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| 07/08/2022

Aquellas fiestas de antaño

Aquellas fiestas de antaño

En la década del 60, se comenzó a llevar a cabo la Fiesta de la Nieve. En sus inicios fue una fiesta pueblerina, la que más tarde se transformó en fiesta nacional. Aquellas del principio, eran verdaderas fiestas populares. El pueblo participaba y era “El” protagonista, que, con el correr de los años, se convirtió solo en un espectador. Entonces la fiesta estaba en las calles. Hoy, casi todo transcurre sobre un escenario y la gente es espectadora.

Las primeras ediciones tuvieron eventos memorables, que representaban nuestra cultura y quehaceres, que resultaban atractivos para quienes nos visitaban: el concurso de hacheros, la carrera de mozos y la fiesta del pullover, solo por citar algunos que se fueron perdiendo con el tiempo. Ellos convocaban a trabajadores que mostraban sus habilidades ante el aliento de sus familiares y vecinos.


En la costanera, los hacheros parados sobre inmensos rollizos, hacían saltar astillas que estallaban al aire, mientras el hacha ingresaba al vientre de la madera. Luego de unos minutos, se erguía, levantando sus brazos, anunciando el fin de la faena.

Los mozos y mozas, orgullo de la gastronomía barilochense, con sus uniformes, largaban desde la plaza Belgrano, tomando por Elflein; luego bajaban Rolando (zig zag incluido), para llegar a Mitre y desde allí ingresar por las arcadas al Centro Cívico, llevando algunos vasos y botellas en sus bandejas.

La tejeduría artesanal, fue una industria casera que dio el clásico "Pullover Bariloche", con diseños que los distinguían en el país. Era habitual encontrar en muchas casas, sobre la mesa, las máquinas de tejer Knitax o Godeco, con prendas enganchadas en sus agujas, que las tejedoras iban elaborando, mientras atendían las tareas del hogar. Luego, bajaban al centro, con los bolsos conteniendo pullovers, medias y guantes, que entregaban en los comercios. En algunas ediciones se hacían desfiles donde las jóvenes lucían prendas de lana tejidas a máquina o con agujas.

Quizá uno de los eventos más pintorescos eran los desfiles de carrozas. Se presentaban instituciones intermedias, escuelas y colegios, empresas, barrios, etcétera. En mi caso, mi familia pertenecía a la "calle Gallardo". En ella (aunque fuera avenida, para nosotros era calle), a media cuadra del 300, se encontraba la propiedad de don Alfredo Caspani. Él tenía su fábrica de piezas de hormigón. Allí, acudían los vecinos, quienes después de sus jornadas laborales, transformaban el lugar en una usina de ideas, de cara a la fiesta. ¡Cuántas veces los sorprendió la noche trabajando por "amor al arte”!.

Las carrozas, una vez terminadas, eran bajadas al centro, para el posterior desfile por "La Mitre" (que era mano hacia el Centro Cívico). Se marchaba hasta su intersección con Quaglia, se descendía hasta la costanera y se accedía a la plaza, subiendo por la “S”, para terminar frente al municipio.

Como dato de color de aquellas carrozas que se elaboraban en la fábrica de Caspani, mencionaré una anécdota. En Gallardo al 370 más o menos, vivía un hombre solo, de apellido Zikora (no sé si está escrito correctamente el apellido, así lo llamaban los vecinos y nunca lo vi escrito). Era un hombre callado, que tenía un Rastrojero, sobre el cual se montaron algunas carrozas, por no decir casi todas. Ese era su aporte. Los niños, niñas y adolescentes del barrio, formaban parte de la escenografía, con vestimentas y disfraces, que eran pacientemente elaborados por las madres. Toda una organización. Una mística barrial que muchos añoramos.

Recuerdo una tremenda bola de nieve, de unos cuatro o cinco metros de alto, a la que llamaron “Su Majestad, La Nieve”. Estaba armada con una circunferencia de malla de hierro, revestida en yeso, montada sobre el Rastrojero, que simulaba ser tirada por los muchachotes del barrio vestidos de pingüinos. En la parte superior, íbamos sentados, bien amarrados, Patricia Caspani y yo, ambos de apenas cinco o seis años, vestidos de reyes. Pese a las reiteradas pruebas y ensayos (“sonrían y saluden…”), creo haber llorado a lo largo de todo el recorrido, rogando que me bajaran, por el vértigo y el frío que me adormecía las piernas.

Otra carroza fue un mangangá, que estaba armado sobre el noble Rastrojero. El abejorro gigante marchaba rodeado de flores típicas, que no eran otras que los niños y niñas del barrio, vestidos para la ocasión.

Quizás la más destacada, ya que fue premiada incluso en un desfile en Mar del Plata, fue una tremenda trucha Arco Iris, hecha en escala. Estaba montada sobre un tráiler, que era un piletón con agua. ya se imaginarán: remolcado por el Rastrojero. Sobre la cabina, una estructura simulaba un risco, desde donde un pescador, don Carlos “Fredy” Fricke, portando una caña de pescar, iba peleando con esa trucha enganchada en su señuelo, ante los saludos y aplausos de los vecinos, que reconocían al relojero y ahumador del pueblo.

También se realizaba el desfile de cierre de la fiesta, en el que tomaban parte escuelas y fuerzas vivas de la ciudad y los esquiadores, con sus tablas y bastones al hombro. Lo iniciaba la Escuela Militar de Montaña, portando la imagen de la Virgen de las Nieves, seguida por la autobomba de bomberos, llevando a la flamante reina, elegida la noche anterior en la fiesta realizada en el gimnasio Pedro Estremador.

La trucha Arco Iris pasando por Mitre

En algún acta u otro registro habrán quedado guardados los nombres de aquellos que tuvieron la idea de que Bariloche tuviera una fiesta anual, impulsados por esa década del 60, en que el auge del folklore hacía que todos los pueblos organizaran fiestas populares, para gozar de artistas de renombre en vivo, elegir una reina y encontrar una excusa para el festejo. Y la consagraron a la nieve, qué mejor, esa nieve excelsa del esquí y también la del “culipatín” y el muñeco, con bufanda, gorro y una zanahoria por nariz.

La fiesta tuvo satélites, como la de los Deportes Invernales, El Brasiloche, la del Chocolate y otras ideas. Tal vez aquellos pioneros no imaginaron que con el tiempo, a esa fiesta tan artesanal y de entrecasa, se la cargaría con la responsabilidad de promocionar a Bariloche. Solo quisieron hacer que el pueblo se divierta y disfrute. Que por unos días todos dejaran de ser quienes fueran y ser uno solo, abrazados a los visitantes, para celebrar la vida y el increíble espectáculo de la nieve. Lo lograron.

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