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| 13/06/2021

Lepi: el sueño de un repostero

Lepi: el sueño de un repostero
Fotos: Facundo Pardo.
Fotos: Facundo Pardo.

Alguien del barrio puede decir: “Andá a la esquina y trae unas facturas”, o un vecino de toda la vida se acercará a comprar algo para el mate y conversar un poco con “Lepi” o Manuela, quienes levantaron ese negocio de repostería ubicado en 9 de Julio y Vilcapugio. 

De impecable uniforme color blanco, como la harina que guardan en sus entrañas las exquisiteces que elaboran artesanalmente, con recetas que sólo anidan en la memoria de él y que ha transmitido a su esposa e hijos.  Ermindo Epifanio Umaña, a quien primero llamaron “El Epi” para finalmente derivar en “Lepi”, un atajo del lenguaje que lo bautizó para siempre. Se hace un tiempito en su negocio y apoyado en la misma mesa desde donde crecen los sabores que recorren varios barrios de la ciudad, va desgranando recuerdos. Su padre, llegó a Bariloche desde Paso Chacabuco, a orillas del Limay, consiguió trabajo en el aeroclub. Estando allí se casó con Griselda Muñoz, con quien tuvo varios hijos. “Perdí a mi viejo a los once añitos. Era mi gran amigo, un tipo sensacional, muy divertido. Salíamos por los campos de Ñirihuau de a caballo, a cazar liebres”, recuerda. Al poco tiempo de enviudar, Griselda fue despedida del Aeroclub. Juntó la indemnización con el dinero obtenido por la venta de algunos animales que poseían y compró el solar donde hoy vive “Lepi” con su familia.

Tiempos difíciles para una mujer sola con sus hijos; ella debió dejar algunos al cuidado de familiares o conocidos. Así fue como el jovencito vivía con el Capitán Carballo, en el edificio Alfa, en el centro de la ciudad. “Catorce años tenía yo cuando trabajaba en lo de Hansen, era  “limpialatas” y repartía medialunas para el desayuno, por El Central, Gambrinus, Sky Bar y otros negocios del centro. Yo veía, al lado del edificio, una confitería que creo se llamaba La Rosellana. Ahí, en la vidriera, las tortas daban vueltas en el exhibidor y yo decía: Algún día voy a hacer tortas, la verdad que las deseaba”. El capitán Carballo, quien posteriormente se convertiría en héroe de Malvinas, intentó convencer al joven de que ingresara al liceo militar de Córdoba, a lo que la madre se opuso y decidió que volviera a vivir con ella. 

Al cerrar la confitería de Hansen, el joven Ermindo buscó trabajo en otras reposterías, ya con la clara decisión de que esa sería su profesión. Llevaba un bagaje de conocimientos que consolidó en la confitería Bonanza, donde además aprendió a elaborar chocolates. Luego de trabajar en Don Pepone, al cerrar ese comercio, es indemnizado con maquinarias: amasadora, sobadora, horno.

El sueño se acercaba. Un inquieto joven de veintidós años, al que no le faltaban ilusiones y curiosidad, incursionó por la chocolatería y también por Buenos Aires, pero claramente su destino estaba en la cordillera, junto al lago. Épocas en que no era necesario presentar un curriculum: Con solo observar las vidrieras de los locales, se podía ver un cartel solicitando personal. Eso le sucedió a Ermindo un día que transitaba la calle Moreno al pasar frente a la Panificadora Catedral. Allí estuvo un tiempo hasta que un hermano lo convenció de ingresar a la Cooperativa de Electricidad. “Tuve que terminar séptimo grado para poder entrar. Me anoté en la escuela Juan XXIII que estaba en el hospital. Cuando terminé mi séptimo, me tomaron en la Cooperativa, efectivo.”

Tiempos de hombrear postes y plantarlos, tendidos eléctricos y demás tareas que no convencían al muchacho que sentía la pasión de la repostería en sus entrañas. Todos los conocimientos adquiridos desde los catorce años estaban dormidos, esperando despertar. Luego de una incursión por la chocolatería Demarli, la que al poco tiempo cerró. Junto con Manuela, empiezan a elaborar masas en el horno de la cocina de la casa. Desde abajo, como esos sabores que van creciendo desde los ingredientes amasados, así fueron creciendo ellos. Fermentaba el sueño del negocio propio. Comenzaron vendiendo a los vecinos; luego un horno más grande y un local con atención al público, repartos. 

“Lepi” Umaña también grabó su nombre en la actividad ciclística de Bariloche. Las dos ruedas son otras de sus pasiones. Corrió y ganó varias competencias. Entre sus recuerdos aflora alguna doble Pilcaniyeu. “Íbamos, allá nos esperaban con un chivo y después de almorzar, pegábamos la vuelta”. De solo escucharlo uno se imagina lo que pesarían aquellos pedales por la polvorienta ruta 23. “En una carrera vieron a uno que llegó medio tambaleando, venía que se caía. Resulta que en la caramañola llevaba vino.”

Repostería Wadilema. Ese nombre que en sus letras abraza a su familia: Walter, Diego, Leticia y Manuela. Mientras suena la campanita que hay detrás de la puerta de acceso al local, indicando que alguien viene por facturas, alfajores, palmeras y demás delicias salidas de los hornos, Ermindo Epifanio Umaña, “Lepi”, cuenta con orgullo que el hojaldre de sus productos no se iguala; que él combina los ingredientes “a mano y ojo nomás”, pero sabe que son inigualables y requeridos en toda la barriada barilochense. Una hermosa historia de amor al oficio y perseverancia, de madrugones y trasnoches. Un muchachito, que a los catorce años, viendo las tortas que se exhibían en una vidriera, dijo. “Algún día voy a ser repostero”.

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