QATAR EN BARILOCHE

| 30/11/2022

La experiencia de ver el partido en el Centro Cívico

La experiencia de ver el partido en el Centro Cívico
Fotos: Facundo Pardo.
Fotos: Facundo Pardo.

Más de mil personas fueron al Centro Cívico para mirar el partido de Argentina frente a Polonia.

Igualmente, hay que aclarar que no todos los que asistieron lograron el objetivo, porque la pantalla no era tan gigante como imaginaban, por lo cual, desde cierta distancia, se perdía la noción de las figuras, y ni hablar si los presentes estaban ubicados en diagonal, donde ya distinguir algo se tornaba una misión complicada.

Eso, claro, no impidió disfrutar.

Porque más que concurrir para “ver” el juego, la mayoría se acercó para “vivirlo” colectivamente, en una especie de ceremonia pagana donde se comulgaba en un latir único al ritmo impuesto por la pelota.

Así, la cuestionada estatua ecuestre de Julio Argentino Roca pasó a ser una especie de palco preferencial, ya que varios jóvenes se subieron al caballo de quien estuvo al frente de la llamada Conquista del Desierto.

Los colores predominantes, claramente, fueron el celeste y el blanco, más algún violeta que llegada desde la camiseta alternativa de la selección, que fue, justamente, la que vistió el equipo frente a Polonia.

En ese punto, estaban quienes vestían los modelos correspondientes a este campeonato –en su mayoría, copias; los oficiales alcanzan valores siderales–, como también aquellos que desempolvaron del placar los de otros mundiales, o incluso una remera de algún supermercado que utilizó la movida para estampar el logo de la marca sobre las franjas argentinas.

Gorros hubo de todo tipo: desde los llamados Piluso hasta aquellos con puntas de arlequín, además de las clásicas viseras.

Las madres les pintaban los rostros a los niños, y las adolescentes se maquillaban entre ellas, a veces con brillos en forma de bandera, pero también con elaborados dibujos donde se veía incluso a un jugador que pasaba a trasladarse a una mejilla.

Un vendedor de globos realizaba arte apelando a la técnica de la globoflexia, para conquistar la atención de los más pequeños, y un mendocino que vino a vivir comercialmente el Mundial a la región, se hacía el día y algo más con la venta de banderas y camisetas.

Por otra parte, si bien se vieron varios mates compartidos en familia, también corrió el alcohol de manera abundante.

Principalmente, latas de cerveza. También, botellas.

Asimismo, fernet y vino en tetrabrik, además de brebajes nacidos a partir de "mezcladitos" de líquidos de origen dudoso, colocados en envases plásticos cortados a la mitad que pasaban de mano en mano.

En cuanto al partido, aunque desde el comienzo se vivió como si se asistiera a una ceremonia popular, al principio los cánticos no abundaban.

Los nervios llamaban a cierta quietud en la efusividad.

El Himno Nacional, previo al inicio, hizo que todos se levantaran (el piso equivalía a las butacas) para entonarlo.

Tras el pitazo de arranque, y ante las primeras posibilidades frente al arco rival, los cantitos fueron in crescendo, y el grito colectivo se sintió fuerte cuando llegó el penal para Argentina vía VAR (a propósito, a los espectadores de la vieja escuela nos cuesta esto de que se interrumpa el partido para ir a ver una imagen al costado del campo de juego).

Si bien la atajada del arquero polaco a Lionel Messi congeló el ánimo por un instante, enseguida el júbilo renació.

Al término del primer tiempo, muchos aprovecharon para ir a buscar helados y reponer bebidas en la calle Mitre.

Cuando apenas habían comenzado los segundos cuarenta y cinco minutos, el gol de Alexis Mac Allister encontró a varios volviendo para ocupar un lugar en el Centro Cívico.

La explosión fue intensa, pero no tanto como con el segundo gol, señalado por Julián Álvarez. Ahí ya el festejo contenía cierta distención, provocada por una diferencia en el marcador que brindaba tranquilidad.

Los últimos minutos se vivieron con ánimo de fiesta, y, con el árbitro neerlandés Danny Makkelie indicando el final del partido, la alegría llegó al extremo.

Algunos se fueron, pero muchos se quedaron un rato largo en el Centro Cívico.

Estaba, por ejemplo, el concejal Pablo Chamatrópulos, con una bandera argentina, compartiendo el regocijo general.

La felicidad se esparció por la calle Mitre, donde se mezclaban aquellos que volvían del Cívico con quienes salían de los cafés en los que eligieron ver el juego.

Y, así, tanto en la plaza emblema de Bariloche, como en distintas partes del centro, resonó el clásico malvinense/futbolero: “El que no salta es un inglés”.

Quién sabe… Quizá desde algún lugar, en su palco celestial, un tal Diego Armando Maradona sonriera al ver la escena, pensando en el primer gol a los ingleses de 1986, donde, gracias a Dios –no a él mismo, a otro–, no existía el VAR.

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