MERCOSUR-UNIÓN EUROPEA

| 07/07/2019

Ni fiesta ni tragedia, oportunidad

Alberto Asseff

 

Otra vez la grieta al paroxismo. Para media Argentina el acuerdo del Mercosur con la Unión Europea se celebró cual fiesta. La otra mitad lo vivió como una tragedia. En rigor, no se sabe a ciencia cierta si la fractura es por mitades, pero la realidad patentiza con crudeza que nos paralizan dos ópticas antagónicas. Y la exacerbación.

Una parte del país entiende que la apertura al mundo es el único camino posible para superar el atraso de décadas. La otra fracción cree que lo primero es protegernos del mundo. Para los aperturistas el mundo es el objetivo que permitiría al país dejar atrás la penosa declinación y el alarmante empobrecimiento moral y material. Para los aislacionistas, el mundo es una acechanza que pretende seguir expoliando nuestros recursos a la par de invadirnos con sus manufacturas y tecnologías.

En gran medida esta dicotomía tan cortante, contrastante como el día y la noche, carente de matices, es la principal causa de un país estancado en el empate de las dos posturas y sus vaivenes recurrentes.

A quince años de estatismo creciente sobrevienen diez de intentos libertarios para dar lugar a subsiguientes períodos intervencionistas y liberales. Lo más grave son las recíprocas acusaciones de “entreguistas” y “setentistas” que se endilgan. En el mientras tanto de este inope debate, la Argentina se va desilusionando, antesala de un dramático derrotero hacia “país fallido”. Una excepción planetaria: tierra inmensa, plena de recursos que se va consumiendo en su autoflagelación.

Europa no es generosa al firmar el acuerdo con el Mercosur. Lo hace por imperiosa necesidad, cruzada por la beligerancia comercial chino-norteamericana y los nacionalismos xenófobos que amenazan con implosionar su unión.

El Mercosur tampoco, acechado por el patético “corsa verso il nullo” -carrera hacia la nada. Los dos procesos integradores reclaman ingresar a otra era dinámica, re-enamorante, revitalizadora. El Acuerdo, además de lo económico, posee una sustancia política irrefutable. Una suerte de resurgir del Atlántico para que fortalecido pueda ir hacia el “Mediterráneo” contemporáneo, la inmensa y poderosa cuenca del Pacífico.

Muchos sectores europeos ya están pataleando, comenzando por la poderosa actividad agropecuaria francesa. Entre nosotros, las alertas ya sonaron en calzado, indumentaria, textil, autopartes y varios más.

Nacerán inexorablemente sectores nuevos en la economía y en el trabajo y habrá también actividades que serán superadas por los escenarios que vienen. Lo importante es que sean más los nuevos que emerjan que los viejos que se diluyan. Los plazos de diez/quince años y las salvaguardas de la “letra chica”, esa que se negocia con uñas y dientes, renglón por renglón, posibilitarán -al igual que los auxilios crediticios e impositivos- que queden en pie, reconvertidas, las empresas menos favorecidas. Y que se generen nuevos trabajos, inclusive algunos que hoy ni siquiera imaginamos.

El desafío es transformar la Argentina. Introducir más valor a nuestro trabajo, certificar la calidad de origen, lograr excelencia en cada vez más actividades, desterrar esa falacia de mercado interno vs exportaciones -¿cómo puede ser que Chile exporte 90 mil millones de dólares, España, que tiene igual población que nosotros, 250 mil millones, y la Argentina solo 75 mil millones?-, inhumar esa frase populista de “vivir con lo nuestro” y tantísimas otras rémoras.

Otro tema son las asimetrías intra-Mercosur. Hay que convenir con Paraguay que no puede coexistir una economía virtualmente desgravada con otra literalmente aprisionada por los impuestos. Solo cruzando los ríos Paraguay y Paraná. Ese claroscuro no es integrador.

El Acuerdo con Europa conlleva otra consecuencia trascendental: el próximo gobierno argentino tendrá que ser inexorablemente de unión nacional o, como mínimo, de despliegue y logro de consensos. No podremos ir hacia la modernidad con la grieta a cuestas. Ni con dos visiones tan contrapuestas, al grado de catalogar a un mismo hecho como fiesta y tragedia. Llega ineluctable la hora de siete/diez/doce políticas de Estado.

Este arduo, laborioso, esperanzador Acuerdo con Europa no es ni el paraíso ni un drama. Es una enorme oportunidad. Que no podemos dejar pasar.

(*) El autor de la columna abierta es exdiputado nacional

Alberto Asseff

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