2021-11-09

Ni Disney ni García Ferré: La primera película animada se hizo en Argentina en 1917

No, el cine yanqui no inventó las películas de dibujitos animados. Tampoco: no fue García Ferré el primero en desarrollar la idea. Verdadero: la primera película animada se hizo en Argentina. ¡Y en 1917! Cuando el cine estaba en pañales. Y hoy se cumplen 104 años de su estreno.

Lamentablemente, los originales se perdieron durante dos incendios que devastaron el estudio. Créase o no: las copias para exhibición realizadas en celuloide, se reciclaron para fabricar peines. A duras penas algunas escenas lograron ser rescatadas, más algunas otras que su director logró rearmar tiempo después.

El precursor fue el italiano Quirino Cristaldi, que había llegado con el siglo XX a Buenos Aires, con apenas 4 años. Y durante 1917 de dio a la titánica tarea de escribir, producir, dibujar y dirigir el primer largometraje de animación: “El apóstol”, una sátira “amigable” del entonces presidente Hipólito Yrigoyen. El estreno se realizó el 9 de noviembre de 1917 y permaneció más de un año en cartel. Un éxito impensado, que culminaba el esfuerzo artesanal de sus autores.

El argumento era sencillo: Yrigoyen se encuentra con Júpiter en el cielo, a quien le  pide el rayo para la tarea de “purificar” Buenos Aires de la corrupción y la inmoralidad. Don Hipólito arrasa con la ciudad y cuando debe poner manos a la obra con la reconstrucción… se despierta y advierte que todo había sido un sueño.

Lo extraordinario fue la sofisticación del equipo que diseñó Cristaldi y los efectos especiales utilizados. Se hicieron 58.000 dibujos en 35 mm (14 cuadros por segundo, para dar idea de movimiento). Y montó una mesa de montaje sobre la base de una cámara fotográfica cenital suspendida, utilizando engranajes, poleas, manijas y pedales.

El responsable de caracterizar a los personajes fue el dibujante Diógenes Taborda. Y lo realmente descomunal (al decir de los cronistas de la época), fue la escena de la destrucción de la ciudad: el arquitecto Andrés Ducaud construyó una maqueta que incluía 16 manzanas de Buenos Aires (incluyendo el Congreso, la Casa de Gobierno, la Aduana y el edificio de Obras Sanitarias), el puerto, y más de 80 barcos. Tanto esfuerzo para después incendiarla.

El éxito motivó a Cristiani para intentar una segunda película al año siguiente. Se llamó “Sin dejar rastros” y se posicionaba a favor del abandono de la neutralidad argentina en la primera guerra mundial, a favor de los Aliados. Esta vez no tuvo tanta suerte: al día siguiente del estreno la película fue censurada y decomisada por las autoridades. Querían evitar conflictos diplomáticos con el Imperio Alemán de entonces.

El dinámico y creativo Cristiani consiguió otro logro en 1931, cuando estrenó la primera película animada sonora (sí, antes que Disney, que seguía explorando técnicas de producción con sus cortometrajes del ratón Mickey). Se trató de “Peludópolis”, una nueva sátira sobre el gobierno de Yrigoyen, pero estrenada durante el gobierno de la dictadura de José Félix Uriburu. Todo lo que tenía de obsesivo, trabajador y talento, le faltaba de pulso para entender la realidad. El filme fue un fracaso comercial.

El director ítalo-argentino abandonó entonces sus experimentos en animación y se dedicó a “generar recursos”: inventó un sistema de cine ambulante para exhibir películas en los barrios; y se concentró en filmar cortos de publicidad. Su calidad hizo que la Metro Golden Mayer lo contratara para sus productos en Latinoamérica.

En 1938, Constancio Vigil (el creador de Billiken y una larga serie de narraciones infantiles), contrató a Cristiani para realizar el corto animado de El Mono Relojero, un personaje que trascendió a sus autores. El realizador italiano adaptó las nuevas técnicas de los estudios Disney que permitía mejorar los tiempos de producción y la calidad final del material. El corto fue bien recibido por el público, pero Vigil desistió de continuar con su publicación.

Cuando Walt Disney visitó Argentina, allá por 1941, quiso entrevistarse con aquel talentoso creador del que había escuchado hablar. Se interesó en su trabajo y hasta le ofreció marcharse a Estados Unidos para trabajar en sus estudios. Pero para entonces Cristiani se había recuperado económicamente y no quiso abandonar Buenos Aires: además de la empresa de cine contaba con un laboratorio que gozaba de gran prestigio en todo el país.

Alcanzó a filmar otras dos películas: el corto “Entre pitos y flautas” (1941), en la que se concentraba sobre el mundo del fútbol; y Carbonada (1943). Falleció en su casa de Bernal (partido de Quilmes), en 1984.

Te puede interesar