15/02/2020

La comarca Patagones-Viedma, a los ojos de Alcide D’Orbigny

Por Adrián Moyano
La comarca Patagones-Viedma,  a los ojos de Alcide D’Orbigny
Alcide D'Orbigny
Alcide D'Orbigny

El francés residió ocho meses en la localidad hoy bonaerense, cuando el espacio que albergaría a la futura capital rionegrina, solo contaba con tolderías de diversos pueblos. Un vergel en medio de la aridez.

Corría el 7 de enero de 1829 y el navío que conducía al francés Alcide D’Orbigny la tenía difícil. Ingresar al río Negro desde el mar, no era tarea para cualquier timonel. El día anterior, el capitán había fallado el primer intento y cerca estuvo de que su embarcación se hiciera añicos contra las costas traicioneras, pero alcanzó a ponerla a salvo para aguardar una segunda oportunidad. Fue entonces cuando el viajero anotó: “Enfrentábamos terribles barrancas, cuya uniformidad nos desolaba tanto más cuanto no podíamos saber positivamente a qué distancia estábamos de la desembocadura del río. La marea llegó a la plenitud al mediodía, y a las once no veíamos todavía el fin de esas monótonas barrancas. Finalmente, el viento mejoró y las dunas del norte se mostraron a unas tres leguas de distancia”.

La fuerza de los elementos terminó por alinearse detrás del propósito de los navegantes. “El viento era bastante bueno, circunstancia poco común; no es raro, en efecto, ver las naves aguardar un mes entero el momento favorable para franquear la barra y entrar en el Río Negro, retenidas por el viento, sea porque llegaron demasiado tarde, sea porque la barra está demasiada peligrosa; porque cuando el viento sopla del sur o del sudeste, se pone terrible y, como he podido comprobarlo más tarde, su rugir se oye desde el mismo villorrio del Carmen, distante más de seis leguas”. ¡Si lo sabrán los vecinos de Viedma y Patagones! D’Orbigny, hombre viajado, concluía: “El Carmen es, en una palabra, el puerto más peligroso toda la costa oriental de América meridional”.

Después de cruzar la temible barra, la alegría fue el estado de ánimo entre la tripulación y los pasajeros.

El europeo estaba en la gloria: “Desde entonces, convertido en observador, no me ocupé más que de examinar esa nueva tierra, teatro actual de mis investigaciones. Es menester estar poseído del demonio de los descubrimientos para sentir ese éxtasis, esa felicidad indefinible, que experimenta el viajero al abordar un suelo que deseó durante mucho tiempo explorar. Estaba entusiasmado, todo me parecía nuevo; hasta los pájaros que mejor conocía, me parecía que los veía por primera vez, a tal punto estaba convencido de que en la Patagonia nada hallaría de lo que ya había visto”.

Digamos al pasar que esa fiebre por la novedad era contagiosa entre los viajeros europeos del siglo XIX, pero que en realidad, la región estaba habitada 10 mil años antes de su llegada. Inclusive el fuerte del Carmen databa de 1777, es decir, la posición española primero y rioplatense después, superaba las cuatro décadas de existencia al momento de la visita de D’Orbigny. La inclinación por el exotismo fue una faceta inseparable de la vocación colonial europea que en esos tiempos, maduraba un rebrote. Recuérdese que 16 años más tarde, las fuerzas de la Confederación Argentina se coronaron de gloria al repeler un intento colonialista anglo-francés, cuyo cometido último era separar a Entre Ríos, Corrientes y Misiones del resto de las provincias, para constituir una suerte de segundo Uruguay. Otro “estado tapón”.

Un vergel

La relación entre “el demonio de los descubrimientos” y la vocación colonialista europea explica el carácter puntilloso de las descripciones que legó D’Orbigny: “El Río Negro podrá tener, en su desembocadura, un cuarto de legua de anchura. Al norte hay una punta arenosa bastante avanzada en las aguas, contra la cual se rompen las olas con violencia; remontando algo, se ve una batería montada de muchas piezas de cañón; no lejos de allí está la casa del piloto, todo en un terreno poco elevado y arenoso”. El piloto era el que hoy llamaríamos práctico, es decir, el que se embarcaba en los barcos que arribaban para conducirlos a través de los bancos de la desembocadura, que conocía como la palma de su mano.

