2020-07-31

UN HOMBRE DE LA MONTAÑA COMO POCOS

Dinko Bertoncelj festejó sus 92 años con mucha nieve y rodeado de sus amigos “antárticos”

Hablar de Dinko es hablar de nieve, de Eslovenia, del esquí y de tantas otras actividades. Fue un reconocido escalador, esquiador y un incansable hombre de montaña. Fue el principal impulsor de la entidad que agrupa a los instructores de esquí. Antonio Zidar dialogó con él en la radio de El Cordillerano y recordó parte de su vida.

Dinko Bertoncelj nació en Eslovenia el 31 de julio de 1928. En la actualidad, con 92 años vive en su casa de siempre en Villa Catedral y se muestra agradecido de la vida que tuvo, pese a que padeció momentos duros, también disfrutó de los agradables, los que elige para rememorar y seguir son los ligados a la vitalidad que lo caracteriza.

En diálogo con el programa "El Expreso Periodístico", que conduce Antonio Zidar en la radio del diario El Cordillerano (93.7), Bertoncelj opinó desde su óptica cómo está la montaña con tantas nevadas. “Hay una cantidad bastante importante. Yo estoy medio encerrado en el cerro y tengo mi casa como si fuera un iglú. En la entrada principal tengo como 5 o 6 metros de nieve, que es la que se cayó del techo. Pero en el piso debe haber 1,30 aproximadamente. Hace varios años que no había tanta nieve. Así es Bariloche cada tanto nos toca”, reflexionó.

Recordó que su primer año en Catedral fue 1949, en el mes de junio, cuando empezó a esquiar. “Yo tenía experiencia de competición en Europa. Pasé por todas las etapas: aprendizaje, competición e instructor. Viví toda una vida adentro de la nieve”, señaló.

En el día de su cumpleaños, contó que en el tiempo que lleva encerrado por la cuarentena “la sorpresa más grande la tuve hoy (viernes). Porque tenía que llevar a mí esposa a operarse y no pudimos salir. Y en Bariloche hay un grupo de antárticos, que se llama “Pingüinera”, y yo soy uno de ellos, y cada tanto nos juntamos. Hoy vino todo ese grupo a palear la nieve en mi casa. Están afuera matándose de risa. No hay gente joven allí, son todos viejos, que los conocí en la época que me tocó ir a la Antártida. Hoy son gente grande, que están paleando”, contó mientras hablaba por teléfono.

Dinko, junto a Romana y sus hijos Bogdan y Andrés en 1974 en la casa de Villa Catedral. (Foto gentileza Toncek Arko).

Su paso por el punto más austral del planeta fue en la década del ‘50. Consultado sobre cómo vivió ese momento, Dinko respondió: “Yo estuve 4 años en un campo de refugiados donde pasé hambre y frío. Pero mi paso por la Antártida fue muy productivo, personalmente crecí muchísimo. En la base donde me tocó estar en el años ‘57, ‘58 era la General Belgrano, y yo era el único que sabía esquiar y manejarme con los hielos y grietas, con tan solo 24 años”.

“Allá, de golpe, era alguien. Y eso me ayudó para mi formación personal, tanto que estoy muy agradecido por todo lo que me pasó”, sostuvo.
Haciendo una mirada en perspectiva de sus 92 años de vida, Dinko dijo que se siente muy agradecido a Dios, “porque siempre me estuvo cuidando de alguna manera. Salí de muchas de esas que normalmente no se salen, de alguna manera siempre me salvé”. Y recordó que tuvo un accidente hace casi 20 años, donde por poco cae desde un precipicio en el cerro Capilla hacia el brazo Tristeza del lago Nahuel Huapi.“Mi hijo Bogdan, que es creyente, cuando me vio caer y no me pudo agarrar, me vio rodar y pidió ‘Virgen ayúdalo’, en ese momento una roca me detuvo y quedé a cinco metros del precipicio. Por eso todos los días agradezco a Dios”, sostuvo y añadió: “en ese momento, todos creían que no sobrevivía y lo hice. El médico me dijo que no volvía a caminar y lo hice. El rescate fue uno de los más difíciles, según los rescatistas. Gracias a Dios me rescataron y acá estoy”.

Andrej, Dinko, Romana y Bogdan, de izquierda a derecha. 

