían ingresado a la Biblioteca en septiembre de 1973 cuando la Asociación llamara a concurso. En diciembre de ese mismo año había sido designada con carácter transitorio por el Consejo Provincial de Educación. Era Maestra Normal y Licenciada en Sociología, lo que configuraba un perfil ideal para desempeñarse como bibliotecaria”.

La tarea que se asignó la Comisión Directiva de entonces se tornó tortuosa. “Del control realizado surgió que muchos de los libros secuestrados habían sido donados y que sólo en algunos casos las bibliotecarias al momento de inventariarlos habían especificado el origen de la donación. Otros ejemplares estaban asentados en el inventario pero sin que existiese la precisión acerca de si habían sido adquiridos o donados, mientras que en otros cuatro casos no coincidía el título con el número de inventario”.

Parece que para los directivos de entonces, resultó imperioso tomar distancia. “En la pesquisa se comprueba que el 19 de diciembre de 1974, la señora de Platero había realizado una compra para la Biblioteca –en la Feria del Libro que se llevara a cabo en el salón de lectura- adquiriendo 82 volúmenes. Muchos de ellos publicados por el Centro Editor de América Latina, figuraban entre los requisados y no existían registros de pago de su compra. Frente a esta situación la Comisión Directiva decidió citar a la Sra. de Platero a una reunión”.

“Ante la interpelación la señora de Platero inició su descargo”, aporta el libro de la Biblioteca. “Entre los argumentos que sostuvo figuró el hecho de que los libros de la feria del año ’74 habían sido adquiridos por la Biblioteca a cambio del uso del salón de lectura por el organizador de la Feria y figuraban como donados habida cuenta de que no se había desembolsado dinero. Aclaró que las fichas faltantes habían sido entregadas al comisario durante el procedimiento y que 100 de los libros que figuraban en la lista de la Policía y que no habían podido ser ubicados debido a que faltaban las fichas correspondientes, no tenían entrada porque su trabajo de clasificación no había llegado hasta esa estantería”, se excusó la acusada.

Quema de libros en Córdoba.

Nadie se acordaba

Pero “a la comisión no le satisfizo esa explicación. Ninguno de sus miembros recordaba haber visto ni uno sólo de esos títulos cuando, un mes atrás, se había procedido a contar todos los ejemplares inventariados y retirado de las estanterías aquellos que no cumplían esos requisitos. Los miembros asistentes a la reunión acordaron que el salón de lectura permanecería cerrado hasta que se verificase todo el inventario. Una carta de carácter urgente dirigida a la Directora de Cultura de la Provincia pedía el traslado de la bibliotecaria Noelia de Platero. Era la noche de los libros”, consideraron Méndez y Vives.

El afán persecutorio se profundizó. “El 20 de septiembre de ese año, con la presencia del señor Fábrica, oficial de la Policía local, se procedió a controlar los libros que habían quedado en caja sellada bajo custodia de la Biblioteca. La señora de Platero debió tomarse una licencia obligada mientras que desde Provincia delegaban en la Comisión Directiva el control de los bibliotecarios, aunque la instaban a pagar las horas extras adeudadas a la bibliotecaria”.

El asunto era dar con un chivo expiatorio. “A fin de tener pruebas que corroboraran la compra de libros ‘inconvenientes’ para la institución por parte de la Sra. de Platero, se le solicitó al mayor Zárraga que enviase a la Comisión el listado de libros secuestrados. De los 207 libros de esta lista 15 habían sido comprados por la bibliotecaria. Los libros secuestrados pertenecientes a Provincia habían sido enviados a la Biblioteca por el Gobierno Provincial peronista, con instrucciones para ser repartidos en los barrios de la ciudad y poner en marcha ‘bibliotecas ambulantes’”.

Continúa la reconstrucción: “según lo manifestado por el vicepresidente de la institución a cargo de la presidencia, en la nota enviada al presidente en la que narraba lo acontecido: ‘Dado el carácter netamente tendencioso del material bibliográfico enviado, era clara la intención doctrinaria y politizante (sic) del entonces Gobierno Provincial. Es bien conocida también la incondicional adhesión de la bibliotecaria Sra. de Platero a esa decisión del Gobierno y sus esfuerzos para llevar adelante aquel proyecto y realizar el reparto de los libros, entre los que se encontraban y sólo a título de ejemplo ‘Los escritos económicos del Che Guevara’, ‘La revolución cultural de Mao Tse Tung, etc. También sabemos de su constante tarea de desgaste y desprestigio de la Comisión Directiva de la Biblioteca’”. El entuerto se resolvió parcialmente con el traslado de la perseguida, a partir del 1ro de diciembre.

Bajo el subtítulo “¿Libros peligrosos o libros en peligro?”, las autoras del volumen se preguntaron “¿qué tan ‘peligrosos’, ‘adoctrintantes’ y ‘politizantes’ eran los libros secuestrados? Uno de ellos, al menos, no mucho. El libro secuestrado por el coronel Castelli, Los Maestros Soviéticos, fue reclamado por el señor Lázaro Canonich, de Cipolletti, quien solicitó a la Biblioteca que se le devuelvan los libros de ajedrez no vendidos, que en cantidad de 34, había dejado en comisión en la última feria del libro”.

Final parcial. “Recién en febrero de 1978 por orden del coronel Castelli, son devueltos 55 de los 207 libros secuestrados. Entre ellos: La importancia de llamarse Ernesto de Oscar Wilde, La Revolución Industrial, de T.S. Aston, Resurrección, de León Tolstoi, La Rebelión de las Masas, de Ortega y Gasset, La revolución del 90, de Noe Jitrik, Los Caudillos, de Félix Luna y obras de Vicente Fidel López y de Lisandro de la Torre, entre otros”. ¿Qué habrá sido de los restantes 152?

Adrián Moyano

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