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| 04/09/2022

La catanga del Indio Rubio

La catanga del Indio Rubio

Hay recuerdos de niño que suelen asaltarnos cada tanto, trayéndonos no solo el dulce sabor de la niñez, sino también recreando momentos que nos marcaron para toda la vida. Mi abuelita vivía en Zapala y hacia allí íbamos cada tanto, de visita, por las caricias de esas manos sedosas y los aromas que mágicamente hacía brotar de su cocina.

A la vuelta de la casa, siempre estaba estacionada sobre la vereda, una cupecita color verde oliva, con el N° 39 pintado en sus puertas. Era la casa y el auto de Arturo Krusse, aquel corredor de Turismo de Carretera al que habían bautizado "El Indio Rubio", por ser representante de esa desconocida y lejana Patagonia, para los escuchas de las transmisiones radiales.

En uno de esos viajes a Zapala, le pedí a mi madre, quien de muchachita vivió en esa ciudad y por ser vecinos conocía a don Arturo y Juanita, su esposa, que le pidiera si me dejaba conocer de cerca a ese vehículo, al que todos, incluido mi padre, admiraban y contaban las proezas que llevó adelante su conductor.

La bondad de aquel hombre, no solo accedió sino que me llevó a dar una vuelta. Para mí, fue una novedad ver a alguien sentarse para conducir del lado derecho y ver la pedalera, con el acelerador en medio del embrague y el freno.

Se trataba de una cupé Plymouth que por los años 30, el pueblo de Zapala le compró a aquel muchachito hijo del danes, Peter Hasen Krausse, quien era carpintero de a bordo de un barco que partió de Dinamarca rumbo a California y terminó encallando en la boca del Río Negro. Grande fue la sorpresa de aquel muchacho, cuando vio que cerca de la playa, flameaba una bandera danesa, izada por Martesen, compatriota llegado años antes. Del matrimonio de Peter con la hija de Martesen, nacieron varios hijos, uno de los cuales fue Arturo.

El jovencito nació en Viedma y radicado en Zapala, además de arreglar motores y manejar camiones, ya mostraba sus inquietudes y habilidades para “volar” por esas sendas polvorientas.

Esa Catanga, anduvo por las calles de Zapala hasta el último momento de la vida de don Arturo, deteniendo la marcha de transeúntes y conductores, quienes hacían reverencias al ver pasar esa reliquia, como un carruaje real, después de las hazañas que dejó guardadas para siempre en el corazón de sus vecinos y de los fanáticos de las carreras.

Por el año 1935, el Indio Rubio ganó un gran premio internacional, que partió desde Buenos Aires a Mendoza, cruzó a Santiago de Chile, Temuco, volvió al país por Zapala, Bahía Blanca, para concluir en Florencio Varela: 4.400 kilómetros, en 203 horas.

Por esos años, en la etapa Bariloche – Comodoro Rivadavia, estimada para recorrerla en 24 horas, el Indio Rubio la recorrió en solo 11 horas.

La leyenda cuenta que en el cruce de la cordillera, entre Temuco y Zapala, desbarrancó en la Cuesta de Las Raíces, rompiendo la caja de cambios. Don Arturo la subió marcha atrás, para luego lograr poner la tercera y bajar hasta culminar la etapa. Este recurso, le quedó de su época de camionero, cuando se subía la Cuesta del Manzano, en el camino que une Zapala con Junín y San Martín de los Andes, haciéndolo de esa manera, para aprovechar más la fuerza de los motores.

La experiencia que yo viví de pequeño a bordo de aquella cupecita, la vivió mi padre cuando era muchacho. A pocos años de llegar de Italia, trabajaba en el comercio de la familia Zingoni, en Catan Lil. Hasta allí llegaba el joven Arturo a reparar las máquinas esquiladoras a explosión y algún vehículo gasolero, una de sus especialidades. Cierta vez, le pidió a Krusse, si podía llevarlo hasta Zapala. Como el hombre andaba acompañado de su esposa, le dijeron al pasajero que se acomode como pueda en la parte trasera del auto, donde no había asiento, solo se hallaba la rueda de auxilio y cajones con herramientas. Aun de grande mi padre contaba de aquel viaje, en el que, mientras se agarraba de donde podía, la Plymouth parecía estar carreteando para alzar vuelo.

El Indio Rubio corrió la Buenos Aires – Caracas, codeándose y tallando mano a mano con Fangio, Marimón, Gálvez y todos aquellos “Nenes” del Turismo Carretera. Tiempos de solidaridad, olvidando la competencia para ayudar a aquel que quedaba tirado al costado de la ruta. Se cuenta que alguna vez reparó un pistón con un taco de madera, para poder concluir una etapa.

María, una de las nietas de Arturo y Juanita, los recuerda siempre sonrientes, tomados de la mano, en su casa de Zapala. Allí, en las calles de su pueblo, el destino vino a buscar a ese matrimonio, a bordo de la Catanga. A esos tres amores que transitaron toda una vida.

“Los abuelos siempre decían que le pedían a Dios que se los lleve juntos, para no extrañarse. El 11 de octubre del 76, él cumplía 79 años. La noche anterior, el pueblo le organizó una cena para agasajarlo. Mi abuela no fue. El lunes a la tarde, se ofrecía una misa de acción de gracias, en la iglesia, que queda a tres cuadras de la casa. Cuando sonó la primera campanada salieron los dos en el auto. Yo me había ido caminando. Los vi venir, en la esquina de la avenida San Martín. Tengo el recuerdo de verlos sonrientes. Mi abuela llevaba un ramo con treinta y dos rosas, que le habían regalado a Arturo la noche anterior. Las llevaba como ofrenda. Al cruzar la esquina, un camión los llevó por delante. Allí fallecieron los dos, en medio de una lluvia de pétalos”, cuenta.

Por los años 90, un grupo de vecinos logró restaurar la Catanga, que fue donada al museo Fangio, de Balcarce. Una multitud la despidió. Allá, el viejo motor volvió a rugir. Ahí estaba, ese antiguo guerrero al que la nafta y el aceite le circulaban por las venas, ese que tronaba por las polvorientas calles de Zapala, despertando la pasión de sus vecinos.

Aquel niño que yo era entonces, al dar la vueltita en la Catanga, ignoraba que esa experiencia iba a quedar grabada para siempre en mí y que un día iba a poder narrarla desde la página de un diario. Tal vez en alguna polvorienta huella de las que aún quedan en nuestra Patagonia, alguien vea cruzar al fantasma de aquella cupé Plymouth verde oliva, con el 39 en su puerta y El Indio Rubio al volante.

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