06/01/2019

Como Hudson, dejarse fascinar por la Patagonia

No ocupa un lugar destacado en la memoria colectiva de los patagónicos pero se considera a Guillermo Hudson una suerte de precursor de la preservación ambiental en la región. Es que después de recorrer varias zonas de la Argentina, entre ellas, el valle del río Negro, se consagró a propiciar acciones para evitar la matanza de aves, cuya única finalidad era por entonces la ornamentación a partir de sus plumas. Nació el 4 de agosto de 1841. Obviamente, por entonces no se habían acuñado los conceptos que hoy forman parte del discurso ambientalista.

Vino a la vida en la localidad de Quilmes, actual conurbano de Buenos Aires. En la flor de su existencia se transformó en ornitólogo y escritor, a tal punto que concibió “Días de ocio en la Patagonia”, cuyas líneas se originaron en su periplo por el futuro territorio rionegrino. Por cuestiones que tienen que ver con su múltiple identidad, la mayoría de sus obras vieron la luz en Inglaterra.

Había nacido donde por entonces, comenzaba la pampa. Durante su juventud, la recorrió en varios sentidos, con temprana fascinación por la naturaleza en general y las aves en particular. Cuando en su adultez emigró a Gran Bretaña, no solo no abandonó su afición por la vida silvestre, además emprendió allí una vocación de escritor gracias a la cual tenemos pinturas valiosas sobre la Argentina del siglo XIX.

Los padres de Hudson eran estadounidenses, descendientes de ingleses. Durante sus cabalgatas de adolescente y joven, el autor de “Allá lejos y hace tiempo” se interesó por los habitantes del campo, sus costumbres, historias y situación social. Pero, además, y como era costumbre entre los viajeros de aquellas épocas, sus observaciones también tomaban en cuenta las variaciones del clima, la topografía, la vegetación y desde ya, las especies animales.

En esos viajes de observación acostumbraba Hudson a recoger muestras de diferentes animales. Además, tomaba minuciosas notas que luego serían las bases de algunos de sus trabajos, que en primera instancia se publicaron todos ellos en inglés. A los 24 años se contactó por carta con destacados ornitólogos estadounidenses y británicos. Como consecuencia de esos contactos, el quilmeño comenzó a remitir parte de sus colecciones al Instituto Smithsoniano de Washington.

Esa conducta sería objeto de censura en la actualidad, ya que remitió al país del Norte nada menos que seiscientas pieles, que correspondían a 143 variedades autóctonas. Desde la institución estadounidense, esas muestras fueron enviadas a la Sociedad Zoológica de Inglaterra. Por aquel entonces, las potencias imperiales consideraban absolutamente lícita la operación, a tal punto que el organismo inglés registró en sus libros de actas los envíos, que se produjeron entre 1868 y 1869. Dos de aquellas especies se bautizaron con el nombre de su descubridor: “Granioleuca hudsoni” y “Cnipolegus hudsoni”.

Años más tarde, Hudson se encontraría con Francisco Moreno, cuya historia es bien conocida en estas latitudes. Pero más allá de estos vínculos, no tuvo una relación continua con el mundo académico. En verdad, no fue un científico de formación erudita, ya que su obra se basó, sobre todo en las observaciones que hizo directamente en los entornos que visitaba, para extraer luego conclusiones.

Después de analizar las costumbres de las aves patagónicas en el valle del río Negro, además de las de pájaros de Buenos Aires, Hudson se ocupó de otras especies ornitológicas. Así nació su trabajo “On the pipits of the Argentine Republic”, uno de los últimos trabajos que realizó en la Argentina. Los anglosajones llaman “pipits” a unos pájaros que son de la familia de las cachilas o cachirlas.

En 1874, cuando ya habían fallecido sus padres, Hudson se embarcó hacia Inglaterra para no volver jamás a la Argentina. Hacia 1891, ingresó a la recién creada Sociedad Protectora de Pájaros. Sus objetivos eran unificar los esfuerzos que se realizaban con anterioridad para combatir la matanza de garzas, aves del paraíso y otras especies, cuyo plumaje se utilizaba solamente para adornar vestidos.

Entre sus trabajos de orden científico se pueden enumerar “Ornitología argentina”, “Aves británicas” y “El naturalista en el Plata”, entre otros. Su producción se diversificó en los años siguientes y los temas científicos se alternaron con los autobiográficos, la ficción y los poemas. A diferencia de otros ilustres, sus trabajos lograron gran éxito entre sus contemporáneos y de hecho, fue uno de los mejores escritores de su tiempo.

Hudson falleció en 1922. Hacia comienzos de este siglo se restauró la pequeña estancia que había funcionado como su hogar. Aunque bonaerense, se había dejado fascinar por la majestuosidad de Patagonia para inclinarse por su preservación. Elección que habría que tener presente en tiempos tan difíciles para la naturaleza, no solo en la región sino en todo el planeta.

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