DESPEDIDA A ENRIQUE SYMNS

| 21/03/2023

El recuerdo de una charla con “el señor de los venenos” y algo más…

El recuerdo de una charla con “el señor de los venenos” y algo más…
Fotos gentileza de Noelia López.
Fotos gentileza de Noelia López.

Conversé con él una vez, y la charla fue tan intensa que dio lugar a un libro.

Enrique Symns murió el jueves 16 de marzo.

Tenía setenta y siete años.

Su salud estaba más que deteriorada.

Cuando me avisaron que había fallecido, vinieron a mi memoria postales de aquel encuentro.

“Primera imagen de Symns: fuma con la mano derecha afirmada en el marco de la puerta de un bar sin nombre en la fachada. Es un viejo con pinta de cansado, pero no por un esfuerzo físico reciente, no, lo suyo es un agotamiento substancial que viene de años, atribuible tal vez al dolor del mundo que lo come de a poco.”

Así describí en el libro la impresión bautismal.

También detallé: “Y más allá de no estar desalineado, hay cierto nerviosismo en su vestimenta, como si el ropaje no pudiera acomodar la figura que intenta guardar, como si la esencia del ser que resbala en su interior buscara escapar, como si la indumentaria fuera un elemento más de una prisión que acomete a ese ente extraño”.

Ya van varias líneas de este artículo y todavía no expliqué quién fue (es y continuará siendo) Enrique Symns.

Da cierta desazón que no se lo conozca demasiado.

En realidad, Enrique siempre fue un hombre de “círculos”.

Su nombre era una clave para entendidos.

Si alguien lo citaba quería decir que esa persona conocía la bestia que respiraba en Cerdos & Peces, la revista que rompió cualquier tipo de formalismo. O que estaba al tanto de su vínculo de amor/odio con Los Redondos; o que había sido monologuista del grupo de Patricio Rey, así como de tantas otras bandas de rock; o que era autor de varios libros, entre ellos el imprescindible El señor de los venenos.

El Indio, en el prefacio que escribió para aquel texto que parí en un arrebato –como manera de responder a lo que la pluma de Enrique había marcado en mí–, delineó: “Me atrevo a decir que, sin darse cuenta, ha trabajado para su nombre sin la esperanza de que algún día su nombre trabaje para él”.

Eso viene a cuenta de aquello de los “círculos”. Symns hizo todo lo posible por ser “el as del Club París” (Indio dixit), el del lustre más negro en el bar (o los bares), lo cual colaboró a que no lograra trascender ese ámbito. Escarbó en la basura en busca de “la” rosa que se haya perdida en ella. Pero costó que la belleza de esa flor extraviada en la oscuridad, a pesar de que él supo encontrarla, pudiera ser apreciada por una cantidad de gente que le proporcionara el dinero suficiente para no tener que recurrir, en algún momento, a un colchón de cemento. Porque Enrique supo lo que es dormir en la calle. También conoció hoteluchos de la peor de las famas (si llegaban a tener aunque sea mala fama…) y se hizo experto en pensiones carentes de estrellas. Igualmente, hay que aclarar que hubo momentos donde la plata llegó… pero en sus manos –y nariz– se esfumaba.

La cocaína fue una amante jodida que conoció en 1982, y de la que pudo separarse solo en algunos intervalos de su vida.

“Al no dormir, vivís el doble que los demás, las nociones de tiempo desaparecen”, dijo aquella vez que hablamos, el 18 de octubre de 2013. Pero también analizó: “Cuando comés una sardina, o lo que sea, pasa a llamarse Enrique, pero con la droga no es así, metés un rival en tu cuerpo, y un adversario siempre es preferible a un aliado, porque te da talla, y con la cocaína sucede eso, pero también te come la vida, porque tiene su primavera, su verano, su otoño y su invierno”.

“No me importa más la vida. No tengo ningún motivo para vivir”, apuntó.

Era un hombre solo.

“Siempre quise vivir solo, pero una cosa es vivir solo y otra estar solo”, reconoció cuando conversamos, mientras una lágrima resbalaba por su rostro.

Sobre el final de la charla, expresó: “Toda mi existencia pasé de mundo a mundo, cuando me hundía soñaba con que algo me iba a pasar, dejé de ser delincuente y me convertí en escritor, y así siempre, hasta que llegó un momento en que ya no sé por dónde sigue la vida, por eso capaz que me muero, porque no me puedo imaginar nada. Ya terminé, ya dije lo que tenía que decir, ya escribí lo que debía escribir; ya es tarde para ser, por ejemplo, maquinista de trenes… Ya es tarde para todo… Hay una etapa que se termina, hay que ser muy inteligente para conseguir un camino…”.

–¿Hablás de buscar un sendero a esta edad –en ese momento, tenía sesenta y siete años–, o de que debiste haberlo hallado antes y continuarlo en la actualidad? –pregunté.

–Ahora, ahora… Hay que encontrar caminos nuevos siempre –contestó.

Enrique se movía en esa ambigüedad de quien ve el final acercarse de manera inexorable, y ahí, frente al abismo, por un momento, piensa en buscar otro camino, escapando de lo que él mismo forjó, para ir hacia quién sabe dónde y luego, una vez más, tratar de huir también de allí…

“Tal vez eso defina nuestra raza: para nosotros, siempre y cada vez es demasiado tarde. El tiempo es nuestro peor enemigo”, escribió Enrique. Pero también: “La ausencia del tiempo… qué maravilla. Es casi como vivir en la eternidad”.

Jorge Lanata, en su prólogo al libro Senderos extraviados, de Enrique, afirmó: “Symns es un escritor; en este tiempo en que cualquier imbécil se autodenomina ‘artista’ y los ejecutivos imprimen ‘creativo’ en su tarjeta de negocios, Symns es un escritor”.

Symns trazó: “Brindo por nuestros fuegos, por los libretos que se están quemando. Y soplo dentro del viento de todos nuestros soplos para que las cenizas del guion desaparezcan en el olvido”.

“Camino del infierno se alcanza a ver el cielo y es bastante… aburrido. Esto parece habernos dicho Enrique todo el tiempo”, consideró el Indio en su prefacio a Enrique Symns. Dolor, soledad y magia frente a las puertas de la eternidad, libro firmado por un servidor.

“Caminemos juntos por el fuego de los últimos días. El pozo de los ojos se ha secado y los dioses cansados nos abandonan. Caminemos o corramos por sobre las colinas de esa risa que se hunde en el infierno”, rubricó Symns.

En su caso, quizá sea un atrevimiento decirlo… pero ojalá que descanse en paz.

A modo de cierre, otra muestra de su escritura: “Cuando el guerrero llega al borde del abismo de la muerte, salta en él en posición de combate. El bailarín se arroja con paso de baile. El místico, en postura meditativa. El tonto tropieza y cae. Es curioso lo que hace el elegante: antes de caer, se da vuelta y saluda”.

Posdata: Escribía de puta madre. 

Lee también: El paso de Symns por Bariloche

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