09/04/2018

Ciencia y técnica para los problemas del país

Hoy se conmemora el Día Nacional de la Ciencia y la Técnica, en honor a la fecha de nacimiento de Bernardo Houssay, científico argentino que en 1923 ganó el Premio Nacional de Ciencias y 24 años más tarde, accedió al Premio Nobel de Fisiología y Medicina, de manera compartida. Su recuerdo no está de más en tiempos en que el país cuenta con un ministerio para el área de Ciencia y Técnica, pero con un criterio que a priori, no parece ser el que orientaba al notable investigador.

En efecto, la influencia del modelo extractivo -con sus diversas variantes- sobre la investigación científica y tecnológica es demasiado poderosa y precisamente, tiene la cartera en cuestión un vehículo muy eficaz. Cuando se hizo acreedor del galardón nacional, Houssay expresó cuáles eran sus lineamientos. “El verdadero patriotismo está en trabajar correctamente y someter su resultado a la discusión mundial, lo que mostrará la importancia real de nuestros estudios. Está también en enseñar el método y estimular el amor a la ciencia a los que nos rodean, en no temer el sacrificar las horas y posponer sus estudios para que se formen los discípulos, en estimular la crítica, en exigir el respeto y la ayuda para los que valen, en luchar por corregir lo malo o deficiente”.

Al arrancar la década del 20, Houssay ya gozaba de reconocimiento internacional. Viajó en calidad de delegado al Congreso Iberoamericano de Medicina que sesionó en Sevilla, su primer viaje a Europa. Al retornar, tuvo que desplegar una gran actividad. A partir de 1923, produjo insulina en el Instituto Bacteriológico, al poner en práctica técnicas cuyos pasos se habían publicado apenas un año antes. De inmediato, armó un equipo de investigación para develar la acción de esa hormona y después de varios años y experimentos, formuló decisivas contribuciones en el conocimiento de la diabetes.

Como paulatinamente, el prestigio de Houssay trascendía fuera de las fronteras, se tornó común que el científico recibiera visitas del exterior. Entre ellos, cabe destacar la presencia de Charles Nicolle. Evidentemente, las impresiones que se llevó fueron tan gratas, que cinco años más tarde de su presencia en la Argentina, nominó al fisiólogo argentino al Premio Nobel de Fisiología y Medicina.

Cuando recibió el Premio Nacional, ofreció un discurso en el que señaló: “En el soberbio progreso de nuestro país, que tanto nos enorgullece, no hemos alcanzado igual grado de adelanto en las disciplinas intelectuales como en las cosas materiales. No se tropieza a menudo con la mala voluntad, pero sí demasiadas veces con el escaso conocimiento de las orientaciones modernas o con una errónea apreciación de los valores”.

También juzgó oportuno formular advertencias. “Un grave enemigo de la ciencia y de la verdad es el patrioterismo, que quiere hacernos creer que hemos llegado al sumun y nada más nos falta alcanzar, que lo hecho aquí es y debe aceptarse sin crítica como lo mejor del mundo, por ser del país. Es igualmente antipatriótico el rehusar méritos a todo lo que aquí se haga y creer que un hombre de ciencia solo vale si se lo trae de allende el mar o el Ecuador. El verdadero patriotismo está en trabajar correctamente y someter su resultado a la discusión mundial, lo que mostrará la importancia real de nuestros estudios”. Houssay definía que “lo patriótico es crear un buen ambiente científico local, serio, donde se estudien los problemas objetivos que son de todos los continentes y con mucha atención los propios de nuestro país”.

Aquel reconocimiento no sería el más importante que cosecharía en su carrera. En octubre de 1947, el Instituto Carolino Médico Quirúrgico de Estocolmo, comunicó que le otorgaba compartido el Premio Nobel de Fisiología y Medicina a Bernardo Alberto Houssay. El jurado premió una de sus conclusiones: la anterohipófisis regula no sólo el crecimiento sino también el metabolismo de los hidratos de carbono.

Puede arriesgarse que Houssay había integrado su revolución personal a la científica y que había argentinizado la ciencia europea. Quizá resida allí su mérito más significativo. Lamentablemente y por cuestiones políticas, su éxito fue por entonces prácticamente silenciado en los ámbitos oficiales. De hecho, un año antes habían dispuesto la jubilación de oficio del Premio Nobel en la Facultad de Medicina.

A pesar de esos sinsabores, su optimismo era proverbial: “Confío en nuestro porvenir, aunque se contemplan hoy más sombríos nubarrones que rayos de sol. Confío en la juventud de mi patria, en su ansia de perfeccionamiento y en su voluntad de luchar por adelantar y enaltecerse. No sé si lo que ansío y espero se conseguirá en dos, diez, cien o quinientos años, pero estoy seguro de que llegará sin ninguna duda”. ¡Cómo quisiéramos participar de ese pensamiento!

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