2021-05-02

LA MOLESTIA POR LA SUSPENSIÓN DE DISTINTAS ACTIVIDADES NO CESA

Cuando la danza se interrumpe

Melina Mazzoleni el año pasado daba clases de baile, junto a otros profesores, en un salón llamado Andanzas, en la avenida 12 de Octubre.

Al principio de la cuarentena, su intención era mantener el lugar.

Pero el tiempo pasaba, y el período de encierro se extendía, por lo que no le quedó otra que poner el candado y olvidar dónde dejó la llave.

“Después de algo más de tres meses de sostener el espacio, pensando en que íbamos a volver, decidí cerrarlo, porque era inviable”, sostiene Melina.

“Fue en junio de 2020, cuando ya vi que la situación iba para largo”, puntualiza.

“Empezamos a hacer algunas cosas en forma virtual, pero la conectividad en Bariloche es mala o, en algunos casos, nula”, explica.

Las complicaciones ocurrían tanto en las casas de quienes pretendían recibir las clases como en los hogares de los mismos profesores.

“Se debe tener en cuenta que, en cada hogar, no estamos solos… Hay chicos, maridos, y muchos de ellos también trabajaban desde casa. O sea que coordinar un tiempo, un espacio, un dispositivo, y buena conectividad, no es para nada fácil”, asevera la instructora, quien, además de rock and roll y swing, también enseña Pilates.

Pese a las dificultades citadas, Melina continuó con su labor como profesora a la distancia: “Nos reinventamos, más allá de todo. Pero la concurrencia virtual disminuyó en un cincuenta por ciento con respecto a la que había en el espacio físico”, cuenta.

“Tratamos de tener otros ingresos, por una situación lógica”, apunta.

Así, Melina retomó su oficio de traductora de inglés.

Se dedicó a traducir páginas web y folletos, además de consentimientos informados de medicina, los cuales, a partir del COVID-19, tuvieron un incremento importante.

Pero, por más que se trata de algo que estudió, la traducción no es su profesión preferida, como sí lo es la danza, que, en realidad, para ella, involucra mucho más que un trabajo: es una parte fundamental de su vida; sin ella, la existencia no estaría completa.

“Durante el año pasado, la situación me afectó, más allá de lo laboral, a nivel emocional y físico”, asevera.

En octubre regresaron las clases presenciales. “Pero no podíamos bailar en pareja. Nos juntábamos en un espacio cerrado, aunque seguíamos aislados entre nosotros, tratando de reformar la danza para hacerla de manera individual”, señala.

Luego, hasta la reciente suspensión de la actividad, se retomó el baile de a dos, aunque solo de los convivientes. “Pero hay muchas personas que viven solas, sin pareja, y no tienen esa oportunidad”, cuenta Melina.

“No encontrábamos un sentido común entre las políticas impuestas: por ejemplo, me puedo ir a tomar una cerveza con alguien, pero, con esa misma persona, no me permiten bailar en un salón”, agrega.

Más allá de esas complicaciones, se añadieron inconvenientes extras: al no contar con un lugar, ya que, tal sus palabras, no pudo mantener el salón Andanzas, debió recurrir a otros sitios. “Tuve que subalquilar espacios”, confirma Melina.

Sonia Manasse es una señora que estudia (estudiaba, en realidad, porque las nuevas medidas la obligaron a un impasse) danza afro y rock, en grupos de diez personas cada uno, y canto, con cuatro compañeros (todos llevaban máscaras mientras practicaban).

“Es mucho más saludable el arte y la actividad física, con el protocolo correspondiente, que otras actividades que desarrollan ciertos comercios”, sentencia Sonia.

Y, justamente, se refiere a la problemática reseñada por Melina Mazzoleni: “Los profesores tienen que alquilar varios horarios en un salón para poder cumplir con la reglamentación, y así dividir en grupos a los alumnos, lo que implica, para ellos, mayores costos”, dice.

Melina concuerda, y suma, además, que es dificultoso buscar espacios acordes y, los que hay, al abundar profesores que quedaron “boyando” por haberse visto obligados a abandonar los que poseían antes, no cuentan con demasiados horarios libres.

Son varios los docentes, y, al tener que subdividir a los estudiantes en diversos grupos, para evitar las aglomeraciones, se requieren turnos que no siempre están disponibles.

Viviana Fernández estudia danza rock, a la vez que ella misma es profesora, pero de pintura.

Protesta porque dicen que están prohibiendo “todo lo que sube la 'vibración' y las defensas”.

“La propagación del COVID no tiene nada que ver con esto que hacen. Los protocolos se estaban acatando, y, por lo menos en las actividades en las que yo intervengo, no hubo ningún contagio”, declara.

“Nos oponemos a la restricción absoluta… Que la regulación sea igual que con los demás negocios, limitando la cantidad de gente, como, en realidad, ya se hacía”, agrega.

Melina Mazzoleni ratifica esas palabras y reflexiona: “La prohibición no es la solución. La clave de todo es la información”.

“Lo importante es que no se llegue a tener que hacer algo paliativo, sino que se desarrolle una acción preventiva. No hay que esperar al desborde de camas, y cortar la actividad económica, porque así, ¿cómo se hace para sobrevivir?”, pregunta.

“Con el cese de actividades dicen que se soluciona un problema, pero lo cierto es que eso trae aparejados muchos otros”, opina.

Ante la suspensión de varias actividades presenciales, incluida la danza, Melina suspira: “Esto ya lo vivimos. Nos bicicletean. Son quince días, después otro tanto, y así siguen…”.

“De esta manera, no se puede proyectar, ni tener un plan”, manifiesta.

“Ojalá que lo del año pasado no se repita”, implora.

“Deseo que se tenga en cuenta a la actividad física en relación a la salud”, pide.

Y aclara que se refiere tanto al deporte como a la danza, ya que ambos colaboran al bienestar, “no solo físico, sino emocional”.

“La danza es compartir con el otro; se trata de poder bailar en conjunto, en pareja… y ahora eso, una vez más, no puede hacerse, lamentablemente”, concluye.

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