RELATOS

| 08/01/2020

Orugas

En la calle Frey entre Elflein y Dos de Agosto, vivía un escultor de vitrales que descreía firmemente del valor material de sus obras. Su trabajo no buscaba ser reconocido, ni mucho menos remunerado. Simplemente ocupaba su tiempo en plasmar las imágenes de sus sueños en cuadros de vidrio que luego guardaba en un sótano.

Eso sí, su rutina era rigurosa: levantarse a las 8, anotar todos los sueños recordados, elegir la imagen más lúcida y comenzar a volcarla en el vitraux.

Antes del atardecer la obra debía estar terminada y poder ser vista a contraluz de los últimos rayos de sol.

A veces, esa exigencia resultaba holgada; pero en otras ocasiones la finalización de la obra era frenética.

Cuando esto último ocurría, los vecinos comenzaban a escuchar golpes de vidrio y hierro, destellos de fuego y alaridos bestiales. Imaginaban heridas, sudor y desesperación. Se agolpaban en la vereda para vibrar con ese espectáculo de sonidos y resplandor, y aplaudían cuando el silencio llegaba antes del atardecer.

Lo trágico, lo infinitamente aterrador, sucedió anoche y lo supimos esta mañana. Con la caída del sol, los estruendos fueron creciendo, y con la salida de la primera estrella, un grito visceral preanunció una muerte.

Esta mañana la policía hizo su trabajo: halló el cadáver del artista embalsamado con mosaicos de vidrio en cada centímetro de su cuerpo.

El macabro hallazgo era sentenciado con una leyenda escrita en el suelo, un verso apócrifo atribuido a Jaufré:
“Soñarás hasta trascender los andamios”.

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