La activista Zhang Leilei presentó a las autoridades del subterráneo una serie de anuncios contra el acoso sexual en el 2017. Como la idea no prosperó, ni fue autorizada, ella misma decidió promocionar su creación. Este acto se convirtió en un ejemplo y fue replicado por otras mujeres.

Luego se propuso llevar la campaña a las universidades donde les pidió a las alumnas y exalumnas que envíen cartas para exigir mecanismos que eviten situaciones de acoso, así como facilitar las denuncias. La respuesta fue abrumadora, unas 70 universidades recibieron los pedidos que fueron trasladados al Ministerio de Educación, quien tomó nota de la situación.

En China cualquier manifestación se la equipara a desorden público y hay una férrea censura que impide que las acciones trasciendan. Tampoco hay legislación que encuadre el acoso.

Un detalle no menor es que entre los 25 puestos de más alto poder político no hay una sola mujer. Sin embargo cada tanto algún profesor es cesanteado por su conducta y hay promesas ministeriales de encarar el tema. Los cambios son lentos, en el 2014 unos 250 académicos ya lo habían advertido.

Un estudio de entonces sobre 6.600 alumnos indicaba que el 70% tuvo alguna situación de acoso (tres cuartas partes eran mujeres), un 10% de estos casos conllevó depresión, bajo rendimiento en el estudio e intentos de suicidio. Solo un 4% pudo denunciar lo ocurrido, en casi todos los casos bajo un seudónimo.

Si bien el tema está empezando a encaminarse en los ámbitos académicos, en el mundo laboral parece ser más difícil. El temor a perder el puesto laboral amedrenta a las víctimas. El poder del personal jerárquico estigmatiza a quienes sufren acoso. Si las estudiantes logran consolidar su propuesta, probablemente el mundo laboral se acople. Por lo pronto se ha instalado la campaña #WoYeShi (en mandarín) que emula el #MeToo. Zhang Leilei es un seudónimo.