Bertoncelj siempre cuenta su enorme agradecimiento con la Argentina. “Este país fue muy bondadoso conmigo, lo único que deseo es que se levante bien, con gente buena, para que salgamos de todos los problemas y que nos deje en paz el virus que nos está acechando, que termine pronto y bien. Eso es lo único que deseo. A pesar de todo, me parece el país más lindo del mundo”, consideró y no es poco, ya que en sus 92 años conoció numerosos paisajes y lugares del planeta.

Confesó además en su charla con Antonio Zidar, que nunca pensó en regresar a vivir en Eslovenia, y relató que cuando se independizo Eslovenia de Serbia, como país autónomo, le devolvieron la ciudadanía y que en la actualidad mantiene muy buenas relaciones con ese país.

“Hace poco, el presidente de la Nación, me otorgó un certificado de reconocimiento como ciudadano esloveno, como su representante y por nunca haberme olvidado de Eslovenia ni del idioma. Fue un reconocimiento increíble. Pero nunca se me ocurrió volver, porque Argentina para mí siempre fue un país muy bondadoso. Me devolvió todo lo que la guerra me sacó”, expresó. Y remarcó que cuando escapó de su país al finalizar la Segunda Guerra Mundial, le sacaron todo, hasta la ciudadanía, y que cuando llegó a nuestro país, el presidente de la Nación en persona, le entregó la ciudadanía argentina.

Dinko y su esposa Romana el año pasado. (Foto Tonny Romano)

Sus anécdotas

En la entrevista radial, Dinko rememoró vivencias de su paso como director de una escuela de esquí en Windham (Estados Unidos). “Eso fue después del 60, cuando hice unos cursos en Europa, para perfeccionarme un poco más de lo que estaba haciendo como instructor de esquí. Con eso, cuando volví se me abrieron muchas puertas”, consideró.

“Acá pude comenzar a hacer los primeros cursos para instructores de esquí, que fue un aporte para devolver todo lo que se me dio. Puse todo el empeño en fabricar nuevos instructores capacitados. Inclusive, empecé a trabajar en los Estados Unidos, donde me ofrecieron la escuela de esquí y llevé a varios instructores de acá que certificaron allá. Cuando volvimos a Bariloche, comenzamos a trabajar todos juntos en los cursos nacionales, donde estuve como 20 años”, prosiguió.

Mencionó que en el país del norte, le pasaron cosas “muy raras” y que pese a trabajar muy bien y sentirse muy cómodo, siempre quiso volverse a Bariloche, a su casa en Catedral. Rechazó numerosos ofrecimientos para quedarse allí, pese a lo atractivos que eran. Entonces, llegó el día de su despedida, donde el presidente del lugar brindó un emotivo discurso y no lo pudo terminar.
Contó que entre otra gente de enorme poder adquisitivo, le tocó trabajar con la familia de un comerciante que cerró importantes acuerdos con Rusia.

“Venían a esquiar en helicóptero. Llegaban, esquiaban dos horas y se volvían a New York. La mujer me dijo que le cambié la vida, porque su marido era un amargado y después de aprender a esquiar, cambió su ánimo, contaba chistes y por eso la señora estaba muy agradecida conmigo”, indicó Dinko.

El primero de sus ahijados y amigo, Antonio Pavlovcic.

Entre otras entrañables anécdotas, tuvo en suerte impartirle clases de esquí a varios integrantes de la familia Kennedy y se hizo muy amigo de Ethel Kennedy, esposa de Robert Kennedy, quien le prestó durante un tiempo un pomposo vehículo, el Lincoln Continental, que todavía aparece en las películas norteamericanas.

Robert fue un abogado estadounidense, fiscal general de los Estados Unidos. Era uno de los hermanos menores del presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy y uno de sus consejeros de mayor confianza.

“Empecé a usarlo el Lincoln y nos fuimos de compras. Todo el mundo lo miraba y no lo podían creer. Miraban el águila presidencial que tenía en el capó, el cual se lo había regalado el propio John Kennedy. Cuando le quise devolver el auto, me dijo que me lo quedara, él solo quería el águila”, recordó Dinko entre risas.

Finalmente, volvió a agradecer a Dios las cosas buenas de la vida que le tocó vivir. Y rescata de sus inolvidables experiencias, el reconocimiento. “La parte material nunca valió nada para mí. Pero sí el sacrificio y todo lo que uno hizo, eso sí lo agradezco mucho y lo acepto”, concluyó.

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