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| 05/09/2021

Un escalón gastado

Un escalón gastado

Pedro tomó entre sus manos el portarretrato con la foto. En ella, sus padres, Juan y María, se podían ver en la escalera de una iglesia, el día que se casaron, en Italia. Se quedó por un momento escuchando la lluvia que repicaba en el techo, con sus ojos fijos en las llamas de los leños que ardían en el hogar. Cada tanto aparecían los recuerdos, esos retazos de relatos escuchados desde la niñez, que con los años había podido unir para entender su historia.

Juan, apenas un adolescente que dejaba de ser niño en su Eslovenia natal, fue alistado en el ejército alemán, tras la invasión a su país. Fue llevado al frente de batalla, en el avance hacia Francia. Vaya destino: pelear una guerra que no le pertenecía. Era poner en riesgo su vida, pero no aceptarlo también le significaría la muerte. Miedo, frío, hambre, incertidumbre, todas cuestiones que asaltaban a ese jovencito. Con un compañero, hartos de todo aquello, decidieron desertar. Fue una noche, tras un avance enemigo, que no siguieron el repliegue de su ejército. Se quedaron ocultos en una trinchera para entregarse a los aliados. Otra mueca del destino: Juan y su amigo pelearían con el ejército al que hacía pocas horas enfrentaban. Todo a cambio de seguir vivos.

Pedro se sirvió un café y volvió al sillón, junto al hogar. Allí había quedado la foto de sus padres, en ese cuadro al que cada tanto recurría con el cuidado de quien tiene en sus manos un tesoro. Se los veía felices, posando para quien retratara aquella imagen. Se preguntó cómo habría sido aquella boda, si hubo testigos, familiares, fiesta. Recordó su viaje por Italia, cuando por la carretera vio el cartel con un nombre familiar: Ancona. Allí cerca estaba la iglesia de Loreto, donde se casaron. La de la foto. Con una calma que fue ganada por la ansiedad, preguntando, llegó a aquella iglesia, con la sensación única de pisar ese mismo lugar donde comenzó a crecer aquel árbol del cual él era una astilla. Miró el mismo cielo y respiró el mismo aire.

Finalizada la guerra, Juan quedó alistado en el ejército aliado, en un remanente que trataba de desarticular la maquinaria de muerte que ella provocara, tratando de que todo recobrara su cauce normal. Fue así que lo destinaron al cuidado de un campo de refugiados, en Italia. En él, se hallaba María, junto a su familia. También habían huido de su tierra. Un largo y doloroso peregrinar que los llevó a ese campo de refugiados. Allí, el amor jugó sus cartas, por encima del dolor y la guerra.

Pedro volvió a mirar la foto de sus padres. Parecía ser de mañana, por las sombras que se estiraban por los escalones del ingreso a la iglesia. Allá al fondo, se veía la imponente estructura del templo y algunos otros detalles. Los vio allí, ella con su vestido y él de traje, relucientes, felices, diciéndose que a partir de ese momento la cosa sería de a dos. El escalón donde posaban parados estaba gastado, tal vez por los años y el tránsito de los peregrinos que llegaban hasta la iglesia.

“Vaya noche de recuerdos”, se dijo Pedro, junto al fuego, escuchando caer la lluvia. Buscó la foto que él se sacó, sesenta años después, en ese mismo lugar, en colores, con otro dispositivo tan lejano a aquella cámara de fines de los 40. María y Juan ya no están, ni en el Bariloche en el que vivieron hasta sus últimos días ni frente a la iglesia de Loreto. Sí, aún sigue allí el escalón gastado, donde Pedro se paró y tomó la foto.

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