17/06/2018

Cultura emprendedora

No es que no la tengamos, sino que no es suficientemente robusta. Hay cultura emprendedora, pero lábil. Por eso, tenemos una economía basada en la iniciativa o sostén estatal. Casi la mitad de nuestro PBI es estatal. Y, por ello, también abrigamos expectativas, mucho más de la cuenta, en el auxilio de la mano estatal. Depositamos una excesiva esperanza en las leyes, sobre todo nuevas. Pareciera que aguardamos una especie de ‘milagro legal’.

Por Alberto Asseff*

Hasta oímos una publicidad de la Legislatura porteña que dice, con audaz desenfado, “en la Ciudad de Buenos Aires vivir mejor es ley”. No nos importa demasiado que estemos llenos de leyes que no se cumplen y muchas otras incumplibles. Queremos más leyes. Tenemos la esperanza de que con esa sobreabundancia legislativa solucionaremos nuestros desequilibrios socio-económicos.

Es verdad que las leyes son mejorables. También que ya es hora de depurar el digesto, algo que se prometió –y se empezó a elaborar-, pero que sigue pendiente. Sería más sano y, sobre todo, más claro que, en vez de casi 29.000 leyes e incontables decretos, reglamentos y diversas normativas, pudiésemos contar con un cuerpo legal que reúna sólo las leyes vigentes. La técnica legislativa no es precisamente el fuerte de nuestro Congreso. Si no, no existirían centenares de textos legales que rezan “deróganse todas las leyes que se opongan a la presente” ¿Cuáles son las que se abrogan? ¡Vaya a saberse! La elucidación de eso se delega, al final en los jueces. Mientras, el pueblo no sabe a ciencia cierta qué texto rige y cuál ha sido abolido.

Todos coinciden –coincidimos– en que nuestra economía deber ser más productiva y que debemos quitarle muchos gravámenes -no sólo tributarios– a nuestra actividad. También es un objetivo compartido que hay que añadir valor a lo que producimos, lo cual implica sumarle conocimiento, innovación, iniciativa, creatividad. Otro aspecto donde convergemos es que debemos ser más emprendedores, liberándonos de ataduras burocráticas o de subordinaciones a lo que nos indiquen las políticas públicas.

¿Por qué exportamos poco? ¿Qué motivo hay para que en más de quince provincias argentinas la mayoría de los habitantes se someta a un empleo público? ¿Cuál es la razón para este conformismo de vivir en tono tan gris, tan carente de horizonte ancho, tan mediocre? ¿Dónde se originó el abismo que disocia nuestra felicidad de la empresa económica timoneada por la iniciativa privada?

No podemos ser ingenuos y desconocer la larga trayectoria de un capitalismo abusador, explotador, injusto, desbordado. Esa tendencia al desmadre fue universal. Pero la respuesta que le dimos en la Argentina fue casi única, muy vernácula. En otros lares, se lo puso en caja -o se intentó– mediante instrumentos como la ley antimonopolios o la de garantir la libre competencia, unidos a una normativa protectora del trabajo. También, hay que decirlo, en todo el mundo, el Estado irrumpió en la vida económica creando empresas públicas que impulsaron la actividad y el avance tecnológico. Pero, en esos países, las empresas estatales se desarrollaron respetando la ecuación costo-beneficio, controlando los resultados de la inversión estatal, innovando tecnológicamente y, por encima de todo, encapsulando a la corrupción. En ninguna parte hubo, por ejemplo, un emprendimiento como YCF, la entidad para extraer y explotar el carbón de Río Turbio. Cuando se decidió abrir los socavones, mediaron buenas razones geopolíticas. Empero, sesenta años después, no podemos seguir inyectando plata sin recupero. Un túnel no es un barril sin fondo. Y con un saqueo de los recursos públicos que ni siquiera se consuma con ardides. Es a la vista general. Sin tapujos. Ni siquiera se arroban. Roban (ron) directamente.

Es hora de dar un salto de calidad para la gestión pública, empezando por la de la economía. Por caso, habría que instrumentar un gran programa que llamaría “usemos nuestro cerebro” para estimular el espíritu emprendedor de los argentinos. Lógicamente, necesitamos que el Estado acompañe, no para hacerse cargo, sino para descargarnos de obstáculos. Toda nueva Pyme tendrá el incentivo tributario y crediticio para auxiliar su creación y consolidación. Si es exportadora, se incrementarán los alicientes. Y si esa Pyme se emplaza en el Chaco, Corrientes, La Rioja, en cualquier sitio del norte grande del país, aumentará el apoyo. Esto, acompañado de la incorporación al Código Penal de una nueva conducta típica (delictiva): desvío de crédito o de beneficio fiscal. Gravísimas penas inexcarcelables para el defraudador del respaldo público. Este plan se complementa con el banco de Proyectos e Ideas, que estará en internet En él, los argentinos ‘depositarán’ sus iniciativas para compartirlas, diría socializarlas. En ese banco, se articularán quienes ‘sueñan’ con aquellos resueltos a ejecutar, a emprender.

Así como todo en la vida exige equilibrio –ni hablar del acuciante reclamo en ese sentido que grita nuestra maltrecha macroeconomía-, hay que lograr el punto justo entre la iniciativa privada y su capital y las políticas estatales.

Por eso, el país está pidiendo un Plan Nacional de Desarrollo indicativo u orientativo. Lejísimo de los planes soviéticos de naturaleza imperativa, lo que requerimos es una planeación de lo que deberíamos conseguir y sus etapas.

Ese Plan no debe ser resorte excluyente de las oficinas estatales. Deben participar las ‘usinas’ de la sociedad, desde el pensamiento político hasta los impulsos y propuestas sectoriales.

No hay reformas sin tensiones. Empero, si la disputa es por dos modelos radicalmente divergentes –un ‘país privatizado’ versus un ‘país estatizado’- la ineludible solución es encontrar la diagonal. Es inaceptable –porque nos destruye– que sigamos en el vaivén de un período de intento de ‘privatizar’ y otro de ‘estatizar’. De este modo oscilante, el resultado es ineluctable: país ni estatizado ni privatizado, sino penosamente estancado, con tendencia nefasta al retroceso. Es el país peor de todos, desilusionado.

La cultura emprendedora nos ayudará a ser más prácticos. Menos inflexibles o intransigentes. Llegó el tiempo de comprender que la única rigidez que debemos poseer y exhibir es la de los principios básicos para asegurar nuestra convivencia. Principios que vienen de la moral y/o de la ética. Todo lo demás debe desenvolverse con plasticidad cual si fuésemos un cuerpo nacional de ballet. Esto nos conduce a otro concepto: la Argentina clama por armonía, excluyente forma para arribar y sellar el Acuerdo. Ese acuerdo histórico que abordamos en una nota de opinión de hace un mes.

Con cultura del trabajo y emprendedora, tendremos gran parte de esta encrucijada despejada. Si a ellas, adunamos la armonía –pacificación de los espíritus– y la pericia en la gestión, es indudable que el buen puerto estará a la vista.

*Diputado del Mercosur; diputado nacional M.C.; presidente nacional del partido UNIR
www.unirargentina.org

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