29/09/2018

¡Paren la Tierra, me quiero bajar!

Los globos terráqueos que se venden en las librerías y que ornamentan escritorios u oficinas se diseñan como esferas geométricas perfectas, que giran de manera igualmente perfecta sobre un eje o línea imaginaria, que une el Polo Norte con el Sur. Está bien con finalidades didácticas pero, en realidad, la esfera que supone el planeta no es tan perfecta y su rotación oscila levemente de forma periódica, por causas que se estudian hace décadas.

El fenómeno que más se analiza en estos campos de la investigación es el denominado movimiento polar, es decir, el desplazamiento que experimentan los polos como consecuencia de minúsculas desviaciones en el eje de rotación de la Tierra. Por ejemplo, un estudio que lideraron expertos del Jet Propulsion Laboratory (JPL) de la NASA calcula que, durante el siglo XX, el eje sobre el cual gira la Tierra se desplazó unos diez centímetros por año, es decir, unos diez metros en cien años.

Publicó la investigación la revista “Earth and planetary science letters” y, en su texto, los autores destacan que, entre las causas de la alteración, se encuentran la pérdida de masa de hielo en zonas polares, principalmente Groenlandia. También apuntan dos fenómenos poco conocidos para todos nosotros: el rebote glacial y la convección del manto.

Surendra Adhikari, autor principal del estudio, sostiene que “la explicación tradicional es que un proceso, el rebote glacial, es responsable de este movimiento del eje de rotación de la Tierra. Pero, recientemente, muchos investigadores han especulado que otros procesos podrían tener también grandes efectos sobre él”. Es evidente: los globos terráqueos de fines educativos, no están en condiciones de entrar en estos detalles.

Toca a los científicos observar la complejidad: “montamos modelos para un conjunto de procesos que se consideran importantes para impulsar el movimiento del eje de rotación. No identificamos uno sino tres conjuntos de procesos que son cruciales en esta evolución. A lo largo del siglo XX, la fusión de la criósfera global es uno de ellos”. Con ese vocablo, se describe a las superficies del planeta donde el agua se encuentra en estado sólido. Incluye al hielo del mar, de los lagos o ríos, los glaciares, las capas de hielo y también al terreno congelado, es decir, el permafrost.

Los cambios en la superficie terrestre, en las capas de hielo, los océanos y también el flujo del manto de la criósfera, afectan la rotación del planeta. Como las temperaturas aumentaron durante el siglo XX, la masa de hielo de Groenlandia disminuyó. En los hechos, aproximadamente 7.500 gigatoneladas de hielo de aquel confín se derritieron en el océano durante los anteriores 100 años. Para que tengamos un paralelismo, aquella magnitud puede compararse al peso de más de 20 millones de edificios similares al Empire State neoyorquino.

Según el cálculo, la pérdida de hielo de Groenlandia es una de los principales aportes de la masa que se transfiere a los océanos. La consecuencia es un aumento en el nivel del mar que indirectamente, deriva en modificaciones en el eje de rotación de la Tierra. Con anterioridad al estudio del JPL, los estudios atribuían al rebote glacial la responsabilidad central en el movimiento polar de largo plazo.

Otro concepto que tenemos que aprender… Durante la última Edad de Hielo, el peso de los glaciares deprimió la superficie de la Tierra. A larguísimo plazo, el movimiento es similar al que se produce cuando alguien se sienta sobre un colchón: primero se hunde flexible y luego recupera su contorno original. Pues bien, otro tanto ocurre con las superficies del planeta: mientras el hielo se derrite o elimina, vuelve muy lentamente a su posición original.

El nuevo estudio analizó en términos estadísticos el rebote glacial para concluir que, probablemente, sólo sea responsable de un tercio de la deriva polar en el siglo XX. Los autores argumentan que otro tercio se debe a la convección del manto, es decir, el fenómeno responsable del movimiento de las placas tectónicas en la superficie de la Tierra. Básicamente, refiere a la circulación de material a raíz del calor que proviene del núcleo del planeta.

Hay que pensar en una cacerola con sopa en la hornalla: a medida que se calienta, la sopa y sus ingredientes empiezan a subir o bajar. Con las rocas que se mueven a través de los sucesivos mantos de la Tierra, ocurre otro tanto.

Con los tres factores ampliamente identificados, los científicos pueden distinguir las modificaciones que se producen por la dinámica propia del planeta de las que tienen que ver con el cambio climático. La conclusión: si se acelera la pérdida de hielo en Groenlandia, otro tanto sucederá con el movimiento polar... ¿Se acuerda de Mafalda? Con ella, diremos: “Paren el mundo, ¡me quiero bajar!”

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