28/07/2018

Aporte radical al pensamiento nacional

Curiosamente, es a instancias de un decreto de la última dictadura que hoy se conmemora el Día de la Cultura Nacional, fecha en que se produjo el fallecimiento de Ricardo Rojas. Como a partir de su libro “El santo de la espada” sobre la figura de San Martín, Leopoldo Torre Nilsson filmó en 1970 una película, se tiende a suponer que aquel fue su máxima contribución al patrimonio cultural argentino. Sin embargo, su trayectoria fue muy importante e igual de prolífica su producción.

Rojas había llegado al mundo en Tucumán, pero cuando tenía 11 años, su progenitor dejó de existir y la familia se trasladó a Buenos Aires. Allí comenzó a expresar su pensamiento en la revista “Ideas”, que había fundado en 1903 Manuel Gálvez. Por su parte, éste pasó a la historia como historiador del radicalismo, aunque también su tarea fue más vasta. Más tarde, se desempeñó Rojas en el periódico “El país”, que respondía a la línea política de Carlos Pellegrini.

Como buena parte de los grandes de aquella época, pasó por “Caras & Caretas”, a partir de 1900. Llamativamente, Rojas jamás accedió a título universitario alguno. No obstante, su prestigio le permitió ostentar dos cargos académicos y la membrecía en varias sociedades científicas, entre ellas, la Academia Real de Letras de Madrid y el Consejo Académico de la Universidad de La Plata.

Evidentemente, fue un producto de otros tiempos, ya que su educación resultó de sus propios esfuerzos. Autodidacta, Rojas se caracterizó por su disciplina y constancia. Cuando cumplió 37 años, ya había publicado 20 obras y era un referente en el panorama literario nacional. Su primer libro había sido una colección de versos que se llamó “La victoria del hombre”. Contó con el prólogo de Carlos Guido y Spano en la Argentina y de Miguel de Unamuno en España.

Entonces, la juventud ilustrada concebía a los viajes como instancia de formación. No fueron pocos los periplos que acometió el escritor y como resultado de sus experiencias, publicó “El país de la selva”, una colección de personajes, paisajes y leyendas típicas del interior de la Argentina (1907). Entre 1907 y 1908 estudió en España, Inglaterra, Italia y Francia. A su retorno, escribió sus memorias de viaje en “La Nación”, con el título “Cartas de Europa”.

Es de aquella época su libro más polémico: “La restauración nacionalista”. En cierto sentido, puede decirse que su trayectoria tuvo puntos de contacto con la elipse que trazó Leopoldo Lugones, aunque de ninguna manera Rojas tuvo un final tan trágico. En aquel volumen, consideraba necesaria una reforma de la educación argentina, de acuerdo con sus ideales de nacionalidad y civilización.

A pesar de las polémicas o quizá, precisamente gracias a ellas, la Universidad Nacional de La Plata invitó al autor a desempeñarse como profesor de Literatura Española. Tres años después, la Universidad de Buenos Aires se complació en designarlo el primer profesor de Literatura Argentina. Fue en esos momentos de actividad docente e investigadora que escribió “Biografía de Sarmiento”, “Poesías de Cervantes” e “Historia de la Literatura Argentina”, entre otras.

Para quienes estudian la historia intelectual, Rojas, Gálvez y otros actores de su tiempo, conformaron la Generación del Centenario, un grupo de jóvenes que había nacido en el último cuarto del siglo XX. Éstos admiraban la obra de la generación precedente, pero eran críticos de las consecuencias que había traído. Por ejemplo, atacaban el hedonismo y la falta de ideales, el cosmopolitismo y la pérdida de la identidad. Por eso, sus escritos se orientaron principalmente al estudio de los orígenes y la formación de la nacionalidad argentina.

Corría 1922 cuando Rojas creó el Instituto de Literatura Argentina de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Con el tiempo, esa dependencia se convertiría en el centro de investigaciones folklóricas y de musicología indígena más importante del país. Inquieto, fundó otros institutos y escuelas. Por unanimidad, fue elegido rector de la Universidad de Buenos Aires en marzo de 1926 y permaneció a su frente hasta 1930, cuando tuvo lugar el golpe de Estado. Cuatro años después, a raíz de su militancia en el radicalismo, conoció el penal de Ushuaia, junto a otros referentes radicales.

Fiel a las costumbres de aquellas épocas, fue un orador elocuente. En los últimos años de vida, alcanzó pleno reconocimiento, a punto tal que en 1953 fue propuesto al Premio Nobel de Literatura. Trayectorias como la suya deberían darse a conocer porque los forjadores de la argentinidad comenzaron a trabajar bastante antes de los 70 o de que surgiera el peronismo como expresión política. Además, el “pensamiento nacional” y la cultura de la que deriva, no puede considerarse patrimonio de una sola corriente política.

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