12/09/2021

EMOCIONES ENCONTRADAS: Charla con historias

EMOCIONES ENCONTRADAS: Charla con historias

“Yo ando en un Mercedes, dos puertas”, dice Carlitos, cuando desciende de su camión Mercedes Benz volcador. Conversar con él, es recorrer la historia de Bariloche de los últimos setenta años. Pero esa historia linda, alejada del bronce, de los papeles o de fotos blanco y negro, encuadradas. Se trata de “la cocina”, de anécdotas e imágenes de este fino observador, de carácter amable y sonrisa abierta, franca.

Llegué a Carlos Lagos buscando datos de Sebastián Lagos, a quien en reiteradas oportunidades nombraron como propietario de extensos solares en lo que hoy es la calle Mitre, entre otros sitios de aquel pueblito. Don Sebastián Manríquez Lagos, nacido en Victoria (Chile), de pequeño llegó a Buenos Aires con su madre. A los pocos años decidió buscar rumbo solo. Así llegó hasta Comodoro Rivadavia. Joven, cargado de sueños e inquietudes, descubrió que dos palabras le abrían rumbos: "¿Me lleva?”. Así llegó a Bahía Blanca, ciudad que no lo convenció. Alguien le habló de un naciente valle, en Río Negro. Luego Zapala, San Martín de los Andes y finalmente Bariloche. Se alojó en una pensión ubicada en la calle Moreno esquina Rolando. Corrían los años 20. Sebastián, entre los variados oficios aprendidos, descubrió que su porvenir estaba en la relojería y con su oficio comenzó a marcar las horas de ese pueblo que se extendía junto al lago. El amor esperaba a este muchachito en Colonia Suiza, donde vivía una muchacha llamada Celina Neu, hija de pioneros suizos. Hasta allá iba Sebastián, en bicicleta, a conversar con su futura esposa, ante la atenta mirada de los padres, quienes solo autorizaban una corta visita los domingos.

En un viaje a Chile, los Lagos conocieron a una mujer sola, que trabajaba en un fundo, quien tenía una pequeña de siete años, llamada Olga. La niña, con el consentimiento de su madre, viajó a Argentina con Celina y Sebastián. Una adopción de hecho, para ese matrimonio que no podía tener hijos. “Mi viejita contaba que cruzaron por Pérez Rosales. Que ella venía de pollerita y la nieve le llegaba a la panza a los caballos”, recuerda Carlos. A los veintidós años, fruto de un romance fugaz, Olga tuvo a su único hijo, al que llamó Carlos. “En la casona de los Lagos, en Mitre y O'connor, vivíamos todos juntos. Ahí, don Sebastián tenía la relojería El Suizo. Yo era como el regalón, el más chico. Me mandaron a la escuela 16 y después un tiempo pupilo en el Cagliero”.

Carlitos ensilla el mate, mientras recorre fotos y papeles prolijamente ordenados en cajas, que posee en el quincho de su casa, junto a variados objetos de colección.

Como en un partido de truco, mano a mano, orejeando anécdotas, van apareciendo personajes del pueblo. “Belarmino García trajo de peluquero a Pendón, en el año 25, en el bar La Armonía”. El recuerdo de Pendón, aquel hombre solo que, siendo vendedor de rifas, sacó “la grande” con el numero 15 000, por los años 70. Ese billete que, cansado de ofrecerlo y que nadie lo quisiera, se dejó para sí. Alcanzó fama y asombró a toda la ciudad, pues al cobrar el premio compró bicicletas y cajones de lustrar para todos los chicos de la calle. Las contadas recalan por un momento en los corsos que recorrían la Mitre, desde Quaglia a Beschtedt, en los carnavales. Aparece aquel personaje al que todos conocían como Arrieta, pintor de oficio, que decía discursos por las calles y los terminaba con un conundente: “Arrieta cumple solo”. “Cuando se inauguró el Estadio Municipal, allá por el 52, ante la presencia de autoridades locales y provinciales, Arrieta se subió a un techo y desde ahí dio su discurso. Cuando se emborrachaba y caía preso, lo hacían pintar la comisaría”, recuerda Carlitos Lagos, este barilochense que trabajó toda su vida detrás de un volante. Manejando colectivos, en la Peñimel, haciendo excursiones y viajes a Puyehue. Más tarde, ya con su camión volcador, tirando áridos desde las canteras.

El barquito del km 2, confitería y salón bailable, aquel que se incendiara en el año 56. Carlitos, el fotógrafo del Centro Cívico, que tenía un laboratorio ambulante en su camión. La BZ, aquella famosa moto hecha íntegramente por su propietario, Beto Zimerman, en su taller de la calle Beschtedt, entre Mitre y Vicealmirante O'Connor. Al lado, vivía don Pedro Pasteran, rodeado de palomas, quien con su camionetita Chevrolet 4, repartía mercadería desde la estación del ferrocarril, con todos los muchachitos del barrio subidos a la caja, aprovechando el paseíto. Pensiones, fondas y bares, van apareciendo en la conversación. Sus horas junto a Aníbal Eggers, en el taller de la calle Elflein, las nevadas del invierno y los trineos que se deslizaban por las pendientes. “En Mitre y Ruiz Moreno, del lado de arriba del paredón, había un bar que tenía en el techo un tren. La chimenea de la estufa de la casa, salía justo en la locomotora: ¡cuando hacían fuego la maquina humeaba que daba miedo!”

“A pesar de ser hijo de madre sola, fui criado en un hogar bien constituido, rodeado de amor. Don Sebastián me dio su apellido y me crio como un hijo”, dice Carlos Lagos, quien se casó con Beatriz Mancioli y tuvo dos hijos: Noelia y Carlitos, en los que derrama su amor.

“Yo amo a este pueblo”, dice, por eso se ha tomado el trabajo de guardar en papel o en su memoria tantos recuerdos que hacen a la vida de nuestra ciudad. Me alejé de su casa, no sin antes darme el gusto de arrancar y acelerar un poco su camioneta Ford F100, modelo 64, con la que él o alguno de sus hijos suelen andar por las calles de Bariloche.

 

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