EMOCIONES ENCONTRADAS

| 24/10/2021

Detrás de un par de remos

Detrás de un par de remos

Capaz que la vida es un gran lago en el que hay que navegar y los remos son el destino, al cual nos aferramos para hacerlo. Cuando Jonathan conoció el Club de Regatas Bariloche, apenas con sus nueve años cumplidos, ignoraba que allí cambiaría su vida, que como un bote abre el pecho del agua impulsado por dos remos, así se abría una puerta al porvenir. Apenas con cinco años llegó al Caina, ese centro de ayuda a la niñez, tras ser rescatado de un hogar donde él y sus hermanitos menores estaban en peligro, rodeados de violencia y maltrato. Jony se había convertido en un leoncito, asumiendo instintivamente su rol de hermano mayor, defendiendo a sus hermanos, ya desde su hogar, lo que lo convirtió en un pequeño cerrado, con pocas intenciones de comunicarse con ese mundo al que llegó y no fue recibido como un niño merece.

La gente del Caina llevó a algunos chicos a conocer el Club de Regatas. El entorno de la península San Pedro deslumbró a Jony, que guardaba vagos recuerdos de juegos a orillas del Ñireco, donde se crió. Como una de las gaviotas que rondan el aire del lugar, pasó el destino y lo hizo conocer a Raúl. En ese hombre impetuoso, con mirada social, encontró un canal de comunicación. Tal vez en ese adulto vislumbró un corazón, al que el suyo andaba necesitando. Ese adulto, cuya tarea de padre estaba cumplida, comenzó a llevarlo a su casa los fines de semana. “Me acuerdo la primera vez que llegué a la casa. Me gustaba. Ahí conocí a Bibiana, (esposa de Raúl) y al resto de la familia. Ellos después me contaron que un día hablaron de ser mis cuidadores, de adoptarme. Por eso, cuando cumplí doce años y ya me tenía que ir a otro hogar para adolescentes en Roca, la gente del Caina y ellos hablaron y me adoptaron”. Jonathan aspira profundo, buscando cada palabra, dejándolas salir de su boca, pausadas, cargadas de intención. “Yo pienso  que a la madre hay que sentirla, no decirla. Por eso me costó empezar a llamar mamá a Biby. Tanto tiempo de falta de una energía maternal me hizo sentir que no la iba a encontrar en cualquier lugar. Me costó bastante, porque llegué grande”.

Este adolescente, que trasunta tanta calma mirando por la ventana el verde del jardín de la casa de Raúl y Biby, deja al pasar algún arrepentimiento, por arrebatos violentos, peleándose en el Caina o en la escuela. “Cuando se fueron mis hermanos, yo tiré el trapo, dije ya no tiene sentido pensar la vida como algo interesante. Primero se fue mi familia, después mis hermanos. Quería enojarme sin demostrar el por qué: solo quería enojarme, pelear”. Este leoncito que se defendió a él y a sus hermanos de la violencia paterna y de alguna escaramuza con otros pibes, dejó un lugar para darse cuenta de que el amor existe, en un seno familiar sano, que lo hizo suyo. Mientras conversamos, pasa a saludar una de sus hermanas del corazón y lo abraza. Lo veo disfrutarlo, sintiéndose mimado y uno más de la casa. “Pasé de ser el más grande de mis hermanos a ser el más chico, acá. Antes protegía y ahora soy el protegido”, dice, abriendo una sonrisa cargada de ternura. “No he vuelto a ver a mis compañeros, aunque intuyo como les ha ido. Hay algunos que terminaron mal, lo supe. Si bien estábamos cuidados, había quienes se acercaban al portón y se iban. Cada uno elige qué hacer”. Alguna vez el propio Jonathan se aventuró más allá de ese portón, pero decidió regresar, sin saber adónde ir. Sus cuidadores recurrían a Raúl y Biby para calmar algún desborde emocional, hasta que fue decantando la idea de mudarse definitivamente a su nuevo hogar.

Tal vez Jony, mientras los remos acarician el agua y el bote surca el Nahuel Huapi, sienta la satisfacción de no “haber entregado el trapo”. La calma de las aguas de la península también es la que llegó a sus días. Hoy se ve con sus hermanos, que también tienen padres adoptivos. Se visitan, hacen pijamadas y vacacionan juntos. Aceptar aquella visita al Club de Regatas, esa institución formadora de deportistas, algunos de élite, le cambió la vida. Tomó decisiones acertadas, supo esperar y estuvo donde tenía que estar. Justo por allí pasó Raúl, un soñador que le inspiró confianza, a quien se animó a hablarle y salir de su armadura, ese guerrero de nueve años, que andaba enojado con el mundo. “No vamos a poder con todas las infancias en situación de riesgo, pero al menos nos ocuparemos de esta que nos llamó”, se dijeron Raúl y Bibiana.

Vaya si es pícaro el destino. Mientras escribo, el reloj marca la medianoche y el inicio de un nuevo día: el del cumpleaños número dieciocho de Jonathan. ¡Feliz cumple y buena vida, león!

¿Que opinión tenés sobre esta nota?


Me gusta 0%
No me gusta 0%
Me da tristeza 0%
Me da alegría 0%
Me da bronca 0%
Te puede interesar
Ultimas noticias