14/01/2019

Las inundaciones ratifican que el suelo no es solo un soporte para cultivos

Cuando el gobierno nacional aguardaba un aporte desde el campo para moderar la caída del PBI que se prevé para 2019, las inundaciones que se registran en el norte de Santa Fe ya provocaron la pérdida de cosechas y daños también significativos en la producción ganadera. El flagelo que parecería un clásico, no se limita a esa provincia, ya que también afecta a zonas de Chaco, Corrientes y Santiago del Estero.

En la primera de las provincias, la superficie bajo el agua representa 300 mil hectáreas, aunque redondean 500 mil si se considera a las otras jurisdicciones. El INTA destacó que en las dos primeras semanas de enero, precipitó en el área una cantidad equivalente a la que cae en el lapso de un año. Entre 500 y 800 milímetros, según el paraje de que se trate. En conjunto, trascendió que corren peligro 100 mil cabezas de ganado vacuno.

El saldo es del todo trágico para el ganado menor: se calcula que las inundaciones se llevaron el 100 por ciento de chivos, ovejas, chanchos y aves. Más allá de la importancia de las precipitaciones, hay que destacar unas de las descripciones que brindaron productores de la zona: a Santa Fe el agua llega desde el Chaco, a través de canales que desaguan en arroyos que finalmente, terminaron de colapsar.

Cómplices, beneficiarios y ahora víctimas del modelo agrícola y ganadero que se estableció en la Argentina a partir de 1996, los productores damnificados atribuyen la responsabilidad de la debacle a la falta de obras.

Precisamente, en algunas de las áreas afectadas, las pérdidas en los cultivos de soja y algodón representan el 100 por ciento. Dos de los sembradíos en los que la tecnología de la modificación genética prevalece en la Argentina.

Las inundaciones también provocan estragos entre el girasol, aunque todavía existen chances de rescatar alguna proporción de los cultivos si las aguas comenzaran a bajar. No obstante, la real magnitud de la tragedia se materializará sin disimulos en el otoño de 2020, según estimaron los conocedores de los ciclos agrícolas. Por el lado de Corrientes, también corre riesgo la producción de arroz en el sur de la provincia, aunque la crisis aún puede gestionarse.

Hay que discutir el concepto de “catástrofe natural” al que siempre se recurre a la hora de ensayar explicaciones sobre fenómenos como los que periódicamente, martirizan el Litoral o la provincia de Buenos Aires. El corrimiento de la frontera agrícola y el persistente aumento de los cultivos de soja implicaron un costo creciente que no se tuvo en cuenta a la hora de medir el PBI y mucho menos el superávit comercial de años atrás.

Como esos costos no se incluyeron, hay que poner en duda la supuesta eficiencia de la agricultura de insumos, modalidad que en términos generales acogieron los empresarios del agro en la Argentina. Se denomina de esa manera a la que se basa en la maximización del producto que se siembra y que con ese objetivo, recurre a muchos insumos: combustibles, fertilizantes y agrotóxicos.

La agricultura industrial sobre suelos nuevos puede generar altos rendimientos en los primeros años porque aprovecha las reservas de fertilidad de las nuevas tierras, con un mínimo de insumos externos. Pero según los datos que los mismos suplementos rurales se encargan de difundir, a escala nacional solo se repone en promedio el 30 por ciento de los nutrientes que los cultivos extraen del suelo.

Los cultivos que se realizan sobre suelos recién desmontados, aprovechan durante unos cinco años la fertilidad acumulada. Pero no se repone nada, porque fertilizar en Salta o Santiago del Estero significa sumar un costo más, al flete, al transporte, al precio del desmonte y a otros factores que hacen disminuir la rentabilidad. Entonces, gracias a la preeminencia de una lógica meramente económica, el agro le falta el respeto a los procesos ecológicos que tienen que ver con la producción.

Una proporción importante de los campos que hoy están bajo el agua en Santa Fe, no se corresponde a las viejas praderas donde el ganado deambulaba y elegía libremente qué pastos ingerir, con el solo condicionamiento del alambrado. Más bien, cobijan una multitud de corrales de engorde que se instalaron en zonas donde antes del boom de la soja, la producción ganadera era marginal y convivía con el monte.

El suelo es un ecosistema en sí mismo, con miles de organismos que son los encargados de reciclar nutrientes y materias orgánicas. Hay miles de años detrás de la formación de los suelos y las coberturas vegetales naturales. El desmadre comienza cuando se supone que es apenas un soporte para los cultivos, perspectiva que es común en los agronegocios. Las consecuencias están a la vista.

Te puede interesar
Ultimas noticias