OBRA DE FRANCISCO FONCK Y FERNANDO HESS

| 10/05/2019

El día en que la bandera chilena ondeó sobre Península San Pedro

Adrián Moyano
El día en que la bandera chilena ondeó sobre Península San Pedro

Los exploradores alemanes reconocieron el Nahuel Huapi por orden del intendente de la entonces provincia de Llanquihue y tomaron posesión. Lejos de Buenos Aires, fue un cacique antecesor de Sayweke quien protestó por la intromisión.

En 1848, el gobierno de Chile decidió promover la colonización alemana hacia la zona de Valdivia, ciudad cuya repoblación databa de dos siglos antes. En 1850, el presidente Manuel Bulnes nombró como Agente de Colonización a Vicente Pérez Rosales, quien trabajó especialmente para incentivar la llegada de los germanos. Ante la inexistencia de tierras fiscales desocupadas en derredor de la Ciudad de los Ríos y a raíz del espiral especulativo que se desató, Pérez Rosales decidió trasladar a los colonos alemanes a las márgenes de la laguna de Llanquihue.

Como consecuencia de ese proceso se fundó Puerto Montt, a comienzos de 1853. La decisión de Pérez Rosales incidió también en el destino del médico oriundo de Renania, Francisco Fonck, quien luego de un período en Santiago, aceptó trabajar como facultativo en la naciente ciudad. Junto a su compatriota, el ingeniero Fernando Hess, se aventuraría en dirección al Nahuel Huapi, 60 años después del último viaje de fray Francisco Menéndez, con sus soldados y milicianos.

La expedición de los dos alemanes no fue resultado de inspiraciones personales, sino un encargo de las autoridades chilenas. Se habían producido dos intentos previos e infructuosos en el pasado reciente, de manera que la reapertura del trayecto hacia “la famosa laguna” –como la llamara el jesuita Diego de Rosales- figuraba como objetivo destacado entre los nuevos moradores del lago Llanquihue y el Seno del Reloncaví.

Durante seis décadas, ni españoles ni chilenos se habían atrevido a desandar el Camino de los Vuriloches o bien el de las Lagunas, como consecuencia del planteo puelche y pehuenche, según el cual en el sur sólo quedaría expedito para cruzar la cordillera el paso de Lifen, a la altura de Valdivia. Por casi 200 años, ese diseño estratégico había demostrado su eficacia en función de los intereses indígenas y a mediados del siglo XIX gozaba de absoluta vigencia.

La intromisión chilena se conformó en total con 10 hombres, quienes llevaron consigo provisiones para un mes. Se trataba de una exploración de reconocimiento, carácter que revela que buena parte de las crónicas que hoy son fuente para los historiadores, se desconocían por entonces. No obstante, todavía vivía en Chiloé José Antonio Olavarría, quien a sus 14 años, había participado de la última expedición de Menéndez.

Febrero del 56

Quizá por sus recomendaciones, el grupo se dirigió directamente hacia el lago Todos los Santos para buscar el río Peulla, es decir, el antiguo trayecto que los puelches del Nahuel Huapi utilizaron durante siglos para ir a marisquear al Pacífico. Fonck y sus hombres aprovecharon las sendas que habían abierto sus predecesores del año anterior y el 12 de febrero de 1856, se dejaron maravillar por la grandiosidad del lago que tan esquivo se había mostrado ante la pretensión de los españoles.

Al descender hasta el actual emplazamiento de Puerto Blest –precisamente fue Fonck quien impuso ese nombre, en honor al intendente de Llanquihue, Juan Blest-, los viajeros encontraron restos de embarcaciones que atribuyeron a los viajes de Menéndez. Para seguir adelante confeccionaron una estrecha canoa que motivó la división del contingente, ya que sólo entraban cuatro hombres.

El hecho irrita al nacionalismo argentino: la pequeña embarcación enarboló la bandera chilena, anticipándose a la llegada de la argentina en más de 25 años. Sin embargo, la entidad política que ejercía control territorial sobre el Nahuel Huapi a mediados del siglo XIX no tenía capital ni en Santiago ni en el Río de la Plata, era mapuche – tehuelche y decidía su destino de manera independiente. Eran los tiempos de la Confederación Argentina y los loncos sabían sacar partido de los eternos disensos entre el conjunto de las provincias y la siempre soberbia Buenos Aires.

El 18 de febrero, el minúsculo contingente se detuvo: “saltamos a tierra en una punta que llamamos la de San Pedro”, anotó Fonck. Después de ensayar una breve exploración terrestre y como los víveres se agotaban, la canoa emprendió el regreso no bien el viento permitió la navegación. Pero en la noche que pernoctaron, sus tripulantes, procuraron “llamar la atención de los moradores de la comarca, si es que los hubiera, por una gran fogata”. Además, “dejamos clavada en la playa del mismo puerto la banderita chilena, como símbolo de la posesión de Chile y recuerdo de nuestro avance”, añadió el alemán – chileno.

Desde entonces, el antiguo Camino de las Lagunas recibe el nombre Paso Pérez Rosales porque el médico viajero quiso homenajear al agente de colonización. Según sus palabras, fue el funcionario el mentor intelectual de las renovadas expediciones trasandinas. Los cuatro hombres que encendieron fuego aquella noche veraniega no estaban solos. Su acción fue observada desde alguna de las playas o desde la intimidad de los bosques cercanos y la noticia llegó a oídos de quien asumía como responsabilidad la custodia del antiguo territorio puelche.

Protesta diplomática

Tiempo después de su reconocimiento, Francisco Fonck supo que Juan Renous, “un vecino prestigioso de Osorno y amigo del famoso cacique Llanquitruz, había recibido de éste un recado, expresándole su enojo por la violación de su territorio por los intrusos venidos el año pasado desde Llanquihue, y agregando que los castigaría en caso de que volvieran a entrar por ese lado”. José María Bulnes Llanquitruz o Llangkitruf fue lonco principal entre los suyos entre 1852 y 1857. En el límite con la leyenda, se dice que en un período de hostilidades resultó capturado por los picunches o pehuenches del norte y que terminó en Chillán de niño, donde tuvo que trabajar como criado.

Para la fecha de la excursión trasandina en el Nahuel Huapi se encontraba en el momento culminante de su poderío y mantenía vínculos, tanto con las autoridades chilenas como argentinas. “Llanquitruz era el heredero de los grandes señores del Limay-Negro, del interior septentrional, Las Manzanas del siglo XVIII”, ratifica el historiador Julio Vezub. La protesta que ensayó a través de su amistad osornina, subraya que “mantenía presencia y control directo sobre la región del Nahuel Huapi”. La soberanía mapuche tehuelche recién se extinguiría a partir de 1881, cuando el Ejército argentino arremetió contra los hogares de Sayweke, Inakayal y Foyel.

Adrián Moyano

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