Todavía hay ganas de cantar a don Abelardo Epuyén González
- A CASI CUATRO DÉCADAS DE SU FALLECIMIENTO - Dejó de existir en Bariloche en 1978 pero, a través de los jóvenes cantautores, su música continúa. Infaltable en el repertorio de cualquier cantor popular que se considere patagónico.

Por Adrián Moyano
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Cualquier cantor patagónico que se precie tiene en su repertorio alguna de las canciones de Abelardo Epuyén González. No deben usarse comillas porque Epuyén era su segundo nombre y no un apodo, como suele creerse... En los tiempos de “La Patagonia canta en Bariloche”, se hablaba con veneración de su figura y enseguida afloraba admiración cuando alguien decía haberlo conocido. El año que viene, se cumplirán 40 años de su fallecimiento y, sin embargo, pibes como Fran Lanfré o Damián Ortega insisten en reversionar las pocas obras suyas que se conocen, hechos que denotan clara vigencia.
Sin intenciones de recrear rivalidad alguna, en el sudoeste de Neuquén, sudoeste de Río Negro y oeste de Chubut, el referente de la canción cordillerana fue y es Abelardo Epuyén González. Es esta la manera de nombrarlo: nadie dice Abelardo González o González. Las tres palabras se concatenan solas y suenan poderosas. Grabaron o entonan periódicamente sus canciones Cholo Barriga, Nelson Ávalos, Edgardo Lanfré, Miguel Trafipán, Chele Díaz o Eduardo Paillacán, entre otros permanentes animadores de la canción popular patagónica.
Las únicas grabaciones suyas que pueden ubicarse datan de 1965, aunque se rumorea que existen más. Hace 12 años, Christian Valls publicó, en un blog al que aportaba por entonces, una biografía del prócer artístico. González había nacido el 27 de noviembre de 1929, precisamente en la localidad chubutense que aportó su segundo nombre. Y dejó de existir aquí en Bariloche, en diciembre de 1978.
A través de aportes de gente que lo conoció, pudo saberse que aprendió a tocar la guitarra a los 14 años y, desde entonces, se largó a transitar las huellas y caminos de la región como guitarrista y después, como cantautor. Al principio, su repertorio se conformó de rancheras y milongas, y su ámbito de actuación se conformó con cumpleaños, casamientos y fiestas camperas. Con el tiempo, llegarían los versos propios, la poesía en formato de cueca, zamba y otros ritmos.
En aquella mítica grabación de 1965, registró las cuatro canciones de su autoría que más se conocen: “Cazando jabalí”, “Tropeando penas”, “Mi arroyo” y “De los lagos”. En esa época, solía presentarse en Esquel, en Comodoro Rivadavia y en Trelew. Luego comenzó a soslayar los límites provinciales e incluso llegó a tocar en peñas de renombre de Buenos Aires, cuando el folklore patagónico era casi un secreto.
El “elepé” perdido
Se dice que, más tarde, Don Abelardo grabó un “larga duración” de 12 temas que nunca pudo editarse, porque la burocracia de SADAIC se convirtió en una barrera infranqueable. Aquel músico “tenía algo de hacienda y se rebuscaba la vida haciendo absolutamente todo lo que hace un hombre de campo por aquellas latitudes”, escribió Valls desde el norte. Es decir, “alambrar, arrear hacienda, sembrar, cosechar y sobre todo guapear. Guapearle a la vida. A la dura vida patagónica, esa particularmente más brava que la del resto de nuestro territorio”.
Según su descripción, fue Abelardo Epuyén González “hombrazo grandote, rubión… Ojos claros, bien gringo. De enormes y curtidas manos, que no eran impedimento a la hora de pulsar su guitarra. Pocas veces creo haber escuchado música más hermosa, sentida y armoniosa salida de ese tipo de instrumento. Que me perdone el resto: no escribo esto en forma emotiva sino absolutamente racional. Desde la Marcha de San Lorenzo, pasando por el tango María, chacareras, zambas y, por supuesto, la música surera que él mismo componía. Como guitarrero, de los mejores que he escuchado. Y qué voz... O más bien vozarrón, profundo y melodioso. De los que no necesitan altavoces”, opinaba su biógrafo.
Según la reconstrucción, el patagónico “estuvo un tiempo viviendo y trabajando en el campo de (Jorge) Cafrune, en la provincia de Buenos Aires. Pero Abelardo no se llevó muy bien con él. Tal vez, sus dimensiones eran muy parejas y ninguno de los dos estaba como para relegar el primer puesto... Luego y en uno de sus viajes a Buenos Aires relacionado con un tema de salud de su hijo adolescente, lo acompañé a visitar a Horacio Guarany, quien lo apreciaba y, como siempre hizo, ese buen criollo ayudó a Epuyén a relacionarse con la firma grabadora”.
González conocía bien de qué hablaban sus canciones. El éxito de “Cazando jabalí” se debe sobre todo, a la absoluta verosimilitud de la letra, porque él mismo era cazador de jabalíes. Quienes compartieron con él momentos de su vida ponderaron su talento de acechador y su destreza.
Si es verdad aquello de “pinta tu aldea”, el vecino de la localidad de Epuyén retrató como pocos las intensidades cordilleranas, a las que vivió con espíritu pendenciero y escasa mesura. La leyenda se confunde con la realidad cuando dice que “en trágica noche saliendo de un boliche de El Bolsón, Abelardo discutió fiero con otro paisano, ambos pasados de copas. Y allí nomás lo ensartó con su daga”.
El cantor vino a dar con sus huesos a un calabozo en Bariloche. “Un día en su celda, Epuyén quiso hartarse de capón y consiguió que un guardia le trajese uno. Lo guisó y convidó a todos. Se dio el gran atracón. Y su corazón no aguantó... Y el alma de aquel guitarrero, surero de ley volvió a ser libre”, anotó Valls. Sus canciones sobrevivieron la tragedia; muchos años después, se reinventan a sí mismas y siguen en la tarea de sumarle belleza a la cordillera.
Mi arroyo
Arroyo de mi pago / de agüita clara / que la lluvia y la greda / la vuelven baya.
Que perduren las nieves / que te alimentan / temo que si te faltan / me olvide ella...