12/06/2018

Siempre las mismas palabras, cuando el poderoso se apresta a ultimar al disidente

“Como cristiano me presento ante Dios que murió ajusticiado, perdonando a mis asesinos, y como argentino derramo mi sangre por la causa del pueblo humilde, por la justicia y la libertad de todos, no solo de minorías privilegiadas. Espero que el pueblo conozca un día esta carta y la proclama revolucionaria en las que quedan nuestros ideales en forma intergiversable. Así como nadie podrá ser embaucado por el cúmulo de mentiras contradictorias y ridículas con que el gobierno trata de cohonestar esta ola de matanzas y lavarse las manos sucias en sangre. Ruego a Dios que mi sangre sirva para unir a los argentinos. Viva la Patria”. 

El precedente es el último párrafo de la carta que el general Juan José Valle le escribió a Pedro Aramburu, antes de perecer fusilado. Fue firmada el 12 de junio de 1956, a título de desenlace de una página muy dolorosa de la historia argentina que a su vez, alumbró capítulos no menos trágicos. Nótese qué tan lejos está la memoria de los argentinos de permanecer en ejercicio porque, ¿qué saben las generaciones más jóvenes de estos acontecimientos?

En general, se tiende a explicar la presente aridez de la clase política argentina más la carencia generalizada de auténticos referentes gremiales a partir de la mortandad que produjo la última dictadura militar. En parte es verdad, como también es cierto que el modelo económico que rige en el presente tuvo su primera versión a partir de marzo de 1976. Pero también es cierto que la violencia política en la Argentina es de muy antigua data.

Buena parte de los acontecimientos que tuvieron lugar en los 60-70 se relacionan directamente con el proceder de la autodenominada Revolución Libertadora. Después de las ejecuciones que tuvieron lugar en junio del 56 pasó a llamarse Fusiladora, según el rebautismo que le impuso la ironía popular. Quizás haya que remontarse hasta la muerte de Mariano Moreno en alta mar para encontrar el primer asesinato que tuvo su marco en enfrentamientos facciosos.

Todos los chicos que llegan a séptimo grado saben en mayor o menor medida que existió Sarmiento. Ninguno debe saber que la Plaza de Mayo, esa que últimamente solo se llena gracias a eventos musicales o a raíz de éxitos deportivos, fue bombardeada por un grupo de argentinos cuando entre sus contornos se manifestaban otros argentinos. Por otro lado, ¿cuántas calles céntricas de localidades argentinas llevan el apellido Mitre?, ¿cuántas el de Juan José Valle?

Es conmovedora aún hoy aquella carta de despedida. ¿La habrá leído Aramburu? “Dentro de pocas horas usted tendrá la satisfacción de haberme asesinado. Debo a mi patria la declaración fidedigna de los acontecimientos.

Declaro que un grupo de marinos y militares, movidos por ustedes mismos, son los únicos responsables de lo acaecido. Para liquidar opositores les pareció digno inducirnos al levantamiento y sacrificarnos luego fríamente. Nos faltó astucia o perversidad para adivinar la treta. Así se explica que nos esperaran en los cuarteles, apuntándonos con las ametralladoras, que avanzaran los tanques de ustedes aun antes de estallar el movimiento, que capitanearan tropas de represión algunos oficiales comprometidos en nuestra revolución”.
Fue el general clarividente a pesar de la angustia que seguramente se apoderaba de él. “Con fusilarme a mí bastaba. Pero no, han querido ustedes escarmentar al pueblo, cobrarse la impopularidad confesada por el mismo

Rojas, vengarse de los sabotajes, cubrir el fracaso de las investigaciones, desvirtuadas al día siguiente en solicitadas de los diarios y desahogar una vez más su odio al pueblo. De aquí esta inconcebible y monstruosa ola de asesinatos”.

Y tenía razón. “Entre mi suerte y la de ustedes me quedo con la mía. Mi esposa y mi hija a través de sus lágrimas verán en mí un idealista sacrificado por la causa del pueblo. Las mujeres de ustedes, hasta ellas verán asomárseles por los ojos sus almas de asesinos. Y si les sonríen o les besan será para disimular el terror que les causan. Aunque vivan cien años sus víctimas les seguirán a cualquier rincón del mundo donde pretendan esconderse. Vivirán ustedes, sus mujeres y sus hijos, bajo el terror constante de ser asesinados. Porque ningún derecho, ni natural ni divino, justificará jamás tantas ejecuciones”.

La suya no fue la única muerte. El 11 de junio se había informado sobre los fusilamientos de los coroneles (R) Alcibíades Cortines y Ricardo Ibazeta; del teniente coronel (R) Oscar Cogorno; de los capitanes Dardo Cano y Eloy Caro; más otros 20 insurrectos. Al día siguiente “fue ejecutado el ex-general Juan José Valle, cabecilla del movimiento terrorista sofocado”. Es curioso cómo a pesar del paso del tiempo se repiten las terminologías cuando el poderoso se apresta a ultimar al disidente.

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