REFLEXIONES EN EL DÍA DE LA PATRIA

| 25/05/2022

El argentino y su eterna contradicción

El argentino y su eterna contradicción
Foto: Facundo Pardo.
Foto: Facundo Pardo.

El argentino es un ser extraño. Así lo ha demostrado a través del tiempo. Jamás aceptó la realidad que lo muestra en la base de América del Sur, sirviendo de sostén geográfico del resto del mundo. Su ambición lo hace pensar que está para más. En un principio se negó a admitir que por sus venas corría sangre india y solo reconoció los genes provenientes del europeo. Con la máxima de que lo bueno procedía del Viejo Continente, quiso transformar su esencia. En Buenos Aires se centralizó la elite que pretendía hacer de esta parte del globo una especia de Europa selecta, y el resto del país pasó a ser la resaca mal vista. Hoy el modelo a seguir es otro, se encarnó en el Gran Hermano Déspota Americano, y todo argentino que se precie de tal debe llevar en su frente un par de barras y un puñado de estrellas que demuestren a quién pertenece. Ante ese panorama, se formó otra clase de argentino, la del utópico de ideales firmes, pero incapaz de llevarlos a la práctica por temor al fracaso; también está aquel que adhirió a un pensamiento fascista, que resaltó de manera irracional lo nacional, y que, con su modo de actuar, derramó más sangre que la soñada en la peor de las pesadillas.

En cada nativo de este lado del mundo, lo bueno y lo malo se mezclan, en muchos casos hasta extremos insospechados. El federal se recluye en Buenos Aires y el unitario descentraliza; la izquierda puede ser burguesa y la derecha, proletaria.

La contradicción ha sido la guía de los argentinos, incluso de los más notables. Julio Cortázar asumió su destino de latinoamericano, pero no pudo separarse de París. Jorge Luis Borges vivía en Buenos Aires porque lo hacía sentir más europeo. Antes de morir, ambos cumplieron con sus obligaciones sentimentales: uno, en los empedrados de San Telmo; el otro, en los parques nevados de Suiza. En el final, el Cronopio prefirió que lo enterraran en París, mientras que el autor de "El Aleph" se fue a morir lejos de tierra porteña y pidió ser sepultado en Ginebra.

El contrasentido en este país es inmenso, ni sus muertos más reconocidos han podido o querido descansar en él. A Borges y Cortázar se pueden agregar: Mariano Moreno, el revolucionario, murió en alta mar; José de San Martín, el libertador, en Francia; Domingo Faustino Sarmiento, el civilizador, en Paraguay; el Che, dueño de las utopías del siglo XX, en la selva de Bolivia…

El desprecio, el resentimiento y la resignación parecen haberse adueñado del país y su gente, lo que empuja a la separación, el exilio y el desprecio. En este ambiente desolador, la esperanza no tendría razón de ser, pero, sin embargo, está presente, porque, a pesar de todo, cada argentino sabe que comparte nacionalidad con Dios.

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