13/01/2019

Ante la destrucción del hábitat

La plantación a gran escala de los llamados “árboles industriales” desemboca en la desestabilización de todo el ecosistema que los recibe, además de ocupar vastas extensiones del espacio geográfico. Aquí, en Patagonia, todavía no se tomó debida cuenta de esa consecuencia, pero no sucede lo mismo del otro lado de la cordillera, donde las comunidades mapuches y poblaciones campesinas quedan apretadísimas por hectáreas y hectáreas de pinos o eucaliptos.

Las especies seleccionadas son introducidas en regiones donde las enfermedades y las plagas son inexistentes o les son inocuas. Pero, en consecuencia, la fauna local no encuentra en las áreas forestadas más que un desierto alimenticio. En cambio, los restos vegetales de pinos y eucaliptos -que son las especies más utilizadas a escala planetaria pero también a uno y otro lado de la cordillera- resultan tóxicos para gran parte de la flora y fauna del suelo.

Esta metodología presenta simultáneamente una gran debilidad porque, si apareciera una especie capaz de alimentarse de árboles vivos, se transformará en una plaga que podrá poner en cuestión a todas las plantaciones similares de la región. En este caso, nuestra zona no es una excepción, con la presencia de la así llamada avispa de los pinos, una de las preocupaciones centrales de los productores forestales.

El criterio empresarial hace que la rapidez del crecimiento sea crucial para asegurar la rentabilidad de la inversión. En general, ese crecimiento se basa en la selección de especies, pero también en el uso de fertilizantes y herbicidas que afectan al suelo y al agua. En este sentido, la biotecnología forestal ya está creando “súper árboles”, que tienen un crecimiento aún mayor y son resistentes a los herbicidas; su impacto es doble: mayor contaminación por uso de agroquímicos y mayor consumo de agua. Es decir, otra pesadilla similar a la de los transgénicos. O peor todavía.

La misma lógica comercial produce que los árboles sean talados en un número reducido de años, hecho que implica una gran salida de nutrientes del sistema y procesos de erosión, así como la destrucción del hábitat de aquellas especies locales que se estaban adaptando a la plantación. Frente a esta circunstancia, los promotores de esta manera de concebir la industria admiten que las plantaciones no son bosques y que pueden acarrear impactos negativos, pero sostienen que estos impactos se generan por un “mal manejo” y no por el modelo en sí.

Sin embargo, se trata de un paradigma que cuenta con deficiencias intrínsecas y no solo de manejo. Sabemos que, desde las grandes ciudades o capitales, se toman decisiones que afectan a la vida y posibilidades de supervivencia de las poblaciones locales. Sabemos también que esas decisiones resultan de los condicionamientos que padecen los gobiernos de los países menos desarrollados, que, en términos económicos, consideran atractivo abastecer un mercado global con los productos que éste requiere, aunque las necesidades y aspiraciones locales marchen en sentido contrario.

Incluso en la Argentina, el “buen manejo” de las empresas pasa por convencer a los sucesivos gobiernos de que les permita invertir en determinadas regiones donde los subsidios directos e indirectos les favorecen. Pero, también, en que intervenga para desalojar o reprimir a los pobladores locales, si fuera necesario. Queda en evidencia entonces que el problema es el paradigma “productivista” y no la adopción de medidas de gestión más apropiadas.

Otro ejemplo. Ya se cumplieron décadas del desastre del “Exxon Valdez”, un gigantesco navío petrolero que le “regaló” a las costas de Alaska alrededor de 40.000 toneladas de petróleo. La zona afectada se conoce como Prince William Sound y, según dijeron, en su momento, algunas voces, jamás volvería a ser igual. Fuentes ambientalistas recordaron que, en 1991, la compañía ExxonMobil se había declarado culpable de infringir varias leyes y pagó más de mil millones de dólares en juicios.

A principios de los 90, Exxon había financiado un estudio que concluyó que Prince William Sound se estaba recuperando. Sin embargo, las investigaciones que se han realizado arribaban a otra conclusión. Uno de los estudios -que se publicó en la prestigiosa revista “Science”- concluyó que la zona no solo no se recuperaba, además, experimentaba problemas adicionales por el petróleo que todavía quedaba allí.

A la luz de lo que ocurrió años después con la catástrofe del “Prestige”, cabe preguntarse -al igual que en el caso de la forestación- si las deficiencias son de gestión o intrínsecas al modelo energético, que utiliza para el transporte de petróleo enormes barcos cuya seguridad está puesta en duda dada la reiteración de gigantescos accidentes. Es más, los estudios demuestran que los problemas derivados de las mareas negras no se resuelven en el corto plazo.

Habrá que recordar que, en Prince William Sound, 800 kilómetros de costa se cubrieron con petróleo. La mortandad de pájaros, nutrias y focas fue muy alta. Durante mucho tiempo, quedó petróleo altamente tóxico para provocar un impacto a largo plazo en peces, nutrias y patos. En el caso del “Prestige”, se llegaron a contaminar más de 3.000 kilómetros de costa, en una catástrofe que puso de luto a comunidades de Francia y España.

No se puede ignorar la realidad durante mucho tiempo. Esta indica que se impone rápidamente el concebir una manera distinta de entender a la economía y las actividades productivas. Así como está planteado el mundo de los negocios, más de la mitad de la humanidad sobra. Pero lo que no terminan de entender las grandes corporaciones es que, si no comienzan a actuar con auténtica responsabilidad social, ellas también sobrarán porque no tendrán planeta donde operar.

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