EMOCIONES ENCONTRADAS

| 04/12/2021

Mi amigo Juan

Mi amigo Juan

Juan era un “changa” al que conocí hace ya varios años. Vivía en un precario campamento a orillas del lago. Solía parar en las esquinas, junto a otros compañeros, esperando esa changa que les salvara el día: algún camión para descargar, hombreando bolsas o materiales de construcción, también limpiar terrenos, cortar pasto, pintar paredes o cualquier otro “pique” que les permitiera, al final de la jornada, pasar por algún almacén y comprar algo para calmar el hambre y la sed. Varias charlas con él me nutrieron de jugosas anécdotas, alguna de las cuales voy a dejar. Lo haré en primera persona y tratando de respetar sus dichos y giros idiomáticos para ser lo más autentico posible.

Ahí cerca del campamento vive un gringo que no me quiere ni medio. Cada tanto baja al lago, a ver una bomba que tiene metida en el agua y me dice que yo no tengo que vivir ahí, que me va a hacer sacar. Un par de veces llamó a la polecía y hasta vinieron de Sociales, pa'llevarme y yo les digo que no le hago nada. Una madrugada me desperté por unos ruidos: unos tipos estaban desarmando la bomba, robándola. Me jui por atrás, crucé la ruta y le golpié la puerta. ¡Cuando abrió y me vio...! Apareció en pijama y con todos los pelos revueltos. Me gritó: qué anda haciendo yo ahí. Yo le dije: “¿Usté mandó a desarmar la bomba?" "¡Cómo se le ocurre!", me dijo. Y yo le dije: "Entonces vaya a ver porque se la están robando.” Desde ese día me tira unos mango pa'que se la cuide.

Una tarde que iba pa'la parada encontré adentro de un contenedor una flauta. Mientras esperaba que salga alguna changa, me senté en el cordón, a ver si sacaba alguna piecita. Pasó una señora y me dejó una moneda. Al rato pasó un tipo y también me dejó guita. Así que ahora, cada tanto, me pongo a tocar y alguna monedita saco.

Una guelta yo diba caminando por la orilla del lago, pa'l campamento, y me encontré una bolsita con unos cigarritos armaos. Pensé: pucha, que había sido pijotero el jumador, armar cigarros tan cortitos... Me los cargué en el bolso y me juí. A mí siempre me gusta calentar el hocico después de cenar. Me jumo un cigarro y me tomo un vinito. Esa noche, abrí una cajita de tinto y me prendí un cigarrito; le chiflé a mi compañero, que vive unos metros más allá y le dije si quería jumar, así que se arrimó y se llevó un par. Yo lo hallé picante y como que dentré a mariarme. Le eché la culpa al vino, por ahí era medio ordinarión. Era tan cortito que prendí otro, pero no lo pude terminar: me entró a dar guelta todo, dentré a descomponerme y me quedé dormido. Al rato, me desperté con los aullidos que pegaba mi vecino. Andaba de aquí pa'allá, entre las piedras y se daba contra los árboles. Yo dije: ¡Tá mamao! y me volví a dormir, porque todavía me duraba el mareo. Al otro día le pregunté qué le había pasao y me dijo: "No sé, pero me daba guelta todo...”

Con el tiempo, Juancito se dio cuenta que los cigarritos chiquitos no eran de tabaco precisamente.

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