AUTO, BALSA, CARRO Y CABALLO PARA LLEGAR A BARILOCHE

| 17/10/2021

Cien años atrás, no quedaba otra que el turismo aventura

Cien años atrás, no quedaba otra que el turismo aventura
Jacobacci en los años 20. Fue punta de riel hasta 1917.
Jacobacci en los años 20. Fue punta de riel hasta 1917.

La exasperante lentitud en la extensión del ferrocarril conspiró contra la llegada masiva de visitantes hasta mediados de la década del 30. La escasa infraestructura hotelera tampoco ayudó.

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Cien años atrás, el concepto de turismo aventura quizá no existiera, pero en los hechos, era la única modalidad con que se podía arribar al Nahuel Huapi. Hay que recordar que recién en 1934 se contó con la chance de trasladarse en ferrocarril desde Buenos Aires. Hasta entonces, “la idea de viajar en balsa, carro, auto, tren (hasta Jacobacci o Cipolletti) y caballo durante varios días no era atractiva para todos, pero era la única forma de llegar a Bariloche. La aventura que significaba el traslado hasta los lagos del sur imponía el desarrollo de actividades de riesgo”.

Es llamativa una suerte de discriminación que sufrió esta localidad a la hora de conectarse con el resto del país mediante líneas férreas. “Mientras el ramal que une Bahía Blanca con la actual ciudad de Cipolletti se construyó en poco más de dos años (entre 1897 y 1899), la línea que se empezó a construir en San Antonio Oeste en 1908 alcanzó la estación Maquinchao solo en 1913 y la de Ingeniero Jacobacci en 1917”.

Esa parsimonia exasperante hizo que en abril de 1920, Guillermo Jacobs se expresara en el diario La Prensa, de Buenos Aires, en estos términos: “El viaje al Iguazú es penoso y molesto, los baños de Cacheuta no ofrecen las mayores comodidades, Córdoba es un lugar para enfermos, Mar del Plata es centro de descanso aristocrático; hasta la fecha no tenemos un punto de verdadero turismo. El lago de Nahuel Huapi, con su temperatura primaveral en verano, con sus 100 kilómetros de recorrido y navegación, con sus profundidades que llegan a 800 metros, con su placidez característica, sería llegado hasta allí el ferrocarril de referencia, uno de los lugares más pintorescos de la República para los paseantes y turistas”.

Jacobs era gerente del “ferrocarril patagónico San Antonio-Nahuel Huapi”, al que por entonces todavía le faltaban más de 200 kilómetros de vías. Su intervención y el contexto en que se produjo fueron reconstruidos por la historia Laura Méndez en su libro “Estado, frontera y turismo. Historia de San Carlos de Bariloche” (Prometeo Libros – 2010), fuente insoslayable si de conocer el pasado de la ciudad se trata.

La voz de Jacobs no fue la única. “A pesar de las innumerables gestiones del empresario regional Primo Capraro, las autoridades nacionales no adjudicaban fondos para la construcción del ferrocarril”, añade el texto de Méndez. En los hechos, el tren demoró nueve años en unir Jacobacci con Pilcaniyeu, “donde volvió a detenerse la punta de rieles hasta casi la mitad de la década siguiente”. Se parece a la historia de la Ruta Nacional 23 y su asfalto…

Esa lentitud atentó de manera directa contra el despegue del turismo. “Si bien desde los primeros viajes de Francisco Moreno se advirtió el potencial que Bariloche poseía como centro turístico, esta actividad fue escasa y esporádica -se producía exclusivamente en la temporada de verano- hasta mediados de la década de 1920”. Además, las primeras experiencias fueron protagonizadas por gente muy selecta.

En efecto, “los primeros registros de viajeros que se autotitularon turistas datan de 1902, fecha en que miembros de la alta sociedad porteña, entre ellos Aarón Anchorena, Carlos Lamarca y el doctor Esteban Lavallol llegaron al Gran Lago. Desde entonces, la afluencia de turismo fue constante en época estival, aunque restringida en el número de visitantes”, abundó la autora en una nota al pie.

Pero no solo las demoras en el tendido férreo atentaron contra la rápida generalización del turismo en los albores de la ciudad, la carencia de infraestructura hotelero-gastronómica también hizo su parte. Méndez rescató una carta que Emilio Frey le envió a Moreno a comienzos de 1914, es decir, 12 años después del reconocimiento de San Carlos de Bariloche como “pueblo”. Decía: “El Lago a un paso del Sur de Chile será el imán de atracción de todo el turismo que se desborda por los lagos de Llanquihue y Todos los Santos, si no lo es ya es porque faltan hoteles buenos para las muchas familias que cada año desean visitarlo. Del lado argentino, el ferrocarril hará un cambio completo”. Efectivamente, así fue. Más el impulso que decidió imprimir Parques Nacionales a fines de la década del 30.

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