TANTOS QUE SE CANSÓ DE PONERLES NOMBRE

| 21/04/2024

¿Quién “descubrió setenta lagos” al sur de Bariloche entre 1900 y 1903?

¿Quién “descubrió setenta lagos” al sur de Bariloche entre 1900 y 1903?
Desde el Valle del Manso, Onelli dio con el viejo Camino de los Vuriloches.
Desde el Valle del Manso, Onelli dio con el viejo Camino de los Vuriloches.

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En su libro “Trepando los Andes”, Clemente Onelli ponderó el trabajo de un colega suyo a quien, además, se le atribuye el redescubrimiento del Camino de los Vuriloches.

Para 1903, Comisiones de Límites de Chile y Argentina procuraban dirimir por dónde pasaba la nueva frontera y ver qué recorrido efectivamente hacía la línea por las “altas cumbres” que “dividen aguas”, según el principio que estableció el Tratado de 1881. El trabajo fue arduo de Neuquén al sur y en su contexto, hubo un geógrafo que se destacó por identificar una cantidad sorprendente de lagos que, por entonces, nadie en Buenos Aires ni Santiago conocía.

Uno de los encargados de llevar adelante la tarea en nombre del Gobierno argentino fue Clemente Onelli, quien había llegado de Italia en 1888 y en 1904, compartió algunas de las andanzas que protagonizó en “Trepando los Andes” (Ediciones Continente-2007), un libro que se entronca en varias de sus páginas iniciales con la historia de Bariloche y la región aledaña. También, con el quehacer de sus colegas.

En el verano de aquel año -1903- el oriundo de Roma navegó el Nahuel Huapi, conoció Puerto Blest, la isla Victoria, Puerto Moreno y el poblado que ya se llamaba San Carlos de Bariloche. Después, recibió la orden de desplazarse hasta el lago Lácar y la zona del volcán Lanín, para luego retornar a estar geografías. Retomamos su itinerario cuando abandonó el área donde hoy están Villa Los Coihues o Villa Lago Gutiérrez en dirección a otros rumbos.

“Después de haber hecho breves observaciones geológicas en la región del Gutiérrez, volví hacia el Este para encontrar camino más expedito en las altas y onduladas pampas de pobres vegetación y de color amarillento, que les merecieron el nombre de Lomas Bayas, llegando a las nacientes del río Manso, en busca del ingeniero Emilio Frey”, según el relato que legó el futuro director del Zoológico de Buenos Aires.

El italiano no se ahorró elogios y calificó a su compañero de “valiente y abnegado geógrafo de esa región”. Concedió Onelli que “en tres veranos de estudio (Frey) descubrió, entre aquellas serranías cubiertas de bosques impenetrables, setenta lagos, que reflejan toda la gama de los azules andinos”, cuantificó. “Lagos que conforman cuencas tranquilas e inaccesibles en el fondo de pozos colosales, rodeados de piedra a pique”, ejemplificó.

También, “lagos que constituyen la superficie extrema de la plataforma de una montaña; o que han escarbado su lecho en el hielo vivo de un ventisquero; o que, cubiertos de troncos seculares, se esconden en la quebrada profunda de una montaña; que depositados en un valle de declive insensible, invaden éste, que se cubre de altos juncos, viviendas de miles de patos, que, sin cuidarse de la presencia del hombre, por ellos desconocidos, conciertan en escuadrilla pequeñas giras hacia los nenúfares abiertos que boyan inmóviles en otro costado de la laguna”.

Apuntó el explorador que “el ingeniero Frey empezó a llamar a esas cuencas lacustres con los más variados nombres, hasta que, cansado de tanta nomenclatura, con el instinto práctico del americano, los denominó 1, 2, 3, 4, etc.” Afortunadamente, prevalecieron otros criterios de denominación, por más que sean discutibles desde la actualidad. Aunque de mayores suizos, Frey había nacido en la Argentina en 1872.

Una vez en el valle del Manso, anotó el oriundo de Roma: “En la misma dirección de ese camino, recientemente abierto, debe haber corrido el de Bariloche, desaparecido después bajo la poderosa vegetación del bosque cordillerano”. Se refería a un recorrido que a pesar de las discusiones, habían practicado las autoridades chilenas, sin conocimiento de las argentinas. El hecho generó tensiones luego.

En relación con la mítica senda, escribió Onelli: “Así lo creo, porque un día, mientras escalaba un alto cerro para hacer allá arriba señales con humo al ingeniero Frey, escondido sabe Dios en qué profunda quebrada de la montaña boscosa, hallé sobre un paredón liso del cerro, medio escondido entre los árboles, los dibujos pintados y característicos de los antiguos indios y, removiendo la tierra, di con un esqueleto de araucano”.

No solo eso: “Y a cuatro y a ocho leguas más al Sudeste, volví a encontrar repetidas esas señales, casi jaloneando el rumbo del antiguo y desaparecido camino”, proclamó Onelli. Dar con el enigmático Paso de los Vuriloches fue una obsesión para aquellos hombres, a tal punto que fueron varios quienes se autoadjudicaron su redescubrimiento. Pero en general y al menos al Este de la cordillera, se admite que fue precisamente Emilio Frey quien terminó con el misterio de su trazado.

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