En las líneas que siguen, el francés continuó con su descripción, de interés sobre todo para los marinos que buscaran atracar en cercanías de El Carmen.

Por entonces, la comarca Viedma-Patagones se perfilaba como zona productiva. “Vi estancias y chacras, donde, no sin placer, reconocí muchos de nuestros árboles frutales de Europa: cerezos, higueras, durazneros y sobre todo muchos manzanos. Admiraba con felicidad, esos bosquecillos de vegetación viva, cuyo color contrastaba sea con las islas cultivadas o boscosas en medio del río, sea con los campos dorados y las espigas maduras del trigo, cuya cabeza pendiente hacia la tierra, no aguardaba más que el cosechador”. No obstante, el viajero lamentaba que un poco más allá de tamaña paleta de colores, se extendiera “un suelo árido, desprovisto de árboles”. Al sur, advirtió “gran número de ganados”.

En la tarde de la jornada, cerca de las 18, avistaron los recién llegados “las primeras casas de Carmen o Patagones, distante siete leguas de la desembocadura. Al acercarnos al villorrio, algunos jardines, ubicados en la orilla del río, contrastaban con la tierra arenosa y llana sobre la cual está construido el fuerte”. D’Orbigny describió a la localidad bonaerense patagónica: “presenta un conjunto irregular de casitas diseminadas, colocadas a diversas alturas en la pendiente, en medio de las arenas, dominadas por un fuerte en ruinas, que podría servir a lo sumo de defensas contra los indios. En la barranca se veían agujeros practicados por excavaciones que fueron moradas de los primeros colonos españoles de esas comarcas, así como otras que vi en el camino”.

Donde hoy se levanta Viedma, es decir, “al sur del río, vi algunas miserables casas cubiertas de rastrojos, y lo que me agradó mucho fue ver, en medio de la campaña, grupos de tiendas o toldos (en el original está en itálicas) de diversas tribus de indios amigos, casi todos de naciones patagonas o tehuelches, o puelches; naciones de las que sólo había oído hablar vagamente en Buenos Aires y sobre las cuales los viajeros e historiadores están poco de acuerdo”. Quiere decir que 191 años atrás, el espacio donde se erigiría la futura capital rionegrina, funcionaba como asiento de un conjunto plurinacional de tolderías.


Un aporte central

Alcide D’Orbigny contaba entre 26 y 27 años cuando arribó a tierras patagónicas. Había llegado a Sudamérica tres años antes, en el marco de una comisión que le encargara el Museo de Historia Natural de París. Después de concluir su viaje, escribió una obra muy extensa, que constituye un relato histórico muy valioso para reconstruir los pasados de Uruguay, Brasil, Paraguay, la Argentina, Chile, Perú y Bolivia.

En sus escritos, rebosa su interés por la geografía, la zoología, la botánica, la política y la economía, de ahí que su “Viaje por América meridional” tenga particular atractivo. Inclusive, D’Orbigny estaba en Buenos Aires cuando se produjo el golpe de lideró Juan Lavalle contra Manuel Dorrego, interrupción del orden vigente que le costó la vida al segundo. Fue después de ese episodio, que el joven francés encaró hacia el sur.

Como se desprende del extracto que compartimos, viajó por mar a Carmen de Patagones, donde permaneció ocho meses. Exploró la boca del río Negro, la bahía San Blas y Punta Rasa. Tomó contacto con gente a la que llamó aucas, puelches y patagones, cuyas costumbres describió en detalle. Inclusivo, D’Orbigny se vio obligado a tomar las armas para defender su vida durante un malón. Su narración también incluye una excursión a salinas cercanas, además de referirse a la caza de choiques y focas, entre otras alternativas.

Por Adrián Moyano

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