2021-07-21

LUCAS CARO

Los hermanos menores y un silencio que pide justicia

Una cama preparada para alguien que ya no regresará a dormir.

Otra, destinada a los amigos que acudían para jugar a la PlayStation.

Un poster de Dragon Ball Z, recuerdo de un viaje a Las Grutas.

Un trofeo por haber ganado un campeonato juvenil de fútbol con el club Puerto Moreno.

La habitación respira ausencia.

Ingresa Santiago, de doce años, y se sienta un momento en el sitio en el que dormía su hermano, Lucas Caro.

Hace un momento, Santi estuvo en la planta de abajo, donde durante varias horas permaneció callado, al igual que su hermana Agustina, de dieciséis años, mientras se hablaba de una noche que les cambió la vida, cuando el 27 de febrero desaparecía para que el 28 -desde ese momento, para ellos, número fatídico- arremetiera con una carga de dolor inimaginable.

Los otros miembros de la familia habían contado lo que sucedió aquella vez, cada uno desde la posición que le tocó en un tablero macabro, donde las piezas se empecinaron en ponerlos en jaque.

Ellos dos, los menores del “equipo”, resistieron estoicos mientras preguntas y repreguntas buscaban armar, gracias a las respuestas de sus papás, el hermano mayor, una tía, la abuela, la novia de Lucas y su mamá, el rompecabezas de la última noche de Lucas y todo lo que siguió, incluidas presunciones de juegos de intereses como así también ofertas monetarias para dejar sin prisión efectiva a Matías Vázquez, quien con su auto arrolló al adolescente de diecisiete años para luego dejarlo abandonado y huir.

En algún momento, las lágrimas se deslizaban por sus rostros, pero, más allá de que no podían emitir palabra porque se quebraban, optaron por quedarse.

El silencio de Agustina y Santiago también pedía justicia.

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