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| 29/08/2021

Herreros de la luz

Herreros de la luz
Fotos: Facundo Pardo.
Fotos: Facundo Pardo.

Un niño corría por la playa, desesperado, intentando devolver al mar algunas estrellas que la marea había arrojado a la costa. Tomaba una y la devolvía al agua, luego otra y otra. Un señor mayor que lo observaba, se acercó y le dijo: "Es inútil tu tarea. Hay miles de estrellas de mar en la playa, no vas a poder salvarlas". El niño, sin detenerse, tomó otra en sus manos y antes de devolverla al agua, le dijo: "Esta no".

Algo de este cuento hay en la vida de David Varano, este vecino que un día, en la cotidiana charla de café con amigos, vaya a saber por qué inspiración o mandato, decidió alejarse y caminar por la ciudad, tal vez siguiendo un rastro o caminando hacia sí mismo. Llegó al Ñireco. En la rotonda, vio las cuatro opciones: hacia atrás significaba volver, no ir hacia lo nuevo. Hacia adelante era irse, escapar, no animarse a descubrir. A su izquierda el lago, ese viejo amigo de horas de pensamientos y vuelos. Miró a su derecha y vio la calle Esandi. “Hacia adelante y arriba”, le dijo su alma. Y allá fue. En el playón del barrio 270 Viviendas, encontró un grupo de jóvenes, a los que la vida había dejado a la deriva, lejos de oportunidades y al alcance de vicios dañinos. A un costado miró un obrador de la empresa constructora de las casas del barrio, que estaba desocupado y pensó que allí construiría algo.

“El mundo no necesita un cambio, sino una transformación”, pensó David. Y así fue como le propuso a aquel grupo de pibes aprender a soldar y, con desechos, hacer obras de arte. Casi como una metáfora de la vida, esos jóvenes que andaban como un fierrito tirado, puestos al servicio del arte, brillaron, se fueron uniendo: los hierros con la soldadura, ellos con la tarea. David puso desordenadamente sobre la mesa algunos desechos y preguntó a uno de los presentes qué veía: “Una tumbera”, respondió. David movió las cosas y preguntó a otro: “Un pájaro”, dijo. Otro cambio: “Un oso”.  

Esos pibes y pibas, como aquel fierrito tirado, se dieron cuenta que tomados y puestos al servicio de una idea podían transformarse. Fueron comprobando como algo tan duro como un hierro o el acero se doblegaba ante la inspiración artística que tenían escondida en sus entrañas. Soldando, uniendo. Como su voluntad y sus sueños. Ese obrador, que para quien pasaba por afuera eran cuatro chapas mal acondicionadas, en realidad era un refugio. Mientras el barrio se deslizaba por su rutina de vecinos yendo al trabajo o viniendo de él, carteros, repartidores, picados de fútbol y ladridos de perro, en ese nido germinaba un sueño. Allí, los chicos encontraron quien los escuche, se sintieron iguales, abrazados, siendo ellos y dejando afuera sus realidades. Y fueron un río, avanzando y llevándose con él a quienes se acercaban, hacia un mar. Un pacífico ejército de soldadores que nació bajo el nombre de Herreros de la luz.

Detrás de la postal de Bariloche, están ellos. A veces salen de allí y pasan al frente, para exhibir sus obras en vitrinas de hoteles 4 y 5 estrellas, agregando su valor al turismo. En el kilómetro 2 de Bustillo, donde ocurriera el accidente que cobró la vida de aquellos jóvenes un 6 de septiembre, los Herreros de la luz dejaron su arte en una mariposa, símbolo de la transformación: la de esta vida a otro plano, la del hierro en arte, la de un joven al borde de caerse de la sociedad en un artista. David Varano generó espacios de arte y contención. Más de una noche acudió al pedido de ayuda de alguno de sus gorriones que estaba a punto de detener su vuelo. Ha recibido de manos arrepentidas un revolver y, junto con el propietario, utilizó el tambor y algún otro elemento para plasmar arte.

Ahí andan los Herreros de la luz, con su taller itinerante. David, un guerrero armado con una soldadora portátil y una amoladora, dando batalla contra las sombras, visibilizando olvidos, sin estructura ni discurso, solo con el corazón a flor de piel. Recompensado por unas horas en la escuela de arte municipal y premiado a nivel provincial y nacional. Va al basurero (su shopping) y ve en los desechos lo que nadie ve. Alguna vez, ya más acá en el tiempo, se asomó a aquel obrador del que tuvieron que marcharse y vio por las hendijas que era un  depósito de leña o vaya a saber qué otras cuestiones. Entre esas chapas quedó grabado el sueño de una bandada de pájaros que no sabían que tenían alas, las que una soldadora ayudó a desplegar. Hay cosas que competen a las almas sensibles que no todos dimensionan ni entienden. Los Herreros de la luz, con David a la cabeza, son transformadores que van por la vida devolviendo estrellas al mar.

 

Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
Un tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.

 

                                                                                  Jorge Luis Borges

 